Hace doscientos años, el 23 de abril de 1814, los franceses huyen de España después de seis años de ocupación... y modernización. Las mismas circunstancias coyunturales que hicieron de 2008 un sarao político de sangre y gloria, donde el dinero no se gastaba, conmemoran con el silencio rotundo el final de la opresión, el inicio de las libertades. El ejército publicista se ha retirado, ¿y la Historia?
Entre 1808 y 1814 hay grandes diferencias que, al parecer, borran del calendario celebratorio la última fecha. Si el levantamiento es motivo de orgullo y fanfarria, la victoria lo es de todo lo contrario, vergüenza y temor. El episodio que da inicio a la contemporaneidad en nuestro país, como señala el historiador Juan Manuel Cuenca Toribio, se transforma a los seis años en uno de los capítulos más desfavorables de la historia española.
“Casi nadie se acuerda de los acontecimientos de 1814. Ese año fue muy triste, porque, a pesar de la expulsión de los franceses, se acaba con el sistema constitucional en España. Fernando VII da un giro absolutamente negativo al país. Además, lo ejecuta el rey pero con la ayuda de la Iglesia”, explica el mayor experto en este periodo, Emilio La Parra, autor de Manuel Godoy: la aventura del poder (Tusquets) o La imagen del poder: reyes y regentes en la España del siglo XIX (Síntesis).
Anular la Historia
Para la catedrática Jesusa Vuega “da la sensación de que la guerra contra los franceses es una página gloriosa frustrada, que nos ha sido arrebatada, por su vergonzoso final: el regreso de Fernando VII”. “Y esta es la cuestión, lo aceptemos o no, Fernando fue el protagonista”, aclara la autora de Ciencia, arte e ilusión en la España ilustrada (Polifemo). Taparlo no anula su importancia ni su fracaso.
La modernidad queda anulada. El proyecto constitucionalista se paraliza. El pueblo pierde su poder y la monarquía arrebata a la asamblea la capacidad de conducir el país. 1814 es una vuelta atrás, los que propician el Golpe hablan de regresar a una época anterior. La intención de borrar la modernidad es evidente, tanto como la de hacer invisible una fecha para olvidar. “Es necesario conmemorar para conocer la Historia de España. Por eso no es una fecha para olvidar, lo es para reflexionar”, explica el profesor La Parra.
Álvaro Molina, profesor de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid y autor de Mujeres y hombres en la España ilustrada (Cátedra), admite esta conmemoración habría sido importante “no para celebrar el triunfo sobre los franceses, sino para trasladar las preguntas a la ciudadanía”. “No para repetir mitos, para cuestionarlos. Por eso, desde un punto de vista científico deberíamos revisar esta fecha, aunque para la política no tenga interés”. Preferible cuatrocientos años de la muerte del Greco y los quinientos del nacimiento de santa Teresa de Jesús, en 2015.
Aprender del pasado
La mirada atrás produce monstruos. El año 1814 es uno de los momentos más lóbregos de la Historia española, como lo fueron 1823 y 1936, estos “suponen un paso atrás en la modernización del país”, como subraya La Parra. Era una Constitución la de 1812 demasiado moderna para la monarquía y la Iglesia que no estaban dispuestos a perder su poder.
Emilio La Parra traza un paragón polémico al señalar el poder que la Iglesia católica demostró hace 200 años y el que exhibe en nuestros días, con la ley del aborto, la escuela y sus exenciones fiscales. “La Iglesia no asumió la Constitución de 1812, porque los principios religiosos estaban por encima de las leyes humanas y debían aceptarse. Este problema ocurre hoy y lo que no está resuelto todavía”. Y cuanto menos repasemos lo que fuimos, menos seremos.
Del hito al mito
Entre los mitos y los hitos, esta victoria quedó ensuciada por la reacción conservadora de Fernando VII y aquel país, daba sus primeros pasos como nación libre y unida siendo una desgraciada. ¿Mejor no mirar? Jesusa Vega es muy crítica con la manera con la que decidimos relacionarnos con nuestro pasado, sobre todo, con el menos favorable: “Aprender del pasado es reconocerlo y asumirlo en su complejidad, no sólo lo que nos viene al pelo para un argumento dado. Pero claro, la guerra contra los franceses es una página gloriosa frustrada, que nos ha sido arrebatada, por su vergonzoso final y eso no nos gusta”. Aceptar el fracaso.
En sus investigaciones sobre el uso icónico de la efigie de Fernando VII ha descubierto las pasiones que despertó el rey traidor a la Constitución, y que a pesar de ello, han quedado enterradas por el mito del heroísmo en jornadas como el dos de mayo. La sola mención de su nombre (“Por ser el pronunciado nombre algo más que el de un monarca”) mostraba la devoción unánime de un pueblo.
La gente portaba la efigie de las maneras más peculiares, y entre los formatos el más habitual es el ovalado y el circular, porque facilitaba colocarlos en escapularios, relicarios, abanicos, cajas, guardapelos, etc. Vega asegura que algunos de los textos que acompañaban a estas imágenes “eran muy comprometidos en los lemas”: “Vencer o morir por Fernando VII”, se lee en alguno. Parafraseemos: mirar u olvidar la Historia.
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