Foto de la Comisión Europea de vestuario siendo desinfectado. / JEAN-LOUIS MOSSER
Juba (Sudán del Sur). Martes por la mañana.
Saboreo mi primer café “de verdad” en tres meses mientras contemplo las imágenes que escupen todas las cadenas de noticias internacionales: se confirma el primer caso de Ébola fuera de África: en España. Mi primer pensamiento: lo paradójico que resulte que estando en África, me siento más protegida frente a este virus, que en casa.
Empiezo a leer la prensa on line: protocolos dudosos, llenos de errores, torpe manejo de los casos de Ébola evacuados, pobre respuesta gubernamental ante el caso confirmado. Y no es que yo sea una gran experta en el tema, pero por lo menos me he estudiado, por mi trabajo, una y otra vez todos los protocolos, cosa que no han hecho muchos de los tertulianos que estos días parecen haber invadido todos los medios.
Leyendo las declaraciones de la afectada, y de otros miembros del personal sanitario, no puedo más que recordar el anterior caso de psicosis colectiva: la llamada gripe A (H1N1).
En aquella época, trabajaba en el servicio de urgencias de un hospital. El protocolo de actuación nos llegó una semana después de haber atendido a los primeros casos, y más que un protocolo era una novela de ciencia-ficción: no es que los profesionales no quisiéramos poner las medidas en práctica, es que los recursos materiales y la infraestructura eran incompatibles con su cumplimiento.
La vida resuelta y la criminalización
A pesar de no haber podido leer el protocolo puesto en marcha en el Hospital Carlos III/Comunidad de Madrid, puedo llegar a imaginarme los retos de su implementación. Cabe añadir, señor Francisco Javier Rodríguez, consejero de Sanidad de Madrid, que la que escribe tiene un master, un título de experto universitario, un diploma universitario, además de una Licenciatura en Medicina y una especialidad, y no me avergüenza reconocer que no sé ponerme ni quitarme el traje de protección. Eso sí, a pesar de que Sudán del Sur no ha tenido ningún caso confirmado en la actual epidemia, antes de volver me he asegurado que mis colegas nacionales supiesen ponerse y quitarse el traje. Como bien sabrá usted, ya que es médico (y con la vida resuelta) es que es mejor prevenir que curar.
Y en pleno boom informativo, y recordándome las teoría de la doctrina del Shock, el Boletín Oficial de la Comunidad de Madrid anuncia la adjudicataria de las obras de remodelación de las plantas tercera, cuarta, quinta y sexta del Hospital Carlos III de Madrid. A pesar de los más de dos años de lucha por evitarlo, este centro, referente nacional e internacional hasta ahora de Enfermedades Tropicales, será reconvertido en un centro de media y larga estancia. Y no es el único menoscabo que ha sufrido este centro: se estima que desde el inicio del proceso de privatización y desmantelamiento de la sanidad pública en Madrid, se ha reducido un 12% de su personal por centro.
El virus no está controlado
Pero volvamos a África, a pesar de que ésta es, hasta el momento, la epidemia más grave en cuanto a población afectada y extensión (se han detectado casos en Liberia, Sierra Leona, Guinea, Nigeria y República Democrática del Congo), en África más de 20 brotes se han ido presentando periódicamente desde su descubrimiento en 1976 con más de 1.500 muertes excluyendo las 2.800 del brote actual. De hecho, ni siquiera este es el brote “más peligroso” en cuanto a virulencia: la cepa que azotó el Congo en 2002 tenía una tasa de mortalidad del 80% superior a la cepa actual que ronda el 50-55%.
A pesar de los esfuerzos realizados por ONG como Médicos sin Fronteras, que son los que inicialmente se hicieron cargo de la epidemia, empezando sus intervenciones en marzo del pasado año, el virus parece no estar controlado. Ante la impotencia, la falta de recursos, la saturación de los centros asistenciales y la falta de apoyo institucional, su presidenta Internacional, Joanne Liu, se dirigió hasta en tres ocasiones al consejo de Naciones Unidas, haciendo un llamamiento desesperado a la comunidad internacional. Esto resultó en la creación de una misión específica para dichos fines: UN Mission for Ebola Emergency Response (UNMEER) y el compromiso de apoyo, en forma de tropas y recursos económicos por parte de los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra. Finalmente, el único país que parece haber reaccionado ha sido Cuba enviado un total 165 sanitarios con material necesario para desarrollar su trabajo. Además, están preparando un nuevo destacamento.
Resulta paradójico que frente a la lenta respuesta internacional, la respuesta de la industria farmacéutica no se ha hecho esperar. Tras una reunión de urgencia, la OMS “concede una gran prioridad a la evaluación acelerada de todas las vacunas” por el cual, se da el visto bueno a la experimentación en fase humana (fase 3) de dos vacunas experimentales. Es sorprendente la celeridad en la puesta en experimentación ya que normalmente se tarda una media de cinco años. Detrás de estas dos vacunas, se encuentran dos empresas farmacéuticas: GlaxoSmithKline y NewLink Genetics.
Eso sí, la OMS en el comunicado difundido, muestran su preocupación por los aspectos éticos de la experimentación. Es importante señalar que los ministerios de Salud de cada país son los responsables de velar por el cumplimiento del código ético cuando se realizan test en humanos, es decir, entre otros la firma del consentimiento informado, preservar la libertad de elección (sin ninguna otra opción terapéutica), preservar la dignidad de la persona y la implicación de la comunidad. Por solo citar un dato que hace sospechar de estos códigos éticos, respecto al consentimiento informado, documento en los que se detallan los posibles efectos secundarios de los tratamientos, en Guinea, la tasa de Alfabetización es del 29%, siendo del 18% para las mujeres (el ébola afecta más a las mujeres).
Es ahora que parece que la epidemia está descontrolada, y que puede afectar a países occidentales, cuando se ha convertido en un “objetivo” de la industria. Y es que no sólo se han producido avances en cuanto al tratamiento, incluido el Zmapp, además, desde la aparición de la actual crisis laboratorios argentinos y japoneses han anunciado la puesta en marcha de test de diagnóstico rápido. Sin embargo, teniendo en cuenta el precio considerado para las vacunas, sueros y test rápidos, los países africanos afectados nunca podrán optar a estos recursos.
Escasez de recursos
Mientras todo esto ocurre, los contagios continúan en los países del oeste de África, y como bien denuncian muchas ONG, el Ébola está produciendo una gran devastación a muchos niveles.
Los fallecidos por estar infectados por el virus, son sólo una mínima parte de las muertes totales debidas a esta epidemia. Pongamos como ejemplo a Liberia, país con más muertes registradas en la presente epidemia: 1.500 casos. Este país, uno de los más pobres del mundo, presentaba antes de marzo ya unos indicadores sanitarios alarmantes: una mortalidad en menores de cinco años de 75 por cada mil niños (en España es de 5/1000), la esperanza de vida es de tan solo 62 años,y disponen de un ratio de 0,1 médicos por cada 10.000 habitantes, y de 2,7 matronas por cada 10.000 habitantes. En España, y no siendo de los ratios más altos de Europa, hay 37 médicos por cada 10.000 y 51 matronas por cada 10.000. A esta escasez de recursos profesionales, hay que añadir la falta de recursos materiales, y a esto, tras la epidemia, el miedo a contraer la enfermedad.
La población está evitando ir a los centros sanitarios por miedo al contagio y los profesionales sanitarios están haciendo lo propio, no acudiendo a sus puestos de trabajo.Se estima que el porcentaje de partos asistidos ha descendido del ya de por sí bajo 50 % a un 38% desde el inicio de la crisis actual del Ébola. Esto ha supuesto como es de esperar, un aumento en la mortalidad materno-infantil. Y no se les puede acusar, el miedo es real: desde el inicio del brote, 382 profesionales de la salud han sido contagiados (69 en Guinea; 188 en Liberia y 114 en Sierra Leona). De estos, 216 fallecieron.
Los sistemas sanitarios de estos países están colapsando y es que el Ébola es sólo uno de los tantos problemas al que tienen que enfrentarse. Entre otras destaca la malaria, enfermedad parasitaria. Ésta afecta a 207 millones de persona en todo el mundo y causa la muerte de más de 627 000 personas anualmente, cifras muy superiores a las provocadas por Ébola. Sin embargo, esta enfermedad, prevenible y curable, no dispone de vacuna, ni interesa a grandes laboratorios, y el motivo es sencillo: es una enfermedad de pobres, y por las características de su transmisión, nunca podrá afectar a gran escala a occidente. La vida de un blanco vale mucho más que la de un negro.
Mientras escribo estas líneas, se acaba de confirmar un nuevo caso, esta vez, en Estados Unidos. Mientras los medios evocan escenarios post-apocalípticos propios de Walking Dead, África continúa, a espaldas del mundo, su lenta agonía.
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