miércoles, 22 de enero de 2014

PRENSA CULTURAL. Sobre "Tiempo de silencio", de Luis Martín-Santos

Luis Martín-Santos

   En "diagonalperiodico.net":
LITERATURA
‘Tiempo de Silencio’ aún resuena en la narrativa hecha por estos lares. Hoy se cumplen 50 años del fallecimiento de su autor, Luis Martín Santos.
21/01/14 · 8:00
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Tiempo de silencio es una de esas novelas que nació para pervivir en su legado. No sólo renueva las técnicas narrativas. Desman­tela, asimismo, una manera de entender la literatura que, aunque comprometida con la realidad, no permitía conquistarla, escondiéndola –quizás por un contexto político gobernado aún por el miedo– tras los parapetos de la neutralidad. La novela de Martín Santos vio la luz en 1962, un año prolífico en la narrativa española. Junto a ella afloran en el panorama literario obras como Dos días de setiembre, de J.M. Caballero Bonald, o Las ratas, de Delibes. A partir de este año los autores españoles empiezan a emprender nuevos caminos formales. Pero posiblemente sea Tiempo de silencio la obra paradigmática de la desarticulación del canon narrativo de la época.
A mediados de los años 50, imperaba en España el realismo social, cuyo origen se encuentra en La Colmena, de Cela. Uno de sus objetivos era mostrar las injusticias sociales para hacerlas inteligibles a través de la literatura, siempre con la intención de representar tal cual, con la mínima intervención, las relaciones humanas. Esta inclinación realista se articuló a través de una mirada que se quiso objetiva, pero que a menudo se excedió en la exactitud de los detalles y se apoltronó en la monofonía del narrador impersonal para crear la ilusión de la referencia pura. Ni se adentraba en la mente de los personajes, ni hacía comentarios reflexivos, ni se dirigía al lector. Como si la realidad, la literatura y todo lo inmanente a ella fuera naturaleza muerta. Martín Santos entendió que el realismo que entonces predominaba tenía que “alcanzar un mayor contenido y complejidad” si quería “escapar a una repetición monótona y sin interés”, según sus propias palabras.
Tiempo de silencio propone un acercamiento digresivo a la materia prima de la novela –la realidad–, constituyendo las bases de lo que el mismo autor denominó realismo dialéctico. Martín San­tos, interesado en la función de la literatura, proyecta la realidad a través de ejercicios de elucubración. Para lograrlo se inmiscuye en la cabeza y en las entrañas de los personajes, dando pábulo al estilo indirecto libre. Mostrando, a través de la reflexión del entorno de los personajes, los bajos fondos de Madrid en toda su descomposición. Al­ter­na diversas voces y registros literarios para revelar el imaginario de significantes de las distintas clases sociales. Eso da lugar a una pluralidad estilística que mantiene al lector en alerta y comprometido. Tiempo de silencio no se contenta con la superficie, la cáscara; se come el huevo.
La novela de Martín Santos huyó del simple calco y de la visibilización de las tendencias de la sociedad a través del comportamiento de los personajes. Co­rrige el marxismo de Lukács con el marxismo existencialista de Sartre. Tampoco es casual que uno de los personajes de la obra elogie la novela americana de la Generación perdida. Tiem­po de Silencio debe mucho a la aproximación existencialista de Faulk­ner a la realidad del profundo sur. Y, en coherencia con esta inspiración faulkneriana, la novela también guarda relación con los padres de esa tradición: Joyce o Proust.
Esta nueva forma de hacer literatura desterró el realismo social precedente y dejó la puerta entreabierta para que otros autores –noveles pero también ya iniciados en realismo de posguerra– adoptaran los mecanismos que Luis Martín Santos había empleado en Tiempo de silencio. A lo largo de los años 60, prácticamente la mayoría de los novelistas que habían debutado anteriormente –incluso Cela y Deli­bes, con unas trayectorias muy singulares– se sirvieron de estas innovaciones formales. Pero fue en los autores más jóvenes en quienes caló, de forma más visible, la representación de la realidad a través de tendencias digresivas, el monólogo interior o la alternancia de distintos puntos de vista. Prueba de ello son novelas como Últimas tardes con Teresa, de Marsé, o Señas de identidad, de Juan Goytisolo.
El caso es que todavía hoy, en nuestras letras más contemporáneas, sobrevive esta nueva manera de narrar. Encontramos el reflejo de Tiempo de silencio en Belén Gopegui, especialmente en dos de sus obras, La conquista del aire y Lo real, que representan la realidad con sus conflictos sociales y políticos mediante la constante dialéctica de los personajes consigo mismos. Tam­bién Chirbes se adueña de un realismo en el que impera una heterogeneidad de voces. En la sórdida Crematorio, o en la más reciente En la orillael autor pone los cimientos para reconstruir el mundo actual en el fluir de la conciencia y en las experiencias existenciales de sus personajes. Pero es quizás en la obra de Isaac Rosa donde Tiem­po de silencio permanece más palpable. Novelas como El vano ayer se alinean directamente con la corriente realista inaugurada por Martín Santos. Rosa establece un contacto dialéctico con el lector y lo hace partícipe de la indagación. Le ofrece diversas perspectivas y voces, con las que no articula un mero juego narrativo –del cual sí abusan algunos autores coetáneos–. Las utiliza para revelar una sociedad y unas relaciones sociales en toda su complejidad reflexiva, despojadas de toda tregua o consenso.
Con la aparición de Tiempo de silencio muchos autores decidieron introducir –con mayor o menor éxito– los recursos estilísticos que la obra había aportado. Hoy, cincuenta años después de la muerte del escritor que penetró la realidad por todos sus orificios, otros narradores siguen su estela. Puede que narren universos referenciales alejados de los que mostró Martín Santos –tal vez no tan distantes–, pero la aproximación a ellos es la misma: la interpretación de imaginarios sin tapujos; la literatura de las vísceras de lo real.

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