'Vampir', con Fernand, el hombre árbol, Douffon y Vincent. JOANN SFAR. ("El Mundo")
Joann Sfar: 'El vampiro
"Las cosas más evidentes, ésas no las vemos". Así concluye 'Vampir' o, mejor, así termina en el más literal de los sentidos (es la última frase impresa) la edición española de uno de los cómics más brillantes, divertidos, zalameros (esto también) y, todo sea dicho, antipedagógicos que han visto los tiempos recientes. La editorial Fulgencio Pimentel ha tenido a bien publicar por primera vez en estas tierras, y en una edición cuidada hasta el último colmillo, las aventuras de Fernand (cuatro de ellas, de las cuales dos son rigurosamente inéditas).
¿Y quién es este hombre? Si se quiere ser académico, hablamos de una de las piezas claves de esa 'nouvelle vague' de la historieta francesa que allá por los 90, y secundado por nombres como Marjane Satrapi, revolucionó las estanterías de la Fnac (por ejemplo). Si no se pretende tanto... mejor que lo defina su autor Joann Sfar(Niza, 1971). Aunque sea por teléfono: "Es un vampiro que nació en un periódico de inspiración católica, por así decirlo, hace ya mucho. Desde el principio, yo quería que el hombre hablara de cosas como el amor, el sexo... Cosas así. Y, claro, tenía que hacerlo de forma sutil, sin que se notara. Me gusta el trabajo de engañar a la censura". En efecto, las cosas más evidentes, ésas nos las vemos. Hemos llegado.
El resultado es un anárquico y necesariamente errático paseo por un universo extraño y a la vez íntimo (por demasiado humano) poblado por mandrágoras caprichosas e irresistibles, detectives kafkianos amantes del piano, hombres árboles, vampiras voluptuosas enamoradas de Prévert, 'ligóntropos' (se transforma en contacto con las chicas) y gatos siameses (siempre ellos en el imaginario de Sfar). Hay más seres y mundos (hasta un golem), pero están, como diría aquel, en éste.
Fernand, a punto de morder el cuello de una doncella.
El resultado es un universo inaprensible, carnal y gozoso en el que se da cita desde el expresionismo alemán pasando por la comedia americana sin renunciar a Lewis Carroll, Klimt, Tod Browning, Bela Lugosi, la literatura centroeuropea y la Hammer. Todo junto. "¿Por qué un vampiro?", se pregunta el autor. "Imagino", se contesta, "que cada época tiene su monstruo. En 1933 nacieron a la vez King Kong, la criatura del lago Ness y Hitler. No creo que fuera una casualidad. En la Guerra Fría fueron los alienígenas los que mejor simbolizaron la amenaza roja. Los zombis que tanto gustan ahora, ¿qué son sino la representación del miedo a los pueblos del sur que vienen a comernos?". ¿Y los vampiros? "Por un lado, es el monstruo de nuestro continente; es el odio que nació en Europa contra los judíos. Y, por otro, es el mito por antonomasia de la adolescencia". ¿Evidente? Sí, pero cuesta.
Y llegados a este punto, el autor de 'El gato del rabino', además de director de cine heterodoxo e iconoclasta merced a 'Gainsbourg (vida de un héroe)', se detiene, se toma un segundo y arranca a contar su vida. La conversación con Sfar se parece mucho a sus historias. Viven solas sin estructura, sin guión, sin las cadenas del relato. Como la vida misma.
"Empecé a pensar el personaje cuando yo mismo era un adolescente deslumbrado por la película de Murnau. Entonces piensas que la vida va a ser para siempre. Cambia el cuerpo y se vuelve algo monstruoso. La muerte fascina porque no se conoce y parece algo maravilloso y romántico. Y así hasta que se muere un amigo. Entonces es lo que es: algo horroroso". Y de todo lo anterior surge Fernand, un vampiro eterno adolescente al que sólo le interesa una cosa. Exactamente lo que están pensando.
Cuenta Sfar que le llama la atención la poca consideración que tiene la historieta en España pese a los buenos artistas que hay ("casi todos ellos trabajan en Francia", dice asombrado). Y le sorprende sobre todo por contraste con su país de origen. "Recuerdo que cuando le dije a mi familia que me pensaba dedicar a esto se llevó un gran disgusto. Luego, con el paso del tiempo, todo el mundo empezó a tratarnos como si fuéramos personas inteligentes". Y se ríe. Y dicho lo cual, se muestra convencido de que hace tiempo que se derribaron las fronteras. "Ya no hay racismo con respecto al cómic. Lo que interesa es la historia". Tan evidente que cuesta verlo.
El propio Fernand no podría estar más de acuerdo. Él, como vampiro que es, se siente hijo de una tradición en la que confluye desde la literatura al cine pasando por la mitología judía que empaña cada una de las viñetas del libro. "En cualquier caso", se corrige el propio Sfar, "es una obra de juventud y, sobre todo, es comedia. No hay que darle más vueltas. Mi gran tragedia es que se me acuse de inspirarme en Tim Burton cuando, en realidad, empecé a dibujar la serie vampírica mucho antes".
¿Con cuál de todos sus personajes se identifica? ¿De cuál de ellos se siente más cerca? "Difícil cuestión. Yo soy más parecido al rabino. Más tradicional, relajado, nada aventurero... Pero me gustaría ser como Fernand: sólo preocupado por las mujeres. ¿Hay otra preocupación que valga la pena? ¿Existe algo tan trágico?Además, me encantaría ser tan delgado como él".
Acaba la conversación y Sfar pasa revista a los proyectos que le ocupan: su intención siempre aplazada de hacer de 'Vampir' una película, su trabajo con textos de su admirado Romain Gary... Sea como sea, y con cerca de 10 años de retraso, llega, por fin, 'Vampir' (vendrá otra entrega más). Para ser evidente y necesario, ha costado.
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