Jóvenes estudiantes de instituto conectados a las redes sociales. / CONSUELO BAUTISTA (EL PAÍS)
Una ventana indiscreta en cada bolsillo
El ser humano, en tanto que social, se interesa por la vida de los otros
Alarma por el uso de aplicaciones de chismorreos entre adolescentes
El impacto emocional fascina en las redes sociales
IVANNA VALLESPÍN 4 FEB 2013
“Nos hemos convertido en una raza de mirones. Lo que deberíamos hacer es mirar para dentro”, soltaba Thelma Ritter a James Stewart en La ventana indiscreta, una película donde Alfred Hitchcock plasmaba magistralmente la atracción por la vida de los otros. La curiosidad y el cotilleo son algo inherente al ser humano y en muchos casos puede resultar inocuo, pero también tiene sus riesgos si lleva a humillar a otras personas, sea conscientemente o no. Un extremo que preocupa especialmente cuando los protagonistas son menores.
Estos últimos días se han disparado las alarmas en centros educativos catalanes, a raíz de la aparición en las redes sociales de dos nuevas herramientas de cotilleo —las páginas informer y la aplicación para móviles Gossip—, que han llevado al límite el simple chismorreo. Se han extendido rápidamente entre institutos y universidades catalanas, convirtiéndose en una potencial arma que puede disparar los casos por ciberacoso. Los Mossos d’Esquadra han recibido, en las últimas tres semanas, seis denuncias por insultos y vejaciones relacionadas con estas aplicaciones.
“Desde el primer día sabíamos que la aplicación tendría éxito porque a la gente le gusta hablar del otro”, reconoce Ignacio Espada, de la empresa barcelonesa Crows & Dogs, creadora de Gossip (cotilleo, en inglés). La aplicación se lanzó el pasado 10 diciembre y desde entonces ya sobrepasa los 32.000 usuarios. La aplicación se organiza basándose en salas temáticas de todo tipo de ámbitos, desde un barrio a un programa de televisión, pero las alertas han saltado por la especial expansión que ha tenido el programa entre los institutos, ya que con un nombre falso o un perfil anónimo los menores pueden hacer comentarios libremente sobre sus compañeros de clase. Eso sí, con cierto límite, ya que el programa tiene un filtro de palabras prohibidas.
Las páginas informer también se están reproduciendo como setas entre los estudiantes. La primera nació en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) el 15 de enero y ya tiene 13.000 seguidores. Actualmente, muchos campus españoles y el 20% de los institutos catalanes tienen su informer. Karina Sassi, estudiante de Derecho de la UAB y creadora, junto a tres amigas, de la de este campus defiende que estas páginas sirven también como medio de expresión para personas tímidas. “El anonimato permite liberarte”, dice. De hecho, Sassi explica que esta fue la semilla que sirvió para crear la página. “Estábamos en la biblioteca y a una amiga le gustaba un chico. Entonces empezamos a pensar cómo podríamos contar este tipo de cosas sin tapujos. Y decidimos abrir una página en Facebook”, comenta.
La estudiante asegura que en su informer predominan los mensajes de amor, también de sexo. “¡Estamos en la universidad!”, apostilla, pero también información de becas o de trámites. Las creadoras de la página han tenido que afanarse mucho para revisar todos los comentarios de los usuarios antes de publicarlos. Así quieren evitar correr la suerte que han corrido otros informers, que han sido cerrados por los Mossos pocos días después de ser creados por el bajo tono de los comentarios.
¿Cómo se explica el éxito de estas aplicaciones? La respuesta está en un comportamiento tan antiguo como el ser humano: la curiosidad y el cotilleo. “Somos seres sociales y es lógico que nos interese cómo viven la vida los demás. En algunos casos es preocupación, en otros, información”, explica Juan Carlos Revilla, profesor de Psicología Social de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). “Somos cotillas porque nuestra identidad como personas está conectada a nuestra red social. Y estas se construyen compartiendo emociones. Si te pasa algo impactante, una gran alegría o un disgusto, tenemos una tendencia natural a explicarlo. A ello hay que sumar fascinación por hablar de sentimientos. Cuanto más impacto emocional, más éxito tiene en crear una fascinación por quien escucha”, abunda Guillem Feixas, catedrático de la Facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona (UB).
Pero el cotilleo también ejerce una función de autocontrol. “La transmisión de lo que hace la gente, hace una función de control social, de reprobación de malas conductas. Como sabemos que pueden contar cosas negativas sobre nosotros, somos más precavidos en nuestra conducta y así evitamos poner en entredicho nuestro buen nombre”, tercia Revilla.
El hábito de cotillear ha existido siempre, pero se ha ido adaptando a los tiempos y a las nuevas tecnologías. Si hace no muchos años los chismorreos no salían de los pequeños círculos familiares o de los pueblos, el fenómeno se magnificó con la televisión e Internet. “Desde Gran Hermano, queremos saber todo de todos y todos nos convertimos en un Gran Hermano. Con las redes sociales esto va a más. Puedes quedar a cenar con una amiga y al cabo de cinco minutos lo sabe todo el mundo. Todo es un Gran Hermano”, comenta la periodista Rosa Villacastín.
En las escuelas el cotilleo sobre compañeros y profesores también es antiguo, aunque cambian los soportes. “La antigua pintada en la pared de los servicios se convierte en un post en Facebook. El acto es el mismo, pero el daño es potencialmente mucho mayor”, reflexiona Leonardo Cervera, especialista en menores e Internet. “Antes, los alumnos se escribían papelitos y se los pasaban en clase. Ahora queda publicado en un lugar público. La crueldad es la misma, no ha cambiado con el tiempo, pero ahora se pone más en evidencia y los niños están más expuestos”, añade Anabel Ponce, profesora en el instituto Torre del Palau de Terrassa (Barcelona).
En este centro se creó un informer, pero apenas duró 24 horas. Los comentarios saltaron enseguida al terreno de las humillaciones y su director lo denunció a los Mossos. “Las cosas escritas en la página se podían haber dicho de otra forma y tenía que haber habido más control”, reconoce Noelia Ortiz, estudiante de cuarto de ESO. Noelia y otros compañeros censuran los insultos, pero reconocen que seguían el informer porque leer comentarios sobre profesores “da morbo”. “Es pura curiosidad y ver si los demás piensan lo mismo que tú de los profesores”, comenta Amira Ayouch, de segundo de ESO. “También lo miras para ver si hablan de ti”, añade Toni López, que está en primero de Bachillerato.
Pero ¿el cotilleo es malo? El creador de Gossip lo tiene claro. “Los cotilleos no son malos, lo malo es el uso que se les da y los comentarios que hace la gente para hacer daño a otros”. Todos los expertos consultados rechazan que las habladurías lleven asociada una connotación negativa y apuntan que la clave está en la intención de la persona que lanza el chismorreo.
Trazar la frontera entre el cotilleo inocente y el ofensivo no es fácil. Hay un mínimo común compartido por todos los expertos que Leonardo Cervera llama la regla de la abuelita. “Yo pido a los chavales que antes de publicar cualquier cosa en Internet se pregunten si creen que su abuela aprobaría lo que piensan publicar en la Red. Si la respuesta es negativa, lo más seguro es que no deberían hacerlo”, explica el escritor desde Bruselas. Pero no todas las personas tienen el mismo grado de tolerancia ante según qué comentarios. “Es difícil poner la frontera, no todos aceptan un comentario igual, pero también depende de cómo te lo digan y quién te lo diga”, apunta el profesor Revilla.
El mundo del chismorreo también tiene sus reglas, no todo vale. “El cotilleo es un arma de doble filo, hay que hacerlo con cuidado y no se puede decir cualquier cosa. Si de forma sistemática se difunden bulos o se hacen comentarios denigrantes, también queda en entredicho el autor del cotilleo”, aclara el profesor de la UCM. Pero estas reglas no escritas saltan por los aires cuando se trata de comentarios amparados por la capa del anonimato. “Es un problema porque entonces se puede decir cualquier cosa con impunidad”, añade.
Precisamente, el bulo y el anonimato son aliados peligrosos que en herramientas como Gossip y los informers se pueden combinar creando una fórmula explosiva especialmente dañina para los jóvenes. A pesar de esto, Ignacio Espada defiende que en toda la polémica creada estos días alrededor de su programa lo que no se debe hacer es matar al mensajero. “Nosotros hemos fabricado el papel, tú eres responsable si escribes una carta de amor o amenaza de muerte”, contesta.
¿Es posible proteger a los menores de los cotilleos y las vejaciones? Todos los expertos coinciden en apuntar que esto es una misión imposible porque los chismorreos siempre han existido y siempre existirán. El problema es que lo que antes era un fenómeno localizado (como las pintadas en los lavabos), ha pasado a compartirse a través de Internet y a ser visible para todos, con lo que la humillación es mucho mayor. Por este motivo, los entendidos apuntan que hace falta incidir en dos aspectos esenciales: evitar que estos comentarios se lleguen a producir y, en el caso de que se produzcan, dotar a los jóvenes de armas y recursos para minimizar su impacto psicológico.
Para controlar los cotilleos, algunas voces apuntan que se debería retrasar el máximo tiempo posible el hecho de que los adolescentes lleven en el bolsillo móviles con conexión a Internet. “¿Por qué los padres regalan a los hijos un smartphone? Para que no moleste. Es como cuando pedían unas deportivas. Los padres quieren que su hijo sea su vivo reflejo, así que no puede parecer pobre. Por eso le compran cosas caras. Pero unas Nike no tienen el mismo peligro que un teléfono”, razona Espada.
Otras voces, en cambio, consideran que prohibir no es la solución, y menos cuando se trata de herramientas tecnológicas. Es preferible enseñarles a usarlas bien. “Como no se trata de parar un avance tecnológico (que por otra parte es imparable), lo que hay que hacer es informar y concienciar, sobre todo a los más jóvenes, sobre las consecuencias de sus actos en Internet. Y en esto tienen idéntica responsabilidad las Administraciones públicas como las familias. Hay que pedirles que extremen el cuidado, como cuando les pedimos que miren a ambos lados al cruzar la calle o se pongan el casco cuando van en moto”, asegura Cervera. Juan Carlos Revilla también se muestra partidario de que los adolescentes tengan móvil, aunque reconoce que el control paterno a veces tiene sus dificultades. “La tecnología va muy rápida y los padres tardan en conocer la existencia de estos programas”.
También es conveniente el refuerzo psicológico. “Hay que educar a los niños que en el fondo las palabras se las lleva el viento y que aunque quede publicado, tiene una vida efímera”, apuesta el cocreador de Gossip.
Que las familias controlen las actividades de sus hijos es importante, especialmente porque cuando se hace uso de estas aplicaciones es mayoritariamente fuera de la escuela. Pero esto no es suficiente, señalan los expertos. “Cuando los chicos llegan a casa y ponen la televisión, ¿qué se encuentran? Programas de cotilleo. Es el modelo que tenemos”, incide Juan Alberto Estallo, psicólogo del Parc Salut Mar y experto en psicopatología de la tecnología. Guillem Feixas también reclama a los padres responsabilidad en su conducta y pone un símil cristalino: “¿Cómo hacemos que los niños lean libros si los padres no leen ni tienen ningún libro en casa?”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario