Manuel Vicent
MANUEL VICENT 20 ENE 2013
Aunque el hedor sea ya insoportable, hay que celebrar que toda la basura de la política salga a la superficie, porque eso significa que las bombas de achique funcionan perfectamente. Se da por descontado que, dejado a su aire, el poder es una fuente inagotable de perversión, pero la democracia, entre otras cosas, es una máquina de picar la carne de la clase política y servirla en bandeja a la opinión pública. En este caso se pueden hacer albóndigas para todos los gustos. El primer decreto de un dictador consiste en impedir que la corrupción emerja a la superficie para atribuirse el mérito de haber regenerado el sistema. Se trata solo de una apariencia. La mierda permanece sumergida. En este país la asfixia social que produce la corrupción ha llegado al límite. Los medios de información sacan cada día al portal la correspondiente bolsa de basura, mejor o peor clasificada, según su estilo, una basura que nadie recoge. Es como si en una huelga las bolsas negras malolientes acumuladas en las esquinas obligaran al ciudadano a transitar con mascarilla e incluso amenazaran con impedir la circulación. Debemos felicitarnos porque las bombas de achique funcionen, pero aquí ningún partido político se hace cargo ni se siente responsable de la basura amontonada en la calle. El humor y la sátira corrosiva contra el poder sirven de escape, pero en esta sociedad atormentada por la crisis el sarcasmo ya no vale. El escándalo de la corrupción creciente, agobiante y reiterada está a punto de provocar un salto cualitativo en la convivencia. Puesto que la clase política no asume la obligación de recoger la basura propia es posible que la ciudadanía decida quemarla en medio de las plazas con un ritual público de exorcismo y purificación del sistema. En este país los partidos políticos están jugando con fuego. Sin necesidad de invocar al profeta Isaías habrá que advertir que se acerca el momento en que una chispa, cualquier desgracia imprevisible, puede sintetizar toda la frustración, la cólera y el odio suspendidos en el aire, alimentados por la miseria, y producir una descarga explosiva, que se llevará por delante, no solo a esa pandilla de políticos golfos, sino el sueño de un país que un día apostó por la libertad y la democracia.
Aunque el hedor sea ya insoportable, hay que celebrar que toda la basura de la política salga a la superficie, porque eso significa que las bombas de achique funcionan perfectamente. Se da por descontado que, dejado a su aire, el poder es una fuente inagotable de perversión, pero la democracia, entre otras cosas, es una máquina de picar la carne de la clase política y servirla en bandeja a la opinión pública. En este caso se pueden hacer albóndigas para todos los gustos. El primer decreto de un dictador consiste en impedir que la corrupción emerja a la superficie para atribuirse el mérito de haber regenerado el sistema. Se trata solo de una apariencia. La mierda permanece sumergida. En este país la asfixia social que produce la corrupción ha llegado al límite. Los medios de información sacan cada día al portal la correspondiente bolsa de basura, mejor o peor clasificada, según su estilo, una basura que nadie recoge. Es como si en una huelga las bolsas negras malolientes acumuladas en las esquinas obligaran al ciudadano a transitar con mascarilla e incluso amenazaran con impedir la circulación. Debemos felicitarnos porque las bombas de achique funcionen, pero aquí ningún partido político se hace cargo ni se siente responsable de la basura amontonada en la calle. El humor y la sátira corrosiva contra el poder sirven de escape, pero en esta sociedad atormentada por la crisis el sarcasmo ya no vale. El escándalo de la corrupción creciente, agobiante y reiterada está a punto de provocar un salto cualitativo en la convivencia. Puesto que la clase política no asume la obligación de recoger la basura propia es posible que la ciudadanía decida quemarla en medio de las plazas con un ritual público de exorcismo y purificación del sistema. En este país los partidos políticos están jugando con fuego. Sin necesidad de invocar al profeta Isaías habrá que advertir que se acerca el momento en que una chispa, cualquier desgracia imprevisible, puede sintetizar toda la frustración, la cólera y el odio suspendidos en el aire, alimentados por la miseria, y producir una descarga explosiva, que se llevará por delante, no solo a esa pandilla de políticos golfos, sino el sueño de un país que un día apostó por la libertad y la democracia.
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