Don DeLillo
El primer Don DeLillo
Con 'Americana' el escritor neoyorquino emprendió una trayectoria que lo sitúa como uno de los grandes autores estadounidenses del siglo XX. Seix Barral está reeditando su obra.
MANUEL BAREA | ACTUALIZADO 29.01.2013Americana. Don DeLillo. Trad. Gian Castelli Gair. Seix Barral. Barcelona, 2013. 504 páginas. 22 euros.En su tarea por acercar al gran público -oteando también en el horizonte del negocio la posibilidad de ser en España la editora de un próximo Nobel- la obra del estadounidense Don DeLillo, Seix Barral ha enviado recientemente a las librerías Americana, la primera novela del escritor nacido en el Bronx neoyorquino en 1936. Significar tan meritoria labor de esta editorial quedaría incompleto si al tiempo no se recordara que fue otro sello, Circe, el que mucho antes intentó con denuedo, y me da que no con todo el éxito que esperaba, instalar temporalmente a DeLillo en los anaqueles de las librerías españolas antes de que se quedase a vivir para siempre en las bibliotecas privadas. En la mayoría de los casos emprendió el viaje de vuelta a esperar en las naves industriales de los arrabales literarios a que llegara la hora de salir de gira con las ferias del libro antiguo y de ocasión, preferentemente en verano en esos mercadillos librescos que comparten solares en los pueblos de la costa con chiringuitos y pistas de coches choque (fue el caso de Libra, la particular zambullida de DeLillo en el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, que Ediciones B trajo a España en 1989).
Americana aterrizó aquí en 1999. Como antes lo hicieron, siempre en versión castellana a cargo de Gian Castelli, Los nombres y Mao II, allá por la Olimpiada barcelonesa y la Expo sevillana -año en que un ya enaltecido Paul Auster dedicaba Leviatán, no en vano su novela más política, a un tal Don Delillo-; la magistral Ruido de fondo (1994), una de las novelas del siglo pasado cuyos personajes más estremecieron al lector con sus diálogos sobre la muerte; y también Fascinación (en 1997), delirante historia sobre una oscura película porno protagonizada por Hitler rodada días antes de volarse la tapa de los sesos en el búnker. Ya en 2000 Circe puso en nuestras manos la mayor aproximación de DeLillo a ese mito conocido como La Gran Novela Americana, Submundo, la obra que hizo proclamar al canónico Bloom que el autor, junto con Pynchon y Roth, forma la santísima trinidad de las letras anglosajonas. Y posteriormente entregó Body Art y una de las reflexiones más lúcidas escritas sobre el porvenir que emergió de las cenizas del 11-S, En las ruinas del futuro, "presa de la simplicidad medieval, de las viejas y parsimoniosas furias de la degollina religiosa".
Dicho todo esto -y disculpen el tributo a Circe, pero fue la que nos presentó a DeLillo-, qué es Americana, además del primer libro de quien está considerado, cuando se aproxima a los ochenta años, como uno de los grandes narradores estadounidenses que, por lo demás, no tiene intención de retirarse: ahí anda, enfrascado en otra novela, llevando la contraria a quienes no paran de pagarle la esquela (a la novela, no a él). En Americana está el individuo. Solo. Sí, rodeado de gente, pero a la manera en que lo describió Huxley: "Vivimos juntos y actuamos juntos y reaccionamos los unos sobre los otros, pero siempre, en todas las circunstancias, estamos solos". Será esta una obsesión de DeLillo durante buena parte de su trayectoria y, por lo tanto, es obvio, eso se reflejará en bastantes de los libros que seguirán a éste.
El escritor invierte un lustro en Americana. Tiene su importancia el año en que comienza su redacción: 1966. El país no se ha desprendido aún de las miasmas de la pesadilla en Elm Street de tres años antes cuando se abisma en la Era del Embuste: Lyndon B. Johnson, que había dicho que no mandaría a los muchachos norteamericanos a miles de kilómetros a hacer lo que deben hacer los vietnamitas, autoriza los bombardeos en masa, el napalm, el agente naranja, y la jungla fosfatinada y los cadáveres de los jóvenes marines, o sus pedazos, envasados en bolsas negras para el regreso a casa, entran en los hogares a través de la televisión. El ojo que todo lo ve pero que enseña sólo lo que los ejecutivos de una cadena quieren que veamos.
David Bell, el protagonista de Americana, trabaja en una de esas corporaciones. No le va mal. Es exitoso. Es guapo.Tiene 28 tacos. La vieja Indochina le queda lejos. Su conflicto -y su tedio- está en la oficina. Y dentro de él. Está rodeado por los demás. Hay muchas personas a su alrededor. Esta solo. Está harto: amistades extraviadas, matrimonio roto, ligues inconfesables... Y un trabajo que empieza a transitar más los caminos de la infamia que de la gloria. Y Bell tiene una ocurrencia, muy americana, por cierto: la fuga, la escapada, la búsqueda de la frontera.
Su idea, que plantea a la cadena, es hacer un documental sobre los indios navajos. Para eso hay que enfilar la carretera (Kerouac y compañía). La proposición es sólo el pretexto de Bell para quitarse de en medio, para dejar de preguntarse al día siguiente y al otro por qué esa rutina. Esa tribu es lo de menos. La road movie que se despliega a lo largo de las páginas de Americana-novela visual, cinematográfica- es en realidad el viaje interior del protagonista, que evoca sus intimidades en conexión permanente con el tiempo y el país que le ha tocado vivir. La primera novela de DeLillo, su historia seminal, que es la de su personaje, está trufada de todos los signos culturales e históricos que imprimieron la personalidad de alguien que estaba a poco de cumplir los treinta en la Norteamérica de esos años: David Bell, un joven tan prometedor como hastiado del jodido sueño americano. Suena en las páginas de Americana un disco de John Coltrane y se oye el Subterranean Homesick Blues de Dylan, alguien menciona a Buck Mulligan, y Burt Lancaster y Deborah Kerr y Montgomery Clift son fetiches en la cinefilia de Bell... Alimentos sin fecha de caducidad que hacen posible que no desfallezcamos.
Como ya lo es la obra de DeLillo, que vio publicada esta novela en 1971. Cosechó los primeros elogios. Empezó a hornear el calificativo de genio, que tomaría forma definitiva con Ruido de fondo y Submundo. El autor británico Martin Amis -su frase ha servido para la faja publicitaria que ciñe el libro reeditado- escribió que cuando se lee un libro de DeLillo ya se quieren leer todos. Es verdad, incluso esos por los que se le ha reprochado no estar a la altura - El hombre del salto, sobre los ataques del 11-S, decepcionó a muchos-. Americana da la razón a Amis. Y se trata de una buena excusa para leerlo. Fue el primer DeLillo. Después hubo más.
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