En "El País":
El periodismo libre, en un texto inédito de Albert Camus
Las autoridades francesas de Argelia lo vetaron en 1939, durante la Segunda Guerra Mundial
Es un manifiesto del autor de 'La peste' a favor del periodismo libre en tiempos de conflicto
Fue encontrado en los Archivos de Ultramar de Aix-en-Provence
MIGUEL MORA París 16 MAR 2012
El 25 de noviembre de 1939, cuando Francia empezaba a gangrenarse por el miedo a la invasión alemana y sus élites políticas y periodísticas se disponían a entregarse sin pudor al III Reich, Albert Camus escribió un artículo para Le Soir républicaine, el periódico de una sola página a dos caras del que era codirector en Argel. En Francia regía la censura, y el texto no llegó a publicarse nunca. Lógico, porque en apenas tres folios el autor de El extranjero bordaba un alegato por la libertad de prensa. Al defender la utilidad del oficio de informar en tiempos de guerra, Camus sostuvo el derecho de cada ciudadano a elevarse sobre el colectivo para construir su propia libertad, y definió los cuatro mandamientos del periodismo libre: lucidez, desobediencia, ironía y obstinación. Son, casualmente, los puntos cardinales que inspiraron su obra novelesca y filosófica.
El espléndido texto ha salido del agujero negro del tiempo gracias a una colaboradora de Le Monde, Macha Séry, que lo encontró en los Archivos Nacionales de Ultramar (Aix-en-Provence). El diario vespertino lo publicó este jueves en sus páginas culturales, y en el Salón del Libro de París todos hablaban del artículo y del último libro de Michel Onfray, El orden libertario, que traza una comparación entre Camus y Jean-Paul Sartre especialmente odiosa para el segundo.
“Es difícil evocar hoy la libertad de prensa sin ser tachado de extravagancia, acusado de ser Mata-Hari o siendo convencido de que eres sobrino de Stalin”. Así empieza el artículo, que enseguida sienta su tesis: la libertad de prensa “es solo una cara más de la libertad tout court”, y la “obstinación en defenderla” obedece a que, sin ella, “no habrá forma de ganar realmente la guerra”.
Camus aborda la injusticia de que los grandes medios nacionales pudieran publicar en aquellos meses artículos que en los diarios de ultramar eran sistemáticamente censurados. Y escribe: “El hecho de que un periódico dependa de la competencia o del humor de un hombre demuestra mejor que cualquier otra cosa el grado de inconsciencia al que hemos llegado”.
Con la sobria sagacidad del clásico, prosigue: “Uno de los buenos preceptos de una filosofía digna de ese nombre es el de jamás caer en lamentaciones inútiles ante un estado de cosas que no puede ser evitado. La cuestión en Francia no es hoy saber cómo preservar la libertad de prensa. Es la de buscar cómo, ante la supresión de esas libertades, un periodista puede mantenerse libre. El problema no concierne a la colectividad. Concierne al individuo”.
Los medios y condiciones para que un periodista independiente no pierda su libertad “ante la guerra y sus servidumbres” son cuatro: lucidez, rechazo, ironía y obstinación. La lucidez, porque “supone la resistencia a los mecanismos del odio de la ira y el culto a la fatalidad”. Según Camus, “un periodista, en 1939, no se desespera y lucha por lo que cree verdadero como si su acción pudiera influir en el curso de los acontecimientos. No publica nada que pueda excitar el odio o provocar desesperanza. Todo eso está en su poder”.
“Frente a la creciente marea de la estupidez, es necesario también oponer alguna desobediencia”, continúa Camus. “Todas las presiones del mundo no harán que un espíritu un poco limpio acepte ser deshonesto”, decía. Y luego: “Es fácil comprobar la autenticidad de una noticia. Y un periodista libre debe poner toda su atención en ello. Porque, si no puede decir todo lo que piensa, puede no decir lo que no piensa o lo que cree que es falso. Esta libertad negativa es, de lejos, la más importante de todas”, ya que permite “servir a la verdad en la medida humana de sus fuerzas”, o “al menos rechazar lo que ninguna fuerza le podría hacer aceptar: servir a la mentira”.
La tercera condición para ser libres es la ironía: “No vemos a Hitler, por poner un ejemplo entre otros posibles, utilizar la ironía socrática”, escribe Camus. “La ironía es un arma sin precedentes contra los demasiado poderosos. Completa a la rebeldía en el sentido de que permite no solo rechazar lo que es falso, sino decir a menudo lo que es cierto”.
Para cumplir lo anterior, la cuarta regla indispensable es “un mínimo de obstinación para superar los obstáculos que más desaniman”, a saber: “La constancia en la tontería, la abulia organizada, la estupidez agresiva”.
¿Y después de la guerra?, acaba preguntándose Camus. “Hará falta probar con un método del todo nuevo que sería la justicia y la generosidad. Pero esto solo se expresa en los corazones ya libres y los espíritus todavía clarividentes. Formar esos corazones y esas almas, o mejor despertarlos, será la tarea a la vez modesta y ambiciosa que tocará al hombre independiente. La historia tendrá o no en cuenta estos esfuerzos. Pero habrá que hacerlos”.
Quizá lo más fascinante del rescate es que, 73 años después, el manifiesto de Camus sigue teniendo toda vigencia, humana y periodística. Francia no está en guerra y no existe la censura, pero ahí está la actitud monárquica de sus gobernantes ante la prensa; la promiscuidad entre las clases política, empresarial y mediática, la uniformidad obediente y temerosa de tantos medios.
En noviembre de 1939, Camus decía que los “artículos más valientes se publican en Le Canard enchaîné. En marzo de 2012 sigue siendo verdad. Como todo lo demás.
A CONTINUACIÓN, EL ARTÍCULO:
Es difícil evocar hoy la
libertad de prensa sin ser tachado de extravagante, acusado de ser
Mata Hari, de verse tratado como el sobrino de Stalin. Sin embargo,
esta libertad es sólo una cara entre otras de la libertad en sentido
estricto y se comprenderá nuestra obstinación en defenderla si se
admite que no hay otra forma de ganar realmente la guerra.
Es verdad, toda libertad
tiene sus límites. Aunque tendrán que ser libremente reconocidas.
Acerca de los obstáculos que son aportados hoy a la libertad de
pensamiento, hemos dicho por otra parte todo lo que pudimos decir y
diremos todavía, y hasta la saciedad, todo lo que será posible
decir. En particular, no nos sorprenderá jamás lo suficiente, una
vez impuesto el principio de la censura, que la reproducción de los
textos publicados en Francia y apuntados por los censores
metropolitanos sea prohibida al Soir Républicain, por ejemplo. El
hecho de que a propósito un periódico dependa del humor o de la
capacidad de un hombre demuestra mejor que cualquier otra cosa el
grado de inconsciencia al que hemos llegado.
Uno de los buenos
preceptos de una filosofía digna de ese nombre es el de jamás caer
en lamentaciones inútiles ante un estado de cosas que no puede ser
evitado. La cuestión en Francia ya no es hoy saber cómo preservar
la libertad de prensa. Es la de buscar cómo, ante la supresión de
esas libertades, un periodista puede seguir siendo libre. El problema
no concierne a la colectividad. Concierne al individuo.
Y justamente lo que nos
agradaría definir aquí son las condiciones y los medios a través
de los cuales, en el seno mismo de la guerra y de sus servidumbres,
la libertad puede ser, no sólo preservada, sino también
manifestada. Estos medios son cuatro: la lucidez, el rechazo, la
ironía, la obstinación.
La lucidez supone la
resistencia a las invitaciones al odio y al culto de la fatalidad. En
el mundo de nuestra experiencia, todo puede ser evitado. La guerra
misma, que es un fenómeno humano, puede ser en todo momento evitado
o detenido por medios humanos. Es suficiente con conocer la historia
de los últimos años de la política europea para estar seguros de
que la guerra, cualquiera sea, tiene causas evidentes.
Esta visión clara de las
cosas excluye el odio ciego y la desesperanza que deja hacer. Un
periodista libre, en 1939, no se desespera y lucha por lo que cree
verdadero como si su acción pudiera influir en el curso de los
acontecimientos. No publica nada que pueda excitar el odio o provocar
la desesperanza. Todo eso está en su poder.
Frente a la marea
creciente de imbecilidad, es necesario igualmente oponer algunos
rechazos. Todos los condicionamientos del mundo no harán que un
espíritu limpio acepte ser deshonesto. Ahora bien, y aun conociendo
poco del mecanismo de las informaciones, es fácil asegurarse la
autenticidad de una noticia. Es a ello que el periodista libre debe
dedicar toda su atención. Si no puede decir todo lo que piensa,
puede no decir lo que no piensa o lo que cree falso. Es así que un
diario libre se mide tanto por lo que dice como por lo que no dice.
Esta libertad completamente negativa es, de lejos, la más importante
de todas, si se la sabe mantener. Dado que prepara el advenimiento de
la verdadera libertad. En consecuencia, un diario independiente
ofrece el origen de sus informaciones, ayuda al público a
evaluarlas, repudia el abarrotamiento de los cerebros, suprime las
invectivas,
mitiga mediante comentarios la uniformización de las informaciones,
en breve, sirve a la verdad en la medida humana de sus fuerzas. Esta
medida, tan relativa como puede serlo, le permite al menos rechazar
lo que ninguna fuerza en el mundo podría hacerle aceptar: servir a
la mentira.
Llegamos así a la
ironía. Podemos decir en principio que un espírtitu que tiene el
gusto y los medios de imponer la coacción es impermeable a la
ironía. No vemos a Hitler, por tomar un ejemplo entre otros,
utilizar la ironía socrática. Lo que implica entonces que la ironía
se vuelve un arma sin precedentes contra los demasiado poderosos.
Completa la negativa en el sentido que permite no sólo rechazar lo
que es falso, sino decir frecuentemente lo que es la verdad. Un
verdadero periodista libre, en 1939, no se hace demasiada ilusión sobre
la inteligencia de aquellos que lo oprimen. Es pesimista respecto del
hombre. Una verdad enunciada con un tono dogmático es censurada
nueve veces sobre diez. La misma verdad dicha agradablemente no lo es
más que cinco veces sobre diez. Esta disposición describe de manera
bastante exacta las posibilidades de la inteligencia humana. Esta
explica además que los diarios franceses como Le Merle o Le Canard
Enchaîné puedan publicar regularmente los artículos de tanto
coraje que conocemos. Un periodista, en 1939, es por lo tanto
forzosamente irónico, aunque a menudo sea a riesgo de su propio
cuerpo. Pero la verdad y la libertad son amantes poco exigentes dado
que tienen pocos amantes.
Esta actitud del espíritu
brevemente definida es evidente que no podría sostenerse
eficazmente sin un mínimo de obstinación. Hay suficientes
obstáculos a la libertad de expresión. No son los más severos los
que pueden desalentar un espíritu. Las amenazas, las suspensiones,
las persecuciones producen generalmente en Francia el efecto
contrario a lo que se proponen. Debe convenirse que hay obstáculos
desalentadores: la constancia en la tontería, la apatía organizada,
la ininteligencia agresiva, y detengámonos aquí. Allí está el
gran obstáculo que vencer. La obstinación es una virtud cardinal. Por
una paradoja curiosa pero evidente, se pone al servicio de la
objetividad y de la tolerancia.
Estas son un conjunto de
reglas para preservar la libertad hasta el seno de la servidumbre. ¿Y
después?, diríamos. ¿Después? No nos apuremos tanto. Si cada
francés quisiera mantener en su esfera todo lo que cree verdadero y
justo, si quisiera ayudar desde su condición débil a mantener la
libertad, resistir el abandono y dar a conocer su voluntad, entonces
y sólo entonces esta guerra estará ganada, en el sentido profundo
del término.
Sí, es frecuentemente a
riesgo de su cuerpo que el espíritu libre de este siglo hace sentir
su ironía. ¿Qué puede encontrarse de agradable en este mundo
incendiado? Pero la virtud del hombre consiste en mantenerse enfrente
de lo que lo niega. Nadie quiere recomenzar dentro de veinticinco
años la doble experiencia 1914 y 1939. Entonces hay que ensayar un
método todo novedoso que es la justicia y la generosidad. Pero éstas
sólo se expresan en los corazones libres y en los espíritus todavía
clarividentes. Formar estos corazones y estos espíritus,
despertarlos antes, es la verdadera tarea a la vez modesta y
ambiciosa que le toca al hombre independiente. Hay que hacerlo sin
pensar mas allá. La historia tendrá o no en cuenta esos esfuerzos.
Pero habrán sido hechos.
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