En "El País":
ALMUDENA GRANDES 10 SEP 2012
De un tiempo a esta parte, siento que mis percepciones se tambalean. Mi capacidad para entablar relaciones con la realidad está herida de muerte por la obstinación de unos acontecimientos empeñados en desmentir la experiencia acumulada a lo largo de mi vida. Y me temo que el error no está en mis ojos, sino en el paisaje que contemplan.
Este fenómeno, que comenzó en la última etapa de Zapatero, se ha ido agudizando cruelmente desde entonces. La oposición que ejercía el PP, dispuesto a llevarse por delante lo que fuera con tal de conquistar el poder, me persuadió de que Rajoy contaba con algunas garantías ocultas, capaces de transformar en un golpe magistral lo que parecía un suicidio clamoroso. Consumado el suicidio en toda su implacable magnitud, me enfrento cada día a la incomprensible saña de un moribundo que, después de ahorcarse, se cose a sí mismo a puñaladas. Una despiadada maquinaria nos guía hacia la hecatombe con pulso firme. Las últimas medidas anticrisis del gobierno, liquidación de servicios públicos asociada a una constante escalada de impuestos indirectos, que encogerán aún más el consumo y repercutirán en la ruina de muchas pequeñas empresas y comercios, que enviarán a su vez al paro a más trabajadores para crear no sólo una angustia incomparable en miles de familias, sino un incremento en el pago de subsidios que engrosará la deuda de un estado hipotecado hasta las cejas, arrojan ya datos apocalípticos. En 2020, el pago de los intereses de la deuda equivaldrá al 100% del PIB. En estas condiciones, la sonrisa de Rajoy, las declaraciones de Guindos, las intuiciones de Aguirre, me sumen en una estupefacción para la que no encuentro adjetivos.
Los gobiernos suicidas son muy peligrosos. Cuando no tengan bastante con pedirnos que nos abrochemos el cinturón, empezarán a exigirnos que nos cortemos las venas.
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