CARLOS BOYERO San Sebastián 24 SEP 2012
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El artista y la modelo es una película muy púdica aunque durante casi todo el metraje la pantalla esté ocupada por una mujer desnuda, sensual, natural, sin depilar, alguien que desprende vida. Es púdica porque se niega a subrayar los sentimientos (y hay en ella muchos, profundos y complejos) con el agradecido recurso de la música. Habla entre otras cosas, como afirma su altivo y torturado protagonista, de comenzar por fin a entender la vida cuando sabes que ha llegado la hora de partir. Habla del obsesivo y casi siempre fracasado intento de encontrar la belleza artística y saber plasmarla. Habla de la trágica despedida de esas cosas que hacen vivible la vida. Ocurre en un pueblo de los Pirineos franceses en el año 1943. Un pueblo, un ambiente, una luz, unos personajes, unas sensaciones, un aroma, una forma de narrar que es vocacionalmente deudora por parte de Fernando Trueba del espíritu y la estética con la que concibió François Truffaut El niño salvajey Jules et Jim y, cómo no, del Jean Renoir que rodaba en blanco y negro películas tan emocionantes como perdurables.
El anciano que la protagoniza es un escéptico sobre la naturaleza humana, capaz esta de repetir ancestral e incansablemente la barbarie que suponen las guerras, y en posesión como única bandera del poder milagroso del arte. Aunque su rostro y su actitud denotan estar familiarizados con la depresión, este escultor gruñón todavía dispone de cosas muy gratas, como que la mujer de hermosura legendaria (a la que coherentemente encarna Claudia Cardinale) que fue su modelo cuando era joven siga compartiendo su cama y su existencia con él cuando el telón está a punto de cerrarse. Los ojos de este hombre siguen fijándose en la naturaleza con una visión privilegiada y enamorada. Sus sentidos no han olvidado el inmenso placer que supone saborear unas gotas de aceite de oliva, beber vino y deleitarse observando el cuerpo de una mujer. Y aún le queda la posibilidad de recibir el regalo definitivo, encontrar la definitiva idea para crear su obra maestra, esculpiendo a una mujer joven y luminosa a pesar de llevar mucho tiempo educada en la supervivencia más dura. Ella le dará muchas cosas con las que el artista ya no se atrevía a soñar. Él le enseñará en una secuencia preciosa a ver el fondo y el proceso del arte más sublime a través del dibujo que hizo Rembrandt de una familia, los trazos que utilizó para retratar los sentimientos y la vida.
Hay muchas cosas que me fascinan en esta película a contracorriente, profunda, escrita con mimo por Carrière y por Trueba, realizada con cerebro, corazón y amor, con el ritmo y la pausa que necesita la historia, con capacidad de sugerencia, alegre y trágica. Jean Rochefort impresiona. Por su pinta, por lo que representa, lo que dice, lo que expresa, lo que insinúa y lo que calla. El tiempo no se ha ensañado con Claudia Cardinale, una de las dos o tres mujeres más guapas que ha filmado nunca la cámara y su voz mantiene aquel erotismo ronco. Hay que tener mucha confianza en tu director y un coraje notable para atreverse como hace Aida Folch a mostrar tu desnudez plano tras plano. La apuesta, a todos los niveles, era arriesgada. Yo creo que Fernando Trueba la ha ganado. Le sobran razones para estar muy contento con lo que ha hecho. El resultado estético y ético está a la altura de la ambiciosa propuesta.
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