Juan José Millás
JUAN JOSÉ MILLÁS 7 SEP 2012
Distinguimos con la expresión cine de autor una serie de películas poseedoras de un sello especial, que las diferencia del resto porque su director también es único. Habría así, por entendernos, unas películas equivalentes a lo que en los productos del supermercado llamamos “marcas blancas”, cuya autoría sería intercambiable, y unas películas con etiqueta de prestigio. La idea funciona también en relación a la comida (cocina de autor) y a la arquitectura (arquitectura de autor). Pero jamás se dice, por ejemplo, novela de autor,como si todas las novelas, incluso las menos originales, fueran responsabilidad del que las firma.
Ahora mismo estoy en la cola de la pescadería, observando a la gente, preguntándome si entre quienes esperamos que nos llegue el turno hay alguna biografía de autor. La expresión hacerse a sí mismo evoca el concepto de autoría. El pescadero, por lo que sé de él, pertenece a esta clase de gente hecha a sí misma. También hay quienes se deshacen a sí mismos. Está más valorado socialmente hacerse, pero deshacerse tiene su mérito, no basta con dejarse llevar. Deshacerse a lo grande vendría a ser como desdirigir Ciudadano Kane o desescribir Madame Bovary. Dos tareas colosales que nadie ha sido todavía capaz de emprender. Los boquerones forman una masa indiferenciada, como si no hubiera entre ellos ningún pez de autor. Las lubinas son de piscifactoría, lo que significa que, lejos de hacerse a sí mismas, han sido hechas por la técnica. Observo, en cambio, sobre el mostrador un rape enorme, con cara de muerto, que merecería ir firmado. Pero no sabemos de quién es. Tampoco sabemos de quién es El lazarillo de Tormes, un libro de autor donde los haya. Cuando me llega el turno, pido unos boquerones que freiré rebozados en harina y huevo. Un plato del montón para un jueves sin marca, como el champú.
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