Carteles contra el Gobierno en el Parlamento de Portugal / FRANCISCO SECO ("El país")
La austeridad asfixia Portugal
A pesar de haber cumplido todas las condiciones del rescate, un país empobrecido ve cada vez más lejos la salida de la crisis
ANTONIO JIMÉNEZ BARCA Lisboa 16 SEP 2012
Tras los informes macroeconómicos, las cuentas de la OCDE y las previsiones de laboratorio está la gente: “Tengo 38 años y tres hijos. El mayor, de ocho años. El menor, de dos. Hace 20 meses, mi marido, que es economista, ganaba 3.000 euros, y yo, 1.500. Vivíamos muy bien en Lisboa. Ahora, mi marido gana 2.800, y yo, nada, porque estoy en el paro. Trabajaba en una productora. El año que viene mi marido ganará 2.600, más o menos. Ya no vamos de vacaciones al Algarve. Vamos al pueblo. Ya no podemos apuntar a los niños a las actividades extraescolares. Se quedan en casa. Ya no hay dinero para una empleada de hogar. Lo hago yo. Ya no voy al gimnasio del barrio, que por cierto está vacío. Ya no me compro libros o voy al cine como antes, sin mirar el dinero. Todo ha ido a peor”. La mujer, que prefiere no decir su nombre, colabora de voluntaria en una ONG portuguesa, y añade mirando de frente: “Antes íbamos todos los viernes a un restaurante al centro comercial a comer. Ahora no. No solo por el dinero, sino por reeducar a los niños. Mis padres me educaron en el ahorro, venían de un mundo duro. Pero mis hijos han crecido en un entorno pudiente que me temo que va a desaparecer para siempre. Se van a tener que acostumbrar a vivir peor de lo que han vivido hasta ahora. Hay que alertarles”.
La mujer pertenece al sector más privilegiado de la clase media portuguesa (el sueldo medio en Portugal gira en torno a los 800 euros), pero ilustra el despojamiento progresivo de la población. Porque es esta clase media la que soporta casi por entero el peso creciente de la crisis económica y la que comprueba con espanto y amargura cómo día a día desde hace más de un año y medio, fecha en que Portugal pidió un rescate económico, su vida se empobrece y empeora en un constante retroceso de pesadilla. La misma clase social que soportará también las nuevas medidas de recorte anunciadas la semana pasada por el primer ministro portugués, el conservador Pedro Passos Coelho. El viernes 7 de septiembre, en un discurso televisado en horario de máxima audiencia, el dirigente luso anunció que a partir de enero todos los trabajadores cobrarán menos debido a un aumento de 7 puntos porcentuales en sus contribuciones a la Seguridad Social. Tras las oportunas cuentas, los asalariados calcularon que, en líneas generales, el año que viene perderán el equivalente a un salario entero repartido en 12 meses. Los funcionarios y pensionistas que ganan más de 1.100 euros aún estarán peor, ya que pierden dos salarios: uno en forma de paga extra volatilizada y el otro recortado también en 12 meses.
Celia Cameira es profesora de instituto en Lisboa y ganaba hace dos años 1.700 euros. Ahora ingresa, tras repetidas subidas de impuestos, 1.500. En verano no cobró paga extra. Ni la cobrará en Navidad. Exactamente igual que su marido, que también es profesor. Así que su casa se ha visto de golpe con cuatro mensualidades menos al año: “Como todo el mundo, empleábamos las pagas extra no para irnos de fiesta, sino para pagar el seguro de la casa, el seguro del coche o los arreglos de esto y lo otro. Ahora, por ejemplo, me llevo la comida al trabajo, como todos los profesores, ya no vamos a la casa de comidas, ya no compramos nada, porque con el IVA está todo muy caro, ni vamos al cine, como íbamos antes mi marido y yo. Y el año que viene será peor, pues dejaremos de comprar ropa, por lo menos para nosotros dos, a fin de comprársela a nuestra hija de diez años, y buscaré por los supermercados la marca blanca más barata en todo”.
Tras un año y medio de medias de austeridad (Portugal fue rescatada en abril de 2011), los portugueses sienten que no pueden más: en 2012 subió el IVA hasta el 23%, subió el impuesto de la renta, subieron las tarifas médicas (ir al médico de familia cuesta 5 euros, ir a urgencias, 20) y subieron los transportes públicos. No pueden más, dicen. Y sin embargo, van a tener que hacerlo: tres días después de que Passos Coelho anunciase la bajada general de sueldos, el ministro de Finanzas, Vítor Gaspar, remachó la situación dando a conocer más recortes aún: subida en el impuesto de la renta en determinadas franjas, endurecimiento de las condiciones para determinados subsidios sociales y más ahorro estatal en salud y educación, entre otras medidas. A cambio, también informó de que la troika acreedora (los representantes del FMI, el BCE y la UE que prestaron los 78.000 millones de euros a Portugal y que trimestralmente visitan en país para examinar sus cuentas públicas) daba un año más de plazo para alcanzar el objetivo de déficit. En teoría, Portugal iba a reducir el desequilibrio hasta el 4,5% del PIB este año. Dadas las magras recaudaciones, esta cifra subirá casi al 6%, y ese 4,5% queda para el año que viene. Y el original 3% para 2013 se pospone a 2014.
Esta, que en teoría era una buena noticia (un año más de plazo, un cierto desahogo), dadas las últimas noticias del Gobierno y los nuevos recortes anunciados, se ha convertido para los portugueses en un año más de agonía. Y lo que es peor: en una falta de confianza de la población tras comprobar que, a pesar de desempeñar el papel de alumno ejemplar de la Unión Europea a diferencia de Grecia y de cumplir sin rechistar las exigencias de la troika, los objetivos de déficit no se alcanzan y la meta se aleja. Como alguien que patalea en un pozo de arenas movedizas: cuanto más se mueve, más se hunde.
“Hasta el viernes en que habló el primer ministro, la economía portuguesa estaba herida de muerte. Pero las personas creían en lo que hacían. Ahora se ha trazado una línea divisoria, la gente ha dejado de creer y la sociedad también está herida de muerte”, explica el economista ligado al Bloque de Izquierda Pedro Reis. El exsecretario general de la central sindical CGTP, Manuel Carvalho da Silva, dio voz a esta frustración el jueves pasado en un debate televisado: “¿De qué nos ha servido ser el alumno obediente? Nos estamos empobreciendo como los griegos. ¿Alguien de verdad piensa que si Grecia sale del euro van a dejar que Portugal se quede solo por haber sido buena?”.
La tesis del Gobierno es exactamente la contraria. Siendo buen alumno te puedes salvar; siendo un alumno díscolo no hay escapatoria al abismo de la expulsión de la zona rica de Europa: “Hemos cumplido con todas las condiciones de la troika. Y ahora gozamos de una credibilidad con la que no contábamos hace un año. Hace un año estábamos en bancarrota. Y si no volvemos a cumplirlas, en septiembre de 2013 no podremos volver a los mercados y financiarnos por nosotros mismos con garantías. Esa es la manera de evitar un nuevo rescate tres o cuatro meses después de volver a los mercados de nuevo, lo que agravaría la situación de todos. Conviene no olvidar eso”, aseguró en una entrevista televisada el jueves Pedro Passos Coelho, más troikista que la propia troika, defensor a ultranza de responder escrupulosamente a los compromisos firmados e incluso de ir más allá de ellos.
“Este país perdió la soberanía cuando el Gobierno socialista de José Sócrates pidió a la troika 78.000 millones de euros”, agrega Miguel Frasquilho, economista y diputado del PSD, partido de Passos Coelho. “Después hubo elecciones. Pero desde el rescate Portugal tiene muy poco margen de maniobra. Quedó a merced de unos acreedores con los que tiene que cumplir”.
En una recesión que este año roza el 3% y con el paro por encima del 15,7%, la economía portuguesa se arrastra, anémica, después (y a causa) de tantos meses de recortes ininterrumpidos. Los ingresos del Estado han sido menores de los previsto, consecuencia de la anemia de un consumo agónico, que se ha contraído este año casi un 6%. Por el contrario, los gastos por subsidios de desempleo, consecuencia de la escalada del paro, se han incrementado.
Basta pasear por muchas calles de Lisboa para cerciorarse de que las tiendas agonizan. Cierran tiendas de muebles, piscinas privadas, tiendas de ropa o de regalos. Cierran restaurantes caros y restaurantes de los de menú a ocho euros. El mismo António Lobo Antunes, el escritor vivo más prestigioso de Portugal, adicto a este tipo de restaurantes de barrio, lo corroboraba hace meses en una entrevista a este periódico al confesar que cada vez comía más solo.
Raúl Sosa, de 50 años, empleado de la zapatería Hello, en el corazón de Lisboa, a un paso de la Praça do Rossio, asegura que las ventas en su tienda han bajado un 80% en los últimos meses. “En cuanto se vayan el verano y los últimos turistas brasileños, esto se acaba”, explicaba. Sosa lleva trabajando en la misma tienda desde 1970, cobra 800 euros, sabe que cobrará menos el año que viene y recita su propia lista de recortes, como todo asalariado portugués: “Ya no vengo en coche al trabajo, vengo en metro. Ya no nos vamos de vacaciones, ya no comemos fuera...”.
No todas las tiendas van tan mal. En la avenida da Libertade, la calle comercial por excelencia de Lisboa, se encuentra Zadig & Voltaire, una firma de ropa de lujo. “Nosotros vendemos más que antes”, comenta uno de los dependientes, Pedro Kuushiov. “La clientela portuguesa es la misma, con crisis o sin crisis. Constituye el 40%. El resto son extranjeros, a los que ahora se suman los nuevos ricos angoleños, rusos o de Europa del Este”.
En el otro lado de la historia, la organización Cáritas portuguesa avisa de que una franja de la sociedad está a punto de resquebrajarse. “Hay gente que vivía en la extrema pobreza que sigue viviendo. Son los típicos pobres a los que hay que darles ropa y comida. Pero ahora vienen familias que de un día para otro se han despeñado”, explica José Manuel da Luz Cordeiro. “Son familias que hasta ayer pertenecían a la clase media, pero que ahora no tienen para pagar el recibo del gas, o del agua o de la luz, y que vienen aquí a que se lo paguemos. O que no tienen para mandar a los niños a la escuela. Y no piden ropa. Piden solo comida”. Cordeiro apunta otro fenómeno: “Hay jóvenes que acuden aquí para que les paguemos la matrícula de universidad. O hay viejos que se quedan solos porque sus hijos, más preparados, emigran al extranjero”. Y concluye con la frase que más repiten los portugueses en esta semana de malas noticias: “Yo siento en la gente una falta de esperanza que agrava la situación de las personas. A la falta de recursos se le suma la falta de futuro”.
Paralelamente al anuncio de que los trabajadores cotizarán más a la Seguridad Social —con la consiguiente merma de su salario—, las empresas cotizarán menos: de un 23,75% a un 18%. Así, se produce un curioso trasvase de más de 2.000 millones de euros de los trabajadores a los empresarios. La medida ha levantado una ola de indignación en todo el país, que acusa al Gobierno de ser una suerte de Robin Hood al revés, que roba a los pobres para dárselo a los ricos. Entre los críticos se cuenta un buen número de empresarios que auguran un estancamiento total del consumo. Pasos Coelho defendió el jueves la medida asegurando que está encaminada a que bajen los precios, a favorecer las exportaciones y a frenar la escalada del paro, que en 2013 alcanzará el 16%.
Incapaz de devaluar la moneda, lo que persigue el Gobierno portugués es devaluar el país entero, lo que en la jerga de los economistas se denomina “devaluación interna”. La idea es recuperar la competitividad a base de un feroz recorte de precios, costes y salarios, según la tesis de Berlín, que ha comprado Bruselas y que Madrid, Lisboa y el resto de capitales sureñas aplican con fervor o por imposición. Letonia e Irlanda fueron los dos países que administraron antes los ajustes, y demuestran que la empresa no es imposible, “aunque corre el peligro de dejar en los huesos a quienes se atreven con esa dieta”, explica Jean Pisani-Ferry, director del think tank europeo Bruegel.
“No está claro que eso funcione”, avisa el economista portugués Reis. “Hay otros factores que cuentan a la hora de aumentar la competitividad, no solo los salarios. Yo creo que es una cuestión ideológica, que responde a esta Europa liberal y bancaria. Es una manera de quitar riqueza al trabajo y dársela al capital. Las nuevas medidas del primer ministro son injustas, crueles e insensatas”, añade.
El Gobierno confía en que toda esta batería de normas y recortes comenzará a dar frutos a partir de 2014. Los especialistas como Reis que las juzgan ineficaces (y otros que piensan que Portugal está siendo una especie de laboratorio de ideas para salir de la crisis) aseguran que no servirán y que agravarán la crisis. Mientras, la gente, la que se esconde detrás de los informes y la macroeconomía, los portugueses, saben solo que este año han vivido mal y que el año que viene van a vivir peor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario