Vicente Verdú
La cultura del atardecer
VICENTE VERDÚ 03/11/2011
Viene a ser tan disparatado como irritante que nosotros los periodistas, los escritores, los catedráticos o los intelectuales, nos revolvamos contra los recortes presupuestarios tal como si en ello le fuera la vida a la sociedad actual. Tal como si la Cultura fuera material sagrado.
En primer lugar, casi nadie lee, tampoco se alimenta con la pintura, ni se perfecciona demasiado con una o muchas clases en la universidad. Y no digamos ya a lo largo del actual sistema educativo. Todo este currículo es muy importante si funciona muy bien, pero si no es así y recordamos, además, tanto la situación de los cinco millones de parados como la ruina que se extiende como una traca por comercios y empresas, la cultura oficial que se financia es como el plato más prescindible del menú.
Naturalmente todo es Cultura, incluida la miseria y el funeral. Todo es cultura, desde los partidos de fútbol a la forma de conllevar la adversidad. De lo que se trata aquí es de dirimir si la contracción de los gastos públicos para una u otra actividad cultural o educativa puede someterse hoy a la misma condena que la suspensión de ayudas a los dependientes, los desahuciados y a casos así el cuerpo no está separado del espíritu como creía santo Tomás, pero si se trata de evitar más bajas humanas, es indudable que lo primero es dar de comer.
Baudelaire llamaba al arte "los domingos de la vida" y en la intensidad de esta crisis no queda jornada alguna en la que se pueda holgazanear. El arte y los libros y el teatro y el cine y el circo nos embelesan a la manera de un rebozo que siendo humano ("fieramente humano") nos blinda, aún ocasionalmente, del mal.
Todas sus aportaciones son necesarias también para no dejar el espíritu en los huesos pero, puestos a salvar vidas, el estómago y el techo son lo primero. Por igual razón, no deben juzgarse como equivalentes los recortes en sanidad que en educación.
Los programas y centros de enseñanza actuales padecen de tantos defectos que si el absentismo es grande, la calificación de Pisa bajísima y desmedido el fracaso escolar, por algo (y malo) será. Mientras el sistema educativo no se transforme radicalmente en no pocos aspectos, reducir sus presupuestos es mucho menos grave que reducir los presupuestos de la sanidad.
A diferencia del mundo de las aulas, los hospitales públicos españoles se han comportado hasta ahora con prestaciones extraordinarias y ser bien atendido en la enfermedad es el primer escalón para recobrar, gracias al bienestar, el optimismo y, mediante la salud, las ganas de trabajar y de inventar.
El binomio "sanidad" y "educación" que se presentan como los dos grandes pilares del Estado de bienestar deben ser examinadas en su realidad nacional exacta y, a continuación, graduar los lamentos destinados a uno y otro.
Porque ¿y si lo mejor que le pudiera ocurrir al pésimo sistema educativo actual fuera precisamente rebuscar la creatividad en la escasez y una alternativa en los efectos paradójicos de la penuria? "El pájaro de Minerva emprende su vuelo al atardecer", afirmaba Hegel. Es decir, la sabiduría halla inspiración en la hora de la decadencia.
No estoy pensando, claro está, en los recortes de ingresos de unos u otros funcionarios de la educación. Son obreros y padres de familia como los demás, despedidos o apurados a fin de mes, sino en la maquinaria que opera actualmente de acuerdo al nefasto diseño oficial.
Esa maquinaria, y no sus maquinistas, constituye el ítem que no siempre merece ser defendido global y airadamente tal como si se tratara de un buen modelo de nuestro tiempo.
Protección pues para los educadores y sus ya reducidos salarios pero no tantas consideraciones y palinodias en defensa global del sector. "No es solo nuestra ignorancia, es también nuestro conocimiento quien nos ciega", declara Edgar Morin en La vía (Paidós) refiriéndose a la mala gestión de esta Crisis.
De hecho, como bien se observa en las torpes recetas económicas que imponen los mandamases y sus Cumbres, no todo conocimiento es productivo, no todo saber da luces, no todo sistema educativo representa, en suma, a una intocable criatura del divino Estado de bienestar.
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