María Sanz
de anhelar sin desmayo el bien interminable
cuando apenas hay tiempo de creer en sí mismo.
Feliz quien amanece pensando que ese día
encontrará argumentos para reconstruirse
después de una victoria donde todo se pierde.
Dichosos, sí, tranquilos aquellos semejantes
a quienes hizo caso el Dios del universo
por alzar su plegaria con fiel heterodoxia.
A los que aún tenemos conciencia, que nos digan
la verdad de otro modo, con otra mansedumbre,
poniendo simplemente un límite de culpa.
Más feliz todavía quien arde en la tristeza
mientras alrededor hay dichas apagadas,
sonrientes retratos hundidos en la nieve.
Dichosos los que nunca pudimos encontrarnos
porque la soledad fue dejándonos ciegos
cuando ya no cabía merecer más olvido.
En esta vida oscura, sin bienaventuranza,
mis ojos abandonan su nitidez probable
intentando creerse la luz de las estrellas.
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