miércoles, 10 de noviembre de 2010

CUENTO. "La madre lejana", de Óscar Alfaro (Bolivia, 1921-1963)

Óscar Alfaro
LA MADRE LEJANA

Rolito despertaba cada día y miraba el retrato de su madre, colgado de la pared. Los ojos del retrato estaban posados sobre él con dulzura y melancolía. Durante toda la noche lo habían estado contemplando mientras dormía. ¡Qué ojos más tiernos y dolorosos tenía su ma­dre lejana!
La verdad es que él nunca la había conocido. Desde muy pequeño le enseñaban el retrato y le decían:
-Hijito, aquí tienes a tu madre.
¿Su madre? Si no era más que un cartón que él se empeñaba en llevar a la boca, como todo lo que le da­ban.
-Pobrecito, quiere besar a su madre...
Más tarde recién distinguió los perfiles del retrato y sobre todo aquellos ojos tristísimos que parecían mirar­lo eternamente. Pero, en realidad, ¿dónde estaría su ma­dre?... Nadie le daba una idea concreta y él comenzó a sospechar que no la tenía. Entonces se volvía hacia el retrato y se lo preguntaba.
El rostro de su madre se animaba, sus ojos derra­maban ternura y hasta parecían humedecerse. ¿Qué era aquello? ¿Simple impresión del chiquillo? Sólo él nota­ba los cambios del retrato.
En las mañanitas saludaba a la imagen como si fuera una persona viva.
-Buenos días, mamá.
Y creía adivinar una respuesta en aquellos labios sin calor. Algunas mañanas encontraba a su madre enormemente triste y otras, la hallaba bañada de una dulce felicidad. En realidad, el retrato era un simple reflejo del alma del niño.
Apenas se dirigía a la puerta, aquellos ojos iban tras él. Tomaba el desayuno, regresaba y los ojos de la madre estaban clavados en la puerta, esperando su regreso.
Una tarde, Rolito entró hecho un mar de lágrimas. La familia que hasta entonces lo había tenido a su car­go se iba y... lo dejaban solo. Sollozó largo rato, tirado en su cama. Todo el dolor de la orfandad se le presenta­ba de golpe. Levantó los ojos, arrasados de lágrimas, hacia su madre. ¡Ah, qué expresión la del retrato! Si parecía llorar junto con el hijo abandonado.
Rolito se quedó en la casa todavía una semana. Es­taba solo, completamente solo. Todo se lo habían lleva­do, menos el retrato. A la siguiente semana llegó la nue­va familia que ocuparía la casa y Rolito tuvo que salir, con el retrato bajo el brazo.
Caminó toda la mañana, toda la tarde, toda la no­che... Por fin al amanecer se durmió en una plaza, pero al despertar... el retrato había desaparecido.
-¡Me han quitado a mi madre!... -gritó, sintiendo que el alma se le hacía pedazos-. ¡Mi madre!...
Y co­rría de un lado para otro.
La gente se agolpó a su alrededor, pero nadie lo entendía.
Miraba a todos los rostros queriendo descubrir al ladrón, pero esto era imposible. Escapó entonces calle abajo, derramando alaridos, como un perro azotado.
Al amanecer del siguiente día, lo hallaron tirado al final de la ciudad. Ardía en fiebre y extendía las manos a todo el que pasaba por su lado, gritando con la fuerza del delirio:
-¡Devuélvame el retrato! ¡Devuélvamelo usted!...
Lo condujeron al hospital y allí continuó delirando.
-¡El retrato! ¡Mi madre!...
Y no sabía decir otra cosa.
Cuando volvió en sí, sus ojos buscaron con desespe­ración la imagen desaparecida y, al no encontrarla, sal­tó de nuevo y corrió por la sala como un demente. Tomó el camino de la calle, pero los enfermeros lo detuvieron en la reja. Otra vez ardía en fiebre y lo llevaron de nuevo a la cama.
Estuvo en el hospital cerca de un mes. Una tarde un viejo mendigo se presentó queriendo verlo.
-Mis hijos llevaron esto a la casa. Gran trabajo he pasado buscando al dueño -dijo el limosnero. ¡Era el retrato!
Rolito estaba inconsciente, pero los médicos reci­bieron el retrato y lo colgaron a la cabecera del catre. El niño despertó al otro día y vio el rostro de su madre bañado de dulzura, mirándolo como siempre.
-¡Ha vuelto mi madre!...
Y su júbilo no tuvo lími­tes. Se abrazó del retrato, lo bañó de lágrimas y no hubo poder humano capaz de quitárselo. En ese instante apa­reció el médico y le dijo:
-Ya encontraste tu salvación. Ahora tu madre guia­rá tus pasos. Por ella tienes que luchar y triunfar en la vida.
Esto sucedió hace muchos años. Ahora Rolito es un famoso médico del mismo hospital. Y en la sala, frente a él, sonríe todavía el retrato lejano de su madre.

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