Antonio Jiménez Millán
Cabo de GataIn memoriam Javier Egea
Fue éste su paisaje.
Desde el acantilado,
las rocas de color cárdeno oscuro
descienden hacia el mar
y vuelan las gaviotas sobre el faro
dejando atrás las barcas en la orilla,
las redes en la arena
batida por el viento de levante.
Al aire del desierto,
a la tierra quemada de las minas
distantes como emblemas del exilio
le llevaba un camino que atraviesa
dunas, cauces, vaguadas,
la roja sequedad de un mundo a solas.
El ágave y la yuca
habían resistido al temporal,
las aguas transparentes
ocultaban los bosques sumergidos,
las ágatas al fondo,
los últimos vestigios de una luz
que sólo alberga restos de naufragios.
Fue éste su paisaje en otro tiempo,
éstos fueron los símbolos
que quiso compartir bajo la estela
del sol de mediodía,
un sol que a veces hiere
como la culpa o el resentimiento,
como una despedida.
Él siempre hablaba de la soledad.
Desde el acantilado veo ahora
unas casas en ruinas,
una vela rasgada
y un retorno imposible.
La yerta soledad de las torres vigía.
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