Paco Roca dibuja un combate por la dignidad en el franquismo
Babelia adelanta la nueva novela gráfica del premio Nacional de Cómic, 'El invierno del dibujante'
GUILLERMO ALTARES - Madrid - 15/11/2010
Las historias con una lección moral demasiado clara, con blancos y negros, buenos y malos, deberían generar una cierta desconfianza en el lector. La vida está llena de matices, de dudas. El talento de algunos grandes narradores no está solo en ser capaces de reconstruirla, de imaginarla, sino también en encontrar la historia, en hallar el relato basado en hechos reales que, desde el momento en que cerramos el libro hasta mucho tiempo después, nos llena la mente de preguntas y nos aleja de las respuestas. Y, sin embargo, también nos deja claro lo que está bien y lo que está mal, lo correcto y lo equivocado. Pero sin absolutos, sin certezas. El dibujante Paco Roca (Valencia, 1969), ganador del Premio Nacional de Cómic hace dos años por Arrugas, una narración sobre el Alzheimer, ha encontrado una de esas historias y la ha convertido en un tebeo impresionante, El inverno del dibujante, que Astiberri saca a la calle el 24 de noviembre.
Roca reconstruye la historia de la editorial Bruguera, en la España franquista de finales de los años cincuenta -un momento y un país en el que, como dijo Manuel Vázquez Montalbán, "parecía que a todo el mundo le olían los calcetines"- y narra cómo un grupo de dibujantes trataron de sacar una revista independiente, Tío vivo. Una frase, que el mítico Escobar le dice a su hijo, resume el tono del relato: "Tu padre volverá a dibujar al Zipi y Zape y al Carpanta. Son malos tiempos para soñar". Y el no menos mítico Vázquez -sobre el que se acaba de estrenar una película protagonizada por Santiago Segura, El gran Vázquez-, dibujante de enorme talento y estafador profesional, uno de los mayores jetas de la historieta española, asegura en otro momento del tebeo: "En la vida real, al idealista David le da de leches el poderoso Goliat".
En cierta medida, es un libro que se puede leer como la primera parte de otra obra maestra del cómic español, Los profesionales, en la que Carlos Giménez relata su experiencia como dibujante en la Barcelona de los años sesenta; de hecho hay un personaje en esta serie de cuatro volúmenes del autor de Paracuellos, cuyas historias están basadas en las de Vázquez, experto timador, capaz de irse sin pagar de todos los bares de Barcelona, de decirle 500 veces a su jefe que le adelante el dinero para el entierro de su padre (y convencerle 500 veces). Eran tiempos en que los dibujantes eran auténticos obreros del papel y el lápiz, en el que cosas como los derechos de autor eran una quimera impensable.
La historia que ha encontrado Roca -la buscó porque quería saber más sobre los autores de los tebeos que marcaron su infancia- es extraordinaria primero porque sus protagonistas lo eran: Escobar, Cifré, Peñarroya, Conti, Giner, Vázquez, Víctor Mora, entre otros, formaron una generación de guionistas y dibujantes irrepetible, su peso en la cultura popular española, su fuerza, puede ser comparable a la del recientemente fallecido Berlanga. Carpanta, Zipi y Zape, El capitán Trueno o el Jabato, el repórter Tribulete, Cucufato Pi, Gordito Relleno, Carioco, Apolino Tarúguez, el inspector Dan, las hermanas Gilda, la familia Cebolleta, Anacleto agente secreto forman parte del imaginario colectivo de varias generaciones de españoles (incluso han entrado a formar parte del lenguaje cotidiano, todos sabemos que lo que quiere decir ser "un abuelo cebolleta" o "un carpanta"). Segundo, porque Roca consigue trazar un retrato preciso, que rezuma tristeza, de la España franquista, del final del hambre de la posguerra pero no de la miseria moral que arrastró la dictadura hasta el final, ni del miedo ni de la represión y la censura. Pero también de la capacidad para mantenerse digno en ese mundo, para crear y combatir desde la humildad del dibujo y la palabra.
Tercero, porque es un relato que se mueve en el gris, que huye del blanco y negro. Los fundadores de Bruguera fueron perdedores de la Guerra Civil con todo lo que eso significaba (el franquismo no sólo aniquiló físicamente a muchos de los que perdieron la guerra, sino que a muchos otros les aniquiló moralmente, impidiendo que trabajasen, manteniéndoles al borde la pobreza y el hambre) y, a pesar de ello, consiguieron crear una empresa que se convirtió en un gigante editorial. Y tuvieron el valor y la inteligencia de contratar y dar trabajo a muchos otros perdedores (como el propio Escobar, que pasó varios años en la cárcel al final del conflicto), por su talento, que es precisamente lo que impulsó el éxito de la editorial. Pero a la vez, las condiciones laborales en Bruguera eran muy duras y sus patronos no dudaron en utilizar los trucos más sucios para aniquilar a los competidores. El otro hallazgo del cómic es la calidad del dibujo y el planteamiento de las viñetas. Roca ya había demostrado su talento en otros libros, sobre todo en Arrugas, pero lo que logra en El invierno del dibujante es más complejo y sutil, son dibujos que se quedan flotando en la memoria durante mucho tiempo.
Todo lo que cuenta el autor es real, todos los personajes existen o existieron, lo que se describe es fruto de una minuciosa investigación. Cuando termina El invierno del dibujante, después de volver a algunas de sus viñetas, de perderse un rato por sus páginas para disfrutar de nuevo de las composiciones y de los dibujos, al lector le vienen muchas preguntas a la cabeza y muy pocas respuestas y, quizás, una certeza: que la aventura de un grupo de dibujantes por sacar adelante una revista en la que tuviesen más derechos y fuesen más libres en la España franquista mereció la pena. Que Vázquez se equivoca, que David puede derrotar a Goliat solo por intentarlo. Porque, aunque se pierda, aunque uno salga derrotado una y otra vez, siempre merece la pena luchar por la dignidad.
Primer capítulo del El invierno del dibujante.
Paco Roca
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