El 11 de abril de 1945, mientras los batallones de choque del III Ejército norteamericano de George Patton desbarataban la resistencia de la división SS Totenkopf, en las inmediaciones de Buchenwald, y proseguían su avance hacia Weimar, un jeep tripulado por dos hombres se dirigía hacia la entrada monumental del campo de concentración propiamente dicho.
Al desembocar en un tramo de autovía, los dos estadounidenses (no me resisto a dar sus nombres enseguida: Egon W. Fleck y Edward A. Tenenbaum. ¡Estupenda ironía de la historia, memorable revancha: dos judíos norteamericanos, de filiación germánica, son los primeros en penetrar en el recinto alambrado del campo de concentración nazi!), los dos norteamericanos, pues, descubren de pronto "a miles de hombres harapientos, de aspecto famélico (hungry looking men), marchando hacia el Este en destacamentos de combate, armados, disciplinados, encuadrados por sus jefes... Eran los deportados de Buchenwald, dispuestos a luchar...".
Estas líneas figuran en el informe que Fleck y Tenenbaum -no me cansaré de repetir sus nombres- redactan para el alto mando, días después, el 24 de abril. Informe sin duda olvidado, y que resulta oportuno rescatar hoy, día de la visita a Buchenwald del presidente Barack Obama, y que, en cualquier caso, puede consultarse en el Archivo Histórico Nacional de EE UU, bajo las siglas RG 331, SHAEF G5, carpeta 10: Buchenwald, a preliminary report.
Este informe, por muy preliminar que sea, viene a zanjar una antigua discusión de la época de la Guerra Fría, a veces enconada, sobre la realidad de la insurrección armada de Buchenwald. Testigos imparciales, Fleck y Tenenbaum acreditan dicha realidad. Pueden decir, como Francisco de Goya: Yo lo vi...
Es cierto que la propaganda de la Alemania del Este ha presentado durante años una versión mitificada de la liberación de Buchenwald, en la cual se minimizaba, por no decir que se ocultaba totalmente, el papel decisivo del Ejército estadounidense. En realidad, la insurrección armada -preparada durante años de difícil trabajo clandestino; organizada en torno a un núcleo de combatientes antifascistas de la guerra de España, ¡qué novela, señor mío, qué novela!- sólo fue posible porque los soldados de Patton ya habían derrotado a las tropas de las SS, pero tuvo, sin embargo, un valor político y simbólico excepcional. Buena prueba de ello son las frases de sorpresa admirativa de Fleck y Tenenbaum en su citado informe.
Observadores atentos, los dos norteamericanos describen el armamento de los deportados. Some platoons carried German rifles. Some platoons had panzerfausts on their shoulders... Y es sin duda significativo que utilicen, aunque escriban lógicamente su informe en inglés, la palabra alemana para nombrar el bazooka, en la columna armada que descubren los dos norteamericanos.
En su informe, después de describir nuestro armamento -ya puedo hablar en primera persona; ya existo como portador de bazooka, o de panzerfaust (puño antitanque, literalmente) si se prefiere la expresión alemana, puesto que española no hay; ya me ha dado existencia, aunque sólo sea colectiva, genérica, sin distinguirme como individuo, la mirada de los dos norteamericanos-, Fleck y Tenenbaum dicen algo singular, al hablar de los deportados en armas, al hablar de nosotros. They laughed and waved wildly as they walked. O sea, que nos reíamos y gesticulábamos de alegría, al marchar en armas hacia Weimar.
Pues no me extraña. Naturalmente que estábamos alegres, en la gloria de la libertad, de la dignidad reconquistadas. Hambrientos, harapientos, pero vivos, en armas, cantando las canciones revolucionarias de la vieja Europa, en todos los idiomas de la vieja Europa. Y algunas de ellas, las de nuestra guerra, Los cuatro generales, ¡Ay Carmela!, cantadas en varios idiomas a la vez.
Sin duda es un gran acierto, prueba de buen talante y talento político, que el presidente Barack Obama, después del fundamental discurso de El Cairo, comience su viaje a Europa con una visita a Buchenwald. En el momento en que buena parte de sus iniciativas se desmarcan de la política nefasta de su predecesor, y la desmontan estratégicamente, no parece inútil recordar los valores democráticos, generosos, que encarnaron en 1945 los soldados del Ejército de EE UU: los afroamericanos de los batallones de choque de Patton; los soldaditos hispanos cuyos ojos se llenaban de lágrimas, ante los montones de cadáveres apilados en el recinto del crematorio de Buchenwald, y que rezaban en un melodioso castellano el Padrenuestro; los granjeros del Middlewest que descubrían, a través de una guerra durísima pero justa, la dimensión universalista de la democracia norteamericana.
¡Bienvenido pues a Buchenwald, lugar de memoria europea, memoria de libertad y de lucha, presidente Barack Obama!
Al desembocar en un tramo de autovía, los dos estadounidenses (no me resisto a dar sus nombres enseguida: Egon W. Fleck y Edward A. Tenenbaum. ¡Estupenda ironía de la historia, memorable revancha: dos judíos norteamericanos, de filiación germánica, son los primeros en penetrar en el recinto alambrado del campo de concentración nazi!), los dos norteamericanos, pues, descubren de pronto "a miles de hombres harapientos, de aspecto famélico (hungry looking men), marchando hacia el Este en destacamentos de combate, armados, disciplinados, encuadrados por sus jefes... Eran los deportados de Buchenwald, dispuestos a luchar...".
Estas líneas figuran en el informe que Fleck y Tenenbaum -no me cansaré de repetir sus nombres- redactan para el alto mando, días después, el 24 de abril. Informe sin duda olvidado, y que resulta oportuno rescatar hoy, día de la visita a Buchenwald del presidente Barack Obama, y que, en cualquier caso, puede consultarse en el Archivo Histórico Nacional de EE UU, bajo las siglas RG 331, SHAEF G5, carpeta 10: Buchenwald, a preliminary report.
Este informe, por muy preliminar que sea, viene a zanjar una antigua discusión de la época de la Guerra Fría, a veces enconada, sobre la realidad de la insurrección armada de Buchenwald. Testigos imparciales, Fleck y Tenenbaum acreditan dicha realidad. Pueden decir, como Francisco de Goya: Yo lo vi...
Es cierto que la propaganda de la Alemania del Este ha presentado durante años una versión mitificada de la liberación de Buchenwald, en la cual se minimizaba, por no decir que se ocultaba totalmente, el papel decisivo del Ejército estadounidense. En realidad, la insurrección armada -preparada durante años de difícil trabajo clandestino; organizada en torno a un núcleo de combatientes antifascistas de la guerra de España, ¡qué novela, señor mío, qué novela!- sólo fue posible porque los soldados de Patton ya habían derrotado a las tropas de las SS, pero tuvo, sin embargo, un valor político y simbólico excepcional. Buena prueba de ello son las frases de sorpresa admirativa de Fleck y Tenenbaum en su citado informe.
Observadores atentos, los dos norteamericanos describen el armamento de los deportados. Some platoons carried German rifles. Some platoons had panzerfausts on their shoulders... Y es sin duda significativo que utilicen, aunque escriban lógicamente su informe en inglés, la palabra alemana para nombrar el bazooka, en la columna armada que descubren los dos norteamericanos.
En su informe, después de describir nuestro armamento -ya puedo hablar en primera persona; ya existo como portador de bazooka, o de panzerfaust (puño antitanque, literalmente) si se prefiere la expresión alemana, puesto que española no hay; ya me ha dado existencia, aunque sólo sea colectiva, genérica, sin distinguirme como individuo, la mirada de los dos norteamericanos-, Fleck y Tenenbaum dicen algo singular, al hablar de los deportados en armas, al hablar de nosotros. They laughed and waved wildly as they walked. O sea, que nos reíamos y gesticulábamos de alegría, al marchar en armas hacia Weimar.
Pues no me extraña. Naturalmente que estábamos alegres, en la gloria de la libertad, de la dignidad reconquistadas. Hambrientos, harapientos, pero vivos, en armas, cantando las canciones revolucionarias de la vieja Europa, en todos los idiomas de la vieja Europa. Y algunas de ellas, las de nuestra guerra, Los cuatro generales, ¡Ay Carmela!, cantadas en varios idiomas a la vez.
Sin duda es un gran acierto, prueba de buen talante y talento político, que el presidente Barack Obama, después del fundamental discurso de El Cairo, comience su viaje a Europa con una visita a Buchenwald. En el momento en que buena parte de sus iniciativas se desmarcan de la política nefasta de su predecesor, y la desmontan estratégicamente, no parece inútil recordar los valores democráticos, generosos, que encarnaron en 1945 los soldados del Ejército de EE UU: los afroamericanos de los batallones de choque de Patton; los soldaditos hispanos cuyos ojos se llenaban de lágrimas, ante los montones de cadáveres apilados en el recinto del crematorio de Buchenwald, y que rezaban en un melodioso castellano el Padrenuestro; los granjeros del Middlewest que descubrían, a través de una guerra durísima pero justa, la dimensión universalista de la democracia norteamericana.
¡Bienvenido pues a Buchenwald, lugar de memoria europea, memoria de libertad y de lucha, presidente Barack Obama!
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