Aquí podemos leer otros tres:
ÉTICA DE LA CELESTINA
-MELIBEA: No debo, señora.
-CELESTINA: Di “no quiero”. Eso es respetable y yo me marcho. Pero no digas “no debo” porque entonces me encarnizo.
¡Terrible zozobra la del señor Kafka! Los trámites son tan largos y complicados, intervienen tantos amanuenses, él debe deambular por tantas oficinas, le exigen tantos requisitos, certificaciones y avales, tuvo que llenar de puño y letra tantas solicitudes que ha tenido miedo de que se interponga un olvido, un error, una distracción, algún descuido, algún extravío, incluso alguna mala voluntad o animosidad o envidia por parte de tantas personas de las que depende su suerte. De modo que renuncia. Pero el trámite de la renuncia es tan complicado como el anterior y el señor Kafka, o K. como lo llaman para abreviar, debe recomenzarlo todo de nuevo y ahora está temiendo que se interponga un olvido, un error, una distracción, algún descuido, algún extravío, etc. etc.
EPÍLOGO DE LAS ILÍADAS
Desde el alcázar del palacio lo vio llegar a Itaca de regreso de la guerra de Troya. Habían pasado treinta años desde su partida. Estaba irreconocible, pero ella lo reconoció.
-Tú -le dice a una muchacha-, siéntate en mi silla e hila en mi rueca. Y ustedes -añade dirigiéndose a los jóvenes-, finjan ser los pretendientes. Y cuando él cruce el lapídeo umbral y blandiendo sus armas quiera castigarlos, simulen caer al suelo entre gritos de dolor o escapen como del propio Ayax.
Y la provecta Penélope de cabellos blancos, oculta detrás de una columna, sonreía con desdentada sonrisa y se restregaba las manos sarmentosas.
Desde el alcázar del palacio lo vio llegar a Itaca de regreso de la guerra de Troya. Habían pasado treinta años desde su partida. Estaba irreconocible, pero ella lo reconoció.
-Tú -le dice a una muchacha-, siéntate en mi silla e hila en mi rueca. Y ustedes -añade dirigiéndose a los jóvenes-, finjan ser los pretendientes. Y cuando él cruce el lapídeo umbral y blandiendo sus armas quiera castigarlos, simulen caer al suelo entre gritos de dolor o escapen como del propio Ayax.
Y la provecta Penélope de cabellos blancos, oculta detrás de una columna, sonreía con desdentada sonrisa y se restregaba las manos sarmentosas.
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