Manuel Vicent
En el Derecho Romano una deuda impagada te podía convertir en esclavo. Al acreedor se le confería la potestad de agarrarte por el cuello y llevarte ante el pretor, que ostentaba el poder judicial. A partir de una sentencia condenatoria, el acreedor disponía de dos opciones: venderte en pública subasta en el mercado de esclavos para resarcirse con el dinero obtenido o forzarte a trabajar para él como esclavo el resto de tu vida. Frente a la esclavitud se produjo la rebelión violenta de Espartaco. Los primeros cristianos participaron en este movimiento liberador con una rebeldía atenuada por el amor al prójimo aquí en la tierra y controlada desde el poder con la promesa de que los pobres serían los primeros en el reino de los cielos. Los cristianos comenzaron a rezar el padrenuestro. Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Amén. Era una oración antiesclavista en la que se imploraba el perdón de todas las deudas como una forma de acceder a la libertad. Durante siglos el padrenuestro se ha rezado en los templos al unísono en voz alta por reyes y vasallos, magnates y siervos, ricos y pobres, usureros beatos y fieles acogotados por ellos, sin que diera resultado alguno. Nadie, que se sepa, condonó nunca ninguna deuda obedeciendo la orden de esta plegaria, pero, ante la agitación en que vivimos, alguien muy espabilado de la jerarquía eclesiástica pensó que el padrenuestro podía llevar dentro una carga explosiva si la condonación de la deuda comenzaba a implorarse hoy con la misma intención de los primeros cristianos en las catacumbas. La esclavitud nunca ha sido abolida. Adopta formas distintas según las circunstancias. El Vaticano II decidió reformar el padrenuestro. La deuda fue sustituida por ofensa. En adelante había que decir: perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a nuestros ofensores. Y es que con el dinero no se juega ni se admiten metáforas. En la presente convulsión de la historia los banqueros corrían el peligro de que los cristianos exigieran la dación en pago de las hipotecas esgrimiendo el antiguo padrenuestro como un manifiesto revolucionario. Pero los banqueros pueden dormir tranquilos, puesto que la Iglesia, frente al Evangelio, se ha puesto de parte de la cuenta de resultados.
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