Cada humano tiene dentro su propio ecosistema de bacterias
Por cada célula humana, hay tres células bacterianas dentro del cuerpo de cada uno. Si a ellas sumamos las de los virus, que superan cinco a uno a las bacterias, los hongos, las arqueas y los eucariontes unicelulares, los seres humanos vivimos de prestado en nosotros mismos. A pesar de su mala fama, la vida sería imposible sin estos microorganismos dentro. Si embargo, apenas se sabe nada de ellos, pero lo poco que se va sabiendo es fascinante. Cada humano tiene sus propio ecosistema bacteriano y, sabiendo éste, se puede adivinar hasta el grado de estudios alcanzado.
Tras la consecución del proyecto Genoma Humano, que descifró nuestra base genética, uno de los mayores retos para la ciencia está siendo desentrañar los misterios del microbioma humano, el conjunto de microorganismos que nos habitan y su información genética. Son miles los científicos del mundo agrupados en varios proyectos nacionales e internacionales empeñados en identificar y caracterizar genéticamente ese mundo invisible para identificar su relación con la salud humana.
Pero la tarea es titánica. El cuerpo aloja unos 100 billones de células bacterianas y han sido identificadas más de 1.000 especies distintas sólo de bacterias. Además nos llevan mucha ventaja, 3.500 millones de años de evolución genética, frente a los apenas 200.000 de los humanos modernos. Presentes en casi todas las zonas del cuerpo, salvo el torrente sanguíneo y los fluidos linfáticos, se concentran en especial en el aparato digestivo, las mucosas y la piel. A pesar de su microscópico tamaño, todo lo que rodea al microbioma humano se expresa en grandes cifras. Sólo una investigación a gran escala podrá averiguar cómo nos benefician o perjudican.
Uno de esos intentos es el Proyecto Microbioma Humano, impulsado por el Instituto de la Salud de Estados Unidos. Ahora, investigadores adscritos a la iniciativa han adelantado en la revista Nature las conclusiones de un estudio sobre la estructura y función del microbioma de 300 personas completamente sanas, el más amplio de los realizados hasta ahora.
Tras tomar muestras de 18 partes de su cuerpo para identificar su flora bacteriana y secuenciar genéticamente cada cepa existente, los científicos comprobaron que, como si fuera una huella dactilar, cada ser humano tienen su propio perfil bacteriano producto de su propia historia. En el vientre materno, los bebés están en una especie de urna libre de bacterias. Es durante el parto cuando reciben un torrente de microorganismos que los cubren literalmente. La leche materna, el contacto con los demás humanos y el ambiente a medida que crece van dando forma a su microbioma.
También comprobaron un llamativa relación entre el tipo de bacterias presentes en una zona del cuerpo y las existentes más abajo. Así, aunque la flora bacteriana de la boca es diferente a la que existe en los intestinos, si en un individuo existe una determinada concentración de bacterias en su saliva, tiende a tener un microbioma específico en el tracto intestinal diferente al de la saliva de otros individuos. Más sorpresas, esta misma correlación aparece entre los microorganismos de la cavidad oral y las de la vagina. Más lógico parece que exista esta conexión entre las bacterias de las fosas de los codos derecho e izquierdo o en los pliegues de ambas orejas.
“Lo que no esperábamos es que fuera posible predecir el tipo de comunidad que una persona tenía en su tracto gastrointestinal basándonos en la comunidad de su boca”, decía en una nota el microbiólogo de la Universidad de Michigan y coautor del estudio, Pat Schloss. “Pudimos incluso aunque los tipos de bacterias fueran muy diferentes en los dos sitios”, añade.
En una muestra de la complejidad de aprehender todo el microbioma humano, los investigadores comprobaron que éste no está formado por colonias fijas. Las bacterias de cada una de las zonas analizadas cambian en cantidad, cepa y hasta genética a lo largo del tiempo. Las más estables eran las floras presentes en la vagina y el intestino y las más inestables, las de la boca.
La cuestión genética es clave. Sólo secuenciando el genoma de cada especie y transcribiendo sus genes se podrá descubrir realmente cómo es la simbiosis entre humanos y sus bacterias. El problema es que, mientras la herencia genética que un ser humano recibe de sus padres es de alrededor de 20.000 genes, su microbioma puede superar los 8 millones de genes: un gen humano por cada 300 no humanos.
El estudio, que forma parte de un proyecto que debe rendir todos sus resultados el año que viene, tiene aún más sorpresas. Sabiendo la comunidad de bacterias predominantes en un ser humano, se pueden saber muchas cosas de su vida. Los microbiólogos realizaron entrevistas en profundidad de los sujetos analizados para conocer detalles de su vida. Y vieron que una determinada flora bacteriana se asociaba a un mayor tiempo de lactancia. Más intrigante aún, vieron una asociación entre comunidades y género que permitía identificar el sexo de la persona en función de las bacterias que tenía en su boca o en su intestino.
Pero, lo que no van a poder explicar los investigadores es que aquellas mujeres cuya flora bacteriana del fórnix posterior y el introito vaginal estaba dominada por un tipo determinado (Lactobacillus) tendían a haber obtenido el título de secundaria mientras que las que presentaban bajos niveles de esta bacteria del ácido láctico y mayor abundancia de otros géneros como las Atopobium, Prevotella y Bifidobacterias no hayan logrado, en mayor porcentaje, acabar los estudios. Son sólo correlaciones, no relaciones de causalidad pero está claro que aún nos queda mucho por saber de las bacterias.
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