Le Carré defiende que siempre se puede elegir entre el bien y el mal. / CARLES RIBAS ("El país")
Operación encubierta
John Le Carré recupera la paranoia antiterrorista y antiislámica en 'Una verdad delicada'
La novela está cargada de sobrentendidos, muchos diálogos y personajes descritos con precisión
GUILLERMO ALTARES 19 OCT 2013
Citando a Graham Greene, su gran referente literario, John Le Carré siempre ha dicho que el mayor patrimonio de un escritor son sus primeros años de vida y que, teniendo en cuenta esta máxima, se considera un hombre muy rico. La razón es la relación con su padre, Ronnie Cornwell, un ladrón y estafador profesional que estuvo durante años entrando y saliendo de la cárcel, viviendo entre la opulencia y la pobreza, siempre en los márgenes de la ley. Su madre huyó cuando tenía cinco años y el futuro escritor se crio en internados. Comenzó a trabajar para el MI5 (el servicio secreto británico interior) en Oxford y luego se pasó al MI6 (el servicio exterior) en 1960 en Alemania, en los momentos más peligrosos de la guerra fría (el muro de Berlín se construyó en 1961).
A sus 81 años, ha escrito 23 novelas y está considerado uno de los grandes narradores contemporáneos con obras de la envergadura de El espía que surgió del frío, El topo, Un espía perfecto (un relato cargado de elementos personales que muchos consideran su mejor novela) o El jardinero fiel. Sin embargo, sigue dando vueltas a los mismos temas: toda su obra está marcada por la estela de mentiras que dejaron tanto su progenitor como sus años en el espionaje. Su literatura se basa en una profunda observación crítica de la vida política contemporánea —y alcanza la altura de los clásicos decimonónicos— con un telón de fondo ético. Sus héroes se enfrentan una y otra vez al mismo dilema: cómo pueden permanecer morales en un mundo inmoral. Este asunto aflora con mayor intensidad en su última novela, Una verdad delicada, un relato que está a la altura de sus mejores libros, en el que se sumerge en el siniestro mundo de las operaciones encubiertas que han proliferado en los años posteriores a los atentados del 11-S.
Los héroes de Le Carré
se enfrentan una y otra vez al mismo dilema: cómo ser morales en
un mundo inmoral
Los personajes de Le Carré se meten en líos considerables, en sus novelas suele haber bastante acción; pero siempre tienen una dimensión moral y una enorme carga simbólica. El oficio del maestro se nota en que nunca se convierten en arquetipos: son seres humanos reales que, sin embargo, describen nuestra época, la era de los secretos y las mentiras. Estos dos conceptos unen la guerra fría, en la que nació la literatura de Le Carré, con los tiempos de la guerra contra el terrorismo, que empezó con Bush y Blair, pero, como demuestra la reciente operación estadounidense en Trípoli o los constantes ataques con drones, aún no ha terminado. “¿Qué he aprendido en estos 50 años?”, se preguntaba en un artículo este verano en el diario británico The Guardian, con motivo del 50º aniversario de la publicación de El espía que surgió del frío, la novela que le convirtió en un escritor universal a los 30 años. “Si me veo obligado a pensar en ello, no mucho. Salvo que la moralidad del mundo secreto no es muy diferente de la nuestra”. En otras palabras, la moralidad de los servicios secretos refleja la sociedad en la que crecen y se multiplican lo que, en un momento como este en el que sabemos que espían con impunidad hasta nuestros correos electrónicos, no resulta muy tranquilizador.
Una verdad delicada no es su primera incursión en la paranoia antiterrorista (y antiislámica) posterior a los atentados contra Washington y Nueva York, un tema que ya trató en El hombre más buscado. La imaginación de Le Carré siempre encuentra sus raíces en la realidad cercana. Como todas sus novelas, exige un cierto esfuerzo por parte del lector, porque sus tramas están llenas de sobrentendidos y de momentos de desconcierto. Hay muchos diálogos, muchos personajes introducidos de golpe (y descritos con asombrosa precisión en dos trazos), ocurren muchas cosas y la trama avanza entre giros inesperados (una trama sobre la que conviene contar lo menos posible, salvo que empieza en Gibraltar, con una operación encubierta que tiene muy mala pinta, y que está llena de diplomáticos británicos, descritos con punzante ironía). También, uno de los puntos fuertes de Le Carré es su sentido del humor, como demuestra el siguiente diálogo: “¿Había hecho esto antes?”, dice uno de los protagonistas del libro sobre otro personaje. “Cuando mi querido ex se largó con su nueva novia y la mitad de mi hipoteca, mi padre fue a asediar su piso”. “¿Y qué hizo después?”. “Se equivocó de piso”.
Hay lectores de Le Carré que siguen añorando los tiempos del Circus, de Smiley, el mortal juego de ajedrez de la guerra fría. Es una nostalgia injustificada: el talento de Le Carré está en haber sabido narrar con enorme talento su época y haberlo conseguido a través de novelas de espías, como podía haberlo hecho a través de sagas familiares. Pero, sobre todo, está en haber logrado demostrar una y otra vez una máxima moral crucial: que siempre podemos elegir entre el bien o el mal, que incluso en los peores tiempos se pueden tomar las decisiones correctas.
Una verdad delicada. John Le Carré. Traducción de Carlos Milla Soler. Plaza & Janés. Barcelona, 2013. 368 páginas. 22,90 euros (electrónico: 10,99)
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