Enrique Vila-Matas
Melville y su chimenea
Enrique Vila-Matas 17 ABR 2012
Tras su muerte, dejó esposa, hijos, nietos, ninguna aventura fuera del matrimonio, ninguna carta de amor. A lo que con más intensidad dedicó Herman Melville su vida fue a viajar, huir, escribir, escribir y escribir, incluso durante el último periodo, conocido como la retirada de Melville (Melville’s withdrawal). Tiene mucha fama su relato Bartleby el escribiente, pero hay otro que nada tiene que envidiarle: Yo y mi chimenea (Barataria), buena traducción de Adrià Edo. En ese cuento tenemos a un viejo granjero, aficionado a fumar en pipa ante la descomunal y desproporcionada chimenea de su casa, y poco amigo de los cambios y de las modernidades. Su mujer, hijos y vecindario le acosan para que derribe la inmensa chimenea y remodele la casa con un sentido práctico y económico. Pero él no está por la labor: “A partir de esta habitual primacía de mi chimenea sobre mí, algunos incluso piensan que he entrado en un triste camino de retroceso; en resumen, que de tanto permanecer detrás de mi antigua chimenea, me he acostumbrado a situarme también por detrás de la actualidad, y que debo de andar atrasado en todo lo demás”.
Supuestamente anticuado, se opone a la destrucción de lo más esencial de su finca, porque para él sin ese gran fuego la casa perdería su espíritu. Al final del relato, le veremos montando guardia ante su vieja chimenea cubierta de musgo: “Porque eso es algo decidido entre yo y mi chimenea: que yo y ella nunca nos rendiremos”.
Para cuantos se sienten desconcertados ante quienes día tras día se obstinan en repetir y repetir que no cuajan entre nosotros los e-books pero ya lo harán y nos cuentan que las ventas de libros electrónicos tarde o temprano generarán miles de millones de dólares al año, el fuego del hogar del cuento de Melville tiene una carga metafórica muy actual y, es más, abre un frente de guerra contra los que trabajan para el derribo de las viejas chimeneas del espíritu.
Así que Yo y mi biblioteca podría ser también buen título para este artículo. Y que nadie se extrañe ahora si digo que, a pesar de tanta promoción del rancio kindle, algo en el ambiente está pidiendo que nos decidamos de una vez por todas a apoyar a los viejos granjeros que fuman en pipa al calor de las historias que inventa el fuego: historias como Yo y mi chimenea, escrita por su autor en una atmósfera de desaliento parecida a la que actualmente sobrellevamos, sólo que en este caso el desánimo que padecía Melville hacia 1855 —comenzó a escribir su relato poco después de que le recomendaran acudir a un psiquiatra— desembocó en un repentino quiebro a la resignación y a la fatalidad y en un guiño al humor, presente hasta en el título. Hoy sabemos que le sobraban los motivos para el desaliento. Porque entre otras cosas ¿cómo comprender que historias como Bartleby, Billy Budd, Benito Cereno y, sobre todo, Moby Dick, pasaran inadvertidas cuando no rechazadas por el público y la crítica de la época?
En contrapartida, Yo y mi chimenea resurge ahora con fuerza, a modo de inesperado símbolo de la resistencia de los que deseamos seguir creyendo en un trastorno lampedusiano del mundo del libro. Porque a veces algunos aún confiamos en que todo esté cambiando para que a la larga las cosas vuelvan más o menos al punto de partida y un día ese potente invento de la humanidad que es el libro impreso sea valorado como merece y regrese al centro de la escena. Nunca nos vamos a rendir. Con nuestras bibliotecas nunca podrán. Por eso en ocasiones aún se nos ve situarnos “detrás de la actualidad” y, en medio de la sombría indiferencia del entorno, oponernos con una suave sonrisa a la revolución del libro electrónico, plantar cara a la “tremenda necesidad de mejoras”, ese eufemismo con el que el retrógrado granjero comenta la destrucción que acecha al centro de su mundo.
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