Del fracaso y sus versos de luz
La poeta Elena Medel gana el premio Loewe a la Creación Joven con 'Chatterton'
El tercer libro de la autora es un canto al desengaño definido por el jurado como "generacional"
Elena Medel (Córdoba, 1985) se detiene, piensa, retoma la frase: “No, no es eso lo que quería decir. No es esa la palabra”. Lo hace varias veces durante la entrevista. El lenguaje no es inocente y elige cada término con precisión quirúrgica. Incluso aquí, en la cafetería del hotel donde se hospeda en Madrid, lejos de la hoja en blanco y los versos. Incluso hoy, con la resaca de haber asistido a la entrega del premio Loewe a la Creación Joven por su poemario Chatterton, editado ahora con Visor. Medel se toma su tiempo como hace con la escritura. Han pasado ocho años desde la publicación de Tara, su anterior libro, y no es ya la joven que entraba en el mundo poético con la frescura y la insolencia de Mi primer bikini en 2002. Elena Medel se acerca a los 30 y escribe sobre el desencanto.
Íbamos a ser una generación con la vida resuelta, pero nos estamos encontrando con precariedad laboral, social, emocional
“Madurar/ era esto:/ no caer al suelo, chocar contra el suelo, contemplar el pudrirse de la piel/ igual que un fruto antiguo”. Así abre Chatterton, con una revelación que suena a cristal roto, a desengaño. El propio del transcurrir del tiempo, pero también el propio de esta época marcada a fuego por la palabra “crisis”. Un libro definido por el jurado del Loewe (con miembros como Caballero Bonald, Francisco Brines o Soledad Puértolas) como “generacional”. Y algo hay de cierto: “Nos habían dicho que íbamos a ser una generación con toda la vida resuelta, exitosos, los mejor preparados de la historia… Y sin embargo nos estamos encontrando con precariedad laboral, social, emocional. No sé si es un libro generacional. Es un libro sobre el fracaso”.
El fracaso, que equivale a una ruptura sentimental irremediable como la muerte de una maceta de hortensias (“la han arrancado de su hábitat: por mucho que te empeñes, nada sobrevive/ en un clima que no le pertenece”). A la maldición del trabajo o la falta de él (“Renazco/ en la oficina. Crezco sin luz:/ yo canto a los elementos opresivos”). Al regreso a la casa de los padres (“He corregido este poema/ en autobuses baratos;/ he corregido en el lugar en el que corregía/ hace diez años”).
Y sin embargo hay luz. Más luz que en Tara, una imagen brumosa del encontronazo con la muerte definida por el poeta Manuel Vilas como "un libro literariamente impecable, humanamente sólido, maduro, verdadero". Casi tanta como en el fogonazo de Mi primer bikini. “Amigos que han leído Chatterton me dicen que es un término medio entre ambos, que es un libro tranquilo, pero quiero pensar que, pese a los temas que trata, es un libro luminoso”. Atrás queda el estilo “barroco” deTara y una crisis creativa: “Me di cuenta de que no podía contar lo que quería contar desde ese lenguaje, sino que tenía que optar por uno más claro, más narrativo. Anímicamente y a nivel de confianza en lo que hacía, que lo respaldaran autores que para mí son faros [habla de Francisco Brines y Pablo García Baena, miembros del jurado] es un impulso enorme. Sobre todo porque tuve muchas dudas con el libro. De no saber qué hacer con él, si me estaba equivocando…”.
Parte de ese bloqueo se intuye en los ocho años que han transcurrido desde su anterior poemario. Pero también influye en ese lento ritmo de publicación el proceso de escritura de Medel. “Para mí hay años de tanteo [ahora, dice, se encuentra de nuevo en este período], en la lectura y en la escritura, también en la vida. Cuando veo que hay seis o siete poemas que orbitan en torno a un tema, digo ‘el libro se me está haciendo”. En este, cuenta, hay textos que se remontan a 2008, y algunos han sido escritos durante años.
Como el que cierra Chatterton, A Virginia, madre de dos hijos, compañera de primaria de la autora, escrito entre 2008 y 2012, mientras Medel observaba a la protagonista en los autobuses cordobeses sin que esta llegara a reconocerla. “Empecé a escribirlo con una distancia no solo geográfica, sino también vital. Yo vivía aquí [en Madrid], trabajaba aquí… Sin embargo, terminé de escribirlo siendo de allí. Esa distancia ya no estaba y en cierto modo era yo ya la persona de la que estaba hablando”.
En el poemario hay textos que se remontan a 2008, y algunos han sido escritos durante años, como A Virginia, madre de dos hijos...
Un juego de espejos constante en un poemario atravesado por la figura femenina. "No puedo escribir lejos de mis circunstancias, y yo soy una mujer, con todo lo que conlleva", aclara Medel. Una decisión "intuitiva" ("Yo no me siento a decir 'voy a hablar de mujeres"), pero consciente. "Tenía miedo de que hubiera lectores que se fueran a alejar por eso. Pero claro, nadie se aleja cuando es la voz de hombre la que impera, cuando las referencias son eminentemente masculinas". La autora, en este tema, tiene carrete para largo. Habla de las antologías en la que ellas tienen una cuota "simbólica", de los premios sin ganadoras y de los jurados sin juezas. En el que le ha premiado, de hecho, por primera vez hay dos mujeres.
Este interés comienza en las lecturas: Sylvia Plath, Ángela Figuera, Marianne Moore, Anne Sexton... "En cierto modo Chatterton es hijo, o hija más bien, de todas esas madres". Y hermana de esa a la que despide, "abrazos y lágrimas en el control de seguridad". Y de esas "cinco mujeres rápidas" que "apuran sus bandejas" en la estación que dibuja en Los mortales se nutren de trabajo y salario. Y de esas a las que dirige Una plegaria por las mujeres solteras. Y hermana de Virginia: "Yo he pensado en nosotras./ No sé si sabes a lo que me refiero./ Te estoy hablando del fracaso".
Un cuervo en la ventana de Raymond Carver
ELENA MEDEL
para Erika
Nadie se posa en el alféizar —son veintiocho años
de espacio adolescente—,
pero qué ocurriría si el pájaro sobre el que he leído
en todos los poemas
se colara por el patio de luces y asomara
por el alféizar de mis veintiocho años,
un pájaro
mi habitación adolescente.
Y qué ocurriría si yo escribiese aún
—si me preguntan, respondo que ya no—
y un pájaro cualquiera, ninguno de los pájaros sobre
los que haya leído en todos los poemas,
un cuervo o una de las palomas negras que asoman en la oficina,
interrumpiese en la escritura
como el que se posó en la ventana de Carver.
¿Ganaría su lugar en el poema?
¿Dejaría de ser pájaro?
Alza el vuelo. Ya no hay
habitación en el alféizar.
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