Don Quijote y William Shakespeare. / SCIAMMARELLA ("El País")
Don Quijote era un friki
La invasión de palabras inglesas en el castellano parece imparable, sobre todo entre los jóvenes.
¿Acabaremos hablando un híbrido entre los dos idiomas?
JUAN PEDRO VELÁZQUEZ-GAZTELU 30 JUN 2012
El lenguaje futbolístico fue pionero, con el penalti, el córner y el orsai. Luego vinieron el sándwich, el sidecar y el parking. En los años ochenta del siglo XX se empezó a decir que había overbooking cuando un lugar estaba lleno de gente y que alguien estaba missing si no se sabía dónde estaba. Hace mucho tiempo que el castellano toma prestadas palabras del inglés, pero ha sido en la última década —coincidiendo con el desarrollo de Internet, el aumento de los viajes al extranjero y la televisión por satélite— cuando la importación de vocablos de ese idioma ha crecido exponencialmente, sobre todo entre los jóvenes.
El lenguaje futbolístico fue pionero, con el penalti, el córner y el orsai. Luego vinieron el sándwich, el sidecar y el parking. En los años ochenta del siglo XX se empezó a decir que había overbooking cuando un lugar estaba lleno de gente y que alguien estaba missing si no se sabía dónde estaba. Hace mucho tiempo que el castellano toma prestadas palabras del inglés, pero ha sido en la última década —coincidiendo con el desarrollo de Internet, el aumento de los viajes al extranjero y la televisión por satélite— cuando la importación de vocablos de ese idioma ha crecido exponencialmente, sobre todo entre los jóvenes.
En un país como España, donde la mitad de la población desconoce el idioma de William Shakespeare y Victoria Beckham, dejar caer una palabra en inglés aquí y allá parece que nos da un aire moderno, de gente de mundo. Se utiliza la palabra casual (con acento en la primera a) para decir que un atuendo o una cena es informal; trendy para designar un restaurante o un club de moda, o cool para referirnos a algo que nos gusta, que es guay, por utilizar una de las acepciones castellanas ofrecidas por el diccionario Collins inglés-español.
¿Por qué nos parece que todo suena mejor en inglés? ¿Necesita un idioma como el castellano, enriquecido por el paso de los siglos, beber de otras fuentes para ser más preciso, más hermoso o más divertido?
El escritor Antonio Muñoz Molina cree que detrás de este fenómeno hay “una mezcla de pedantería, afán de estar a la moda y complejo de inferioridad cultural”, pero matiza que no conviene ser excesivamente purista con la limpieza del idioma. “Algunas palabras no hay más remedio que usarlas, y no pasa nada por decir software o email”, dice el autor de La noche de los tiempos. “En el inglés se integran con mucha naturalidad palabras de otros idiomas, entre ellos el español. A un idioma sano no le perjudican nada las palabras aisladas que vienen de otros”.
Zac Tobias, profesor de español residente en Madrid y autor del blog hablamejoringles.com, cree que utilizar palabras que vienen de otros idiomas tiene “un cierto caché”. Tobias, de nacionalidad estadounidense, subraya que copiar palabras de otras lenguas no es algo exclusivo de los españoles: “Siempre me sorprende la cantidad de palabras inglesas que se utilizan en francés, por ejemplo, y eso pasa desde hace muchísimo tiempo. El inglés siempre ha cogido muchas palabras de otros idiomas, y nosotros tampoco hablamos bien los idiomas extranjeros”.
Para Javier Medina López, profesor de la Universidad de La Laguna y autor de El anglicismo en el español actual (Arco Libros), el influjo económico de los países de la órbita anglosajona es determinante. “Junto con la economía va unido el prestigio social que esa cultura ostenta”, opina. “Los jóvenes hoy, como hace décadas, ven y sienten que hay lenguas de mayor consideración social”.
Carmen Galán, catedrática de Lingüística de la Universidad de Extremadura, piensa también que usar tantas palabras inglesas es sobre todo una cuestión de prestigio. “Disfrazar con un ropaje extranjero los objetos y las acciones les confiere un aura especial de la que carecen las cosas cotidianas”, afirma Galán, quien se toma el asunto con humor: “No es lo mismo una caja de leche que un pack; en un self service la comida es más abundante y, además, se puede repetir; y los kilos de más se resuelven rápidamente si se consume comida light, se practica jogging o footing o se visita con regularidad un sport center donde se pueda ejercitar algo de body fitness, gym-jazz o heavy dance, aunque el step que nos martiriza a golpe de música de chiringuito no sea más que un vulgar escalón de plástico y la danza del demonio no pase de una agitación frenética de carnes poco prietas”.
En muchas ocasiones, la adopción de una palabra inglesa trae consigo curiosas mutaciones. Vocablos como friki (freaky, en inglés) pasan de ser un adjetivo en su idioma original a ser un sustantivo en español, utilizado para señalar a una “persona pintoresca y extravagante”, según una de las definiciones incluidas hace apenas unos días por la Real Academia Española a la versión digital de su diccionario. “Ese tío es un friki”, se dice. O al revés: un nombre común como fashion (moda) se transforma en adjetivo para describir a alguien que viste a la última: “es una chica muy fashion. O mejor todavía: “es superfashion”. Con frecuencia, las palabras en inglés se convierten en eufemismos: suena mejor (es más cool) ser single que ser soltero, comprar ropa vintage que ropa usada, o formar parte del staff que de la plantilla de una empresa. Y no digamos volar en una low cost que en una línea aérea barata, o pagar cash en lugar de en efectivo.
Javier Medina, de la Universidad de La Laguna, cree que en un mundo tan cambiante y oscilante en cuanto a viajes, trabajos, culturas e intercambios inmediatos de información, poca gente se plantea si es correcto o no utilizar una voz puramente española. “La cuestión de la conciencia lingüística es clave en este asunto, y las actitudes hacia la lengua también. Los jóvenes tienen modelos, iconos, que muchas veces hablan, piensan y se mueven en inglés. Es natural la mímesis”.
Carmen Galán dice que usando palabras inglesas los españoles simulamos estar integrados en la Europa multilingüe. “Tenemos el toque, el traje idiomático, pero el interior está poco aireado”, afirma. “No me creo el tópico de ‘a mí se me dan muy mal los idiomas’ que utilizan muchos españoles, puesto que no es posible que los jóvenes estén aprendiendo inglés desde pequeños y apenas farfullen cuatro palabras. Tenemos un inglés gramatical que no ponemos en práctica porque evitamos las situaciones que lo requieren”.
La supremacía de los países de habla inglesa en el terreno de las comunicaciones, la tecnología y la ciencia también es un factor mencionado por los expertos. Zac Tobias recuerda la gran cantidad de conceptos y productos nuevos que nos llegan constantemente del mundo anglohablante. En ocasiones, dice el profesor de inglés, las palabras inglesas expresan mucho con poco y por eso se adoptan con facilidad. “Es mucho más fácil decir email que correo electrónico. Me imagino que hay una palabra española para smartphone, ¿pero quién la conoce?”.
El uso de palabras inglesas es especialmente paradójico en España por ser cuna de una de las lenguas más habladas en el mundo y porque su población es de las que peor habla idiomas extranjeros. Según Eurostat, la mitad de los españoles reconoce no hablar una lengua foránea. Y de los países europeos incluidos en el índice Education First (EF), España e Italia son los únicos que suspenden en inglés.
Muñoz Molina culpa del mal inglés de los españoles al doblaje de películas, “esa calamidad cultural en la que somos especialistas”. Para el escritor, el doblaje hace a la lengua española un daño mucho más grave que cualquier palabra extranjera. “Por no hablar de muchas traducciones, que están hechas a toda prisa por gente mal pagada que no domina el inglés, y que por lo tanto cae continuamente en lo que se llaman falsos amigos y en calcos sintácticos”.
Zac Tobias está de acuerdo: “En los medios de comunicación españoles apenas se oyen idiomas extranjeros. Incluso las entrevistas y discursos de jefes de Estado de otros países están doblados. Ahora por lo menos se puede elegir el idioma de muchas películas y series en la tele, pero por defecto casi todos están en español, y la mayoría de los españoles están acostumbrados al doblaje y lo prefieren a los subtítulos. Al final, se oye poquísimo inglés en España, y creo que este es uno de los factores más importantes”.
En busca de una explicación, Javier Medina se remonta a los tiempos del aislamiento de España, la época en la que, dice, parecía que ser español significaba renunciar a todo aquello que tuviera un tinte sospechosamente extranjero. “Y en ello se incluía la lengua. Ahora que la TDT ofrece la posibilidad de ver películas en versión original, me gustaría saber cuántos españoles ponen la versión en inglés, con o sin subtítulos. Seguro que muy pocos”.
Tobias señala con el dedo a otro culpable: el sistema educativo. “En las clases de inglés se suele dar demasiada importancia a hacer ejercicios por escrito, y demasiada poca a la pronunciación y la comunicación oral”, dice. “La mayoría de mis alumnos tuvieron profesores que no dominaban el idioma y que les transmitieron sus propios errores. Estos se convierten en vicios que son muy difíciles de quitar. Los profesores de inglés nativos en España pasamos la mayoría de nuestro tiempo intentando corregir este tipo de errores”.
Errores, también, como el de otorgar a palabras castellanas el significado que tienen palabras similares en inglés. Es el caso de bizarro (en inglés, bizzare), que se usa con frecuencia para designar algo extraño, fuera de lo común. Según la RAE, bizarro significa valiente, esforzado, generoso, lucido, espléndido…, pero nunca raro. Especialmente llamativos son los híbridos made in Spain, que mezclan el castellano y el inglés para fabricar una nueva palabra. Es el caso de puenting o vending, ya integradas en las jergas del deporte y la economía, respectivamente. Hay quien incluso habla de hoteling,compring o tumbing.
El uso de palabras inglesas es cada vez más frecuente en la calle, pero también en los medios de comunicación. Casi todas las palabras antes mencionadas han aparecido en los últimos meses en EL PAÍS. “Un friki la fuerza”, rezaba un titular de la sección de Madrid. El suplemento El Viajero publicaba bajo la frase “Un brunch de lo más cool” una reseña sobre la mezcla de desayuno (breakfast) y almuerzo (lunch) que ofrece un hotel madrileño. “Del menú trendy al sabor Matisse” era la frase que encabezaba un reportaje sobre los restaurantes de los museos madrileños en las páginas de información local. Un blog de este periódico sobre la afición a la bicicleta se llama I love bicis.
¿Qué pueden hacer los medios de comunicación para parar esta invasión y preservar el idioma? Muñoz Molina recomienda algo sencillo: “Poner cuidado. Editar. Corregir. Tratar el oficio de la traducción con el respeto que merece. Y comprobar nombres y palabras extranjeros, no solo en inglés, antes de publicarlos. Es asombroso el número de veces que se escriben mal nombres y palabras muy comunes de otros idiomas. Con lo sencillo que es ahora, con Google”.
¿Acabaremos todos —españoles, franceses, italianos, rusos…— hablando un híbrido de nuestros respectivos idiomas y el inglés? Javier Medina no cree que exista degeneración de la lengua. “Hablar de degeneración implica que existe un modelo perfecto que se degrada porque recibe otro, o lo deja entrar en su sistema”, señala el profesor de la Universidad de La Laguna. “¿No permitió el español antiguo entrar en su estructura palabras árabes, italianas, francesas, americanas...? ¿Se degeneró por ello o se enriqueció? Ahí está la cuestión. Los hablantes eligen aquello que mejor les venga para los fines que tiene una lengua: la comunicación”.
Carmen Galán opta por el pragmatismo: “No nos queda más remedio que aceptar el nuevo léxico si no queremos parecer desfasados, offline,out”.
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