Michela Murgia ha abierto el debate sobre una muerte digna tras su novela.- OLIVIERO GENOVESE.
("El País")
En Babelia, suplemento cultural de "El País":
"Hay que reglamentar el final de la vida"
LUCIA MAGI 25/06/2011
En las zonas rurales de Cerdeña, los enfermos agonizantes recibían la atención de una especie de comadronas de la muerte. La escritora italiana recrea ese universo en una novela que reclama la revisión de ciertos valores.
En los años cincuenta, en un pueblo perdido en la campiña sarda, una anciana sutil y enlutada visita a los enfermos agonizantes. El ángel de la buena muerte se desliza silencioso en una comunidad rural y lenta, donde sol y viñas marcan las pautas de la existencia. Michela Murgia (1972), intérprete de aquel universo en La acabadora, suele tocar temas incómodos en sus libros, en las frecuentes tertulias y en el blog. Los trata con delicadeza y discreción, como mirando sin ser vista, desde su Cerdeña arcana. "Cuando la hospitalización no existía en las zonas rurales vida, muerte y enfermedad se gestionaban dentro de las paredes domésticas. Yo misma nací en casa. Entonces, el final de la existencia era un hecho común, por supuesto no corriente o banal, pero mantenía una cercanía con la vida, se gestionaba con familiaridad".
PREGUNTA. ¿Cuál es la diferencia?
RESPUESTA. Es el concepto de comunidad. La autodeterminación es una idea nueva. Mi abuela me hubiera dicho: pero si tú no te has hecho sola, eres hija de la solidaridad de tu familia, de tu vecindario, de tu pueblo. En este marco la enfermedad se vive como la enfermedad de todos los que te rodean, los que cuidarán de ti. Lo mismo pasa con la muerte.
P. ¿Y quién se ocupaba del momento final?
R. La figura de la acabadora no se consigue demostrar históricamente. Se han buscado -sin encontrarlos- pruebas escritas de la presencia de unas mujeres que ayudaban a los enfermos a morir. Sin embargo, no significa que no existieran, sino que su figura se escapa de los métodos de investigación, aunque la memoria de estas mujeres se mantiene viva en Cerdeña.
P. ¿Por qué hoy es tan difícil debatir sobre la calidad de la muerte?
R. La de Cerdeña de los años cincuenta era una sociedad con una economía de subsistencia. Así que no importaba tanto la calidad de la muerte, cuanto la calidad de la vida de los que cuidaban al enfermo. Por eso, al menos en las zonas rurales, era común que las comadronas estrangulasen a los bebés deformes.
P. Un personaje de su novela pide la muerte tras perder una pierna.
R. En el caso de un adulto es algo distinto. La amputación de una pierna no te condena a muerte. Sin embargo, para Nicola significa dejar de ser el modelo viril de su comunidad. Él, que nunca había necesitado la ayuda de nadie, precisa una mano hasta para ir al baño. Es un luto imposible de asumir: no se está muriendo, pero sí ha muerto el tipo de hombre que quiere ser. Por eso pide la ayuda de la acabadora.
P. ¿Por qué algo tan natural en el pasado no se debate?
R. Es la presencia hipertrófica del Vaticano, su control cultural. La idea de que la Iglesia mueve votos induce a los políticos a pensar que es mejor no desarrollar instancias que contradigan sus normas. Una actitud que ofende el principio de laicidad del Estado y el derecho de los ciudadanos de exigir leyes adecuadas para sus exigencias, no dictadas por un catecismo.
P. ¿La cuestión depende del progreso?
R. Vivimos un momento nuevo. La mejora de los descubrimientos científicos, ha creado la posibilidad de una larga supervivencia en la que queda un espacio nuevo entre vida y muerte. Ni el derecho ni la moral católica saben si es una cosa o la otra.
P. ¿Usted qué piensa?
R. Si me encontrara en la situación de no poder decidir por mí misma, no tendría problemas en imaginar que mi comunidad va a decir la última palabra. Mi familia, las personas que tienen que cuidarme en ese estado, tienen el derecho de decidir cuándo esa situación les satura emocionalmente. Antes de que la relación de amor se transforme en pesadez, sacrificio, mortificación, ellos tienen ese derecho. Ya no importa lo que yo haría. Mi vida no está en mis manos.
P. Eso suena afín a lo que dice la Iglesia...
R. ¡Claro! Hay un eco evangélico. Jesús le dice a Pedro: "Cuando eras joven, te vestías e ibas a donde querías. Pero te aseguro que, cuando seas viejo, extenderás los brazos y otra persona te vestirá y te llevará a donde no quieras ir". Estoy convencida de ello. Llega un momento en el que tienes que tender los brazos, tienes que entregarte. Como cuando eres niño: ¿acaso alguien considera tu voluntad?
P. Los enfermos son como niños.
R. Se entregan a los que les quieren. En Italia se practica la eutanasia continuamente. Las personas van por delante de las leyes o las normas. Si no puedes por ley, lo haces en silencio. Por eso hay que reglamentar el final de la vida, con justicia y dignidad. No se trata de un homicidio a escondidas, sino de un pacto entre seres que se aman.
P. Y quien se queda se enfrenta a un dolor terrible. La Iglesia ha ritualizado este dolor.
R. El duelo precisa de un ritual. El dolor necesita un lenguaje, unos códigos, que ahora no tenemos. Necesitamos una gramática del luto que declinar, fuera de allí solo queda sitio para la locura. El ritualismo puede salvar la vida a veces.
P. Su último libro, Ave Mary, es un ensayo sobre la construcción del modelo femenino. ¿En este ámbito también hemos dado unos pasos atrás?
R. Nos hallamos en una fase tópica. Algo está pasando. El de la dignidad de la mujer parecía un tema cerrado con los años setenta. Pero ya vemos que no es así. Hoy se vulnera la idea misma de mujer, por no hablar de sus derechos. Formalmente todo está logrado, pero en la práctica seguimos cediendo sobre la igualdad, el respeto de la diferencia.
P. ¿Italia está peor que el extranjero?
R. Sí. He viajado por toda Europa y nunca me encontré con circunstancias tan vergonzosas: jóvenes desnudas en los anuncios, la televisión emitiendo imágenes casi ginecológicas, programas para niños con presentadoras en bragas, niños que a la hora de cenar ven con los padres las velinas que menean su cuerpo. No quiero ni pensar en qué consecuencias pueda provocar una sexualización tan precoz.
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