sábado, 25 de junio de 2011

PRENSA CULTURAL. REVISTA "MERCURIO". "Héroes eternos", por Alejandro Lillo

   HÉROES ETERNOS

"La narración de sus andanzas sirve como guía para comprender el mundo"

ALEJANDRO LILLO

   Desde la Antigüedad, la figura del héroe ha tenido una importancia capital en la cultura de occidente. Cuando Homero, hace más de dos mil quinientos años, contó las hazañas de Aquiles en la Ilíada y el viaje de Ulises en La Odisea, hizo algo más que plasmar por escrito un conjunto de historias orales que recitaban los aedos por Asia Menor y Grecia: fijó literariamente un tipo de personaje que ha perdurado hasta nuestros días. Y es que todo héroe, más allá del aspecto que adopte en cada época histórica y de los rasgos con los que haya sido perfilado, mantiene unas características que permanecen inalterables. Son estas características las que hacen que figuras como Don Quijote o Hamlet, pese a la distancia que nos separa de ellos, continúen emocionándonos. Representan mucho más de lo que aparentan: la narración de sus andanzas y tribulaciones no sólo sirve como guía y referente para comprender el mundo, sino que nos ayuda a conocernos mejor a nosotros mismos.
   En la tradición mitológica y literaria de la antigua Grecia, pero también en la actualidad, un héroe es aquel personaje que acomete una empresa o se enfrenta a un enemigo que en principio le desborda, que sobrepasa sus posibilidades: ya sea matar a un monstruo o resolver un misterio, el protagonista asume un reto o se encuentra en una situación que parece imposible de resolver, lo que le obliga a emplearse a fondo desplegando todos sus recursos y habilidades. El héroe, pues, aunque universal, no es estático. Se supera a sí mismo y representa en sus actos la capacidad humana para mejorar. En este sentido, el retorno de Ulises a Ítaca tras la guerra de Troya es el paradigma del esfuerzo y la superación. En su viaje tiene que sortear numerosos retos y peligros: se enfrenta con cíclopes y gigantes, con malvadas hechiceras y con temibles monstruos marinos; incluso desciende a los infiernos y regresa vivo para contarlo. Conforme va salvando las dificultades se enriquece, haciéndose cada vez más competente. Pero este tipo de conocimiento que atesora Ulises es muy particular, pues sólo lo proporciona la experiencia. Sus vivencias lo transforman. Eso mismo le sucede a Alonso Quijano, un hidalgo que devora libros de caballerías adquiriendo vastos conocimientos sobre la materia. Sólo se convierte en Don Quijote cuando decide salir al mundo para vivir esa experiencia. Al final de su aventura, tanto Don Quijote como Ulises se han convertido en personas distintas, más juiciosas y sabias que cuando partieron.

   LA ACTITUD HEROICA
   El héroe, por tanto, se va construyendo conforme actúa: completa una trayectoria, experimenta una sucesión de hechos que van forjando su carácter. Incluso antes de su desarrollo pleno, o tras él, está dotado de un rasgo fundamental: su actitud. La actitud heroica es una manera de estar en el mundo, es la disponibilidad para arriesgarlo todo, incluso su propia vida. Así se comporta Telémaco en La Odisea, cuando abandona Ítaca para buscar a su padre; es el proceder del anciano Príamo, rey de Troya, cuando se adentra en el campamento griego para rogarle a Aquiles que le devuelva el cadáver de su hijo Héctor; pero también es la conducta de Tom Sawyer cuando decide arriesgar su propia vida y denunciar al indio Joe por asesinato, evidenciando su elevado concepto de la honradez y la justicia.
   Esta actitud de Tom Sawyer hacia la justicia es la misma de la que hace gala Robin Hood, aquel habilidoso arquero que se opuso al mismísimo rey de Inglaterra con apenas un puñado de hombres. Ambos comportamientos ponen de manifiesto que el héroe actúa siempre impulsado por la virtud. Siempre está del lado de lo que en cada momento considera bueno y justo. Ese arrojo para enfrentarse a algo que le supera no es gratuito ni lo hace por amor a la aventura, sino que viene dado por el compromiso moral que tiene hacia sí mismo y hacia otras personas o ideales. Es lo que le sucede a Hamlet cuando siente el deber de averiguar quién asesinó a su padre. Pero además, el héroe tiene plena conciencia de los riesgos que corre. Sabe perfectamente que lo que hace o se propone hacer puede costarle la vida. No es un loco, aunque lo parezca, ni un irresponsable, sino un hombre libre que toma decisiones: comprende el peligro y el reto que debe afrontar. Ejemplo extraordinario de este comportamiento en La Ilíada es el de Héctor, el más esforzado de los troyanos. En realidad es un personaje tremendamente cercano a nuestra perspectiva: está lleno de contradicciones. Una de ellas, la que terminará por ser decisiva, es su doble condición de guerrero y príncipe. Como combatiente debe estar dispuesto a morir por su pueblo; pero como heredero de Príamo y futuro rey de Troya ha de permanecer con vida. Lo irresoluble de esta contradicción es lo que le lleva, casi sin proponérselo, a enfrentarse a Aquiles, aun sabiendo que es un rival que lo supera claramente en pericia y fuerza. Es consciente de la elevada probabilidad de que el mirmidón lo mate, pero aun así termina por asumir su deber, pues lucha por salvar a Troya de la destrucción. Esa responsabilidad le impele a resistir al invencible héroe griego aceptando su destino. Se trata del mismo deber moral que conduce a trescientos espartanos a contener a miles de persas en el paso de las Termópilas.

   EL HÉROE SOLITARIO
   El héroe está dispuesto a enfrentarse a los mayores peligros, poniendo en riesgo su propia vida por una causa justa, sea ésta colectiva o más personal. Sin embargo, dicho desprendimiento esconde, de forma más o menos velada, una ambición: la conquista de la inmortalidad. Aquiles quizá sea, en este sentido, un personaje paradigmático. Enfadado con Agamenón, jefe del ejército griego, Aquiles se niega a combatir y aguarda aislado en su campamento. En él se materializa entonces la figura del héroe solitario, del hombre valeroso y capaz que por una razón u otra abandona la comunidad a la que pertenece. Es un “lobo estepario” alejado de una sociedad a la que no comprende y que le decepciona, pues ha sido objeto de una injusticia. Por coraje y entrega, por fuerza y determinación, es el guerrero de La Ilíada más cercano a los dioses. Sin embargo, no se deja engañar: sabe que en el fondo es tan sólo un hombre, y que la muerte finalmente acabará con él. Asume como nadie lo efímero de la existencia, pues junto a sus grandes cualidades, su carácter mortal pone en evidencia sus flaquezas y su fragilidad como sujeto. Aquiles lucha por su propia gloria, sabiendo que su futuro depende del recuerdo que los hombres conserven de él y sus proezas. Como sabe que va a morir, prefiere decidir la forma en la que ha de hacerlo. Se erige entonces en el representante de los valores de la cultura homérica, en el más grande de sus guerreros, en el más inmortal de ellos.
   Así, toda comunidad crea sus propios modelos y reinterpreta a los anteriores. Ya sea para liberar al mundo de una amenaza como hacen los caballeros de la Mesa Redonda, ya sea para sobrevivir en una isla desierta como hace Robinson Crusoe, el héroe encarna las virtudes de una sociedad o de un grupo social, de tal forma que en él se reconocen cada uno de esos individuos, pero no como son, sino como querrían ser. Demuestran un coraje, una entrega y una determinación ideales. Son un espejo en el que mirarnos. Ahí radica el ascendiente que las figuras heroicas aún conservan: algo de nosotros hay en ellos, y algo de ellos, en nosotros. A través de sus acciones nos reconocemos; a través de ellos nos asomamos a la eternidad.

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