Manuel Vicent
Cobertura
MANUEL VICENT 19/06/2011
Un día no muy lejano subí al Olimpo, el monte más alto de Grecia, que se levanta cerca de Tesalónica, donde antiguamente tenía Zeus su trono, rodeado de toda su parentela. No llegué a la cima, pero sí a una altitud considerable y desde allí traté de llamar a un amigo con el móvil. No había cobertura. Pensé que el lugar estaba preservado todavía por un don de los dioses, aunque tal vez el hecho se debía a unas instalaciones de la OTAN, cuyas antenas coronaban la cumbre. Lo cierto es que el Olimpo se hallaba libre de cualquier guirigay, de esa tupida maraña de conexiones informáticas, redes sociales, llamadas perdidas, mensajes y correos electrónicos, con que la humanidad cubre todo el planeta mediante el impulso de los dedos. Realicé unos ejercicios de respiración consciente de que absorbía el aire incontaminado que respiraron los dioses y llegué a la conclusión de que hoy la libertad solo existe en aquellos espacios que no tienen cobertura, ya se trate del Olimpo, del sótano del suburbano o del mismo infierno. Solo en esos lugares donde no puedes llamar ni ser llamado están exentos de la polución tóxica de la electrónica y te permiten sentirte a salvo oyendo el propio silencio del yo. Imagino qué habría sido de nuestra cultura si los dioses del Olimpo hubieran tenido un móvil. Aquellos héroes facinerosos cuyos crímenes y pasiones fueron estelares se habrían convertido en unos horteras hablando de catarros, operaciones de vesícula, negocios de parcelas o de modelos de bañador y de zapatillas. Si Penélope, la de Ítaca, que tejía y destejía una inexorable manga de jersey esperando al marido hubiera tenido un móvil la Odisea se habría convertido en un chismorreo diario, ella preguntando cada media hora dónde estás y Ulises contestando cualquier bobada, obligado a navegar al Hades, latitud de la eterna bruma solo porque allí no había cobertura. La palabra red ya lleva incluida una idea de trampa para estorninos. Frente a la posibilidad de estar siempre expuesto a ser cazado por esa araña social, al llegar a un espacio donde no es posible recibir una llamada se tiene una sensación similar a la de aquellos exploradores que se sentían libres al desembarcar en una playa virgen solos bajo el sonido de cotorras auténticas, no humanas.
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