Jorge Semprún
Cinco aproximaciones a un largo viaje (y 5)
BERNARD-HENRI LÉVY 09/06/2011
Jorge Semprún recibirá el homenaje póstumo de la 'Fundación Amigos del Museo del Prado'. Lo que sigue es el discurso del pensador Bernard-Henri Lévy sobre su legado múltiple que leerá en la ceremonia, prevista para el 28 de junio.
E iba a olvidar al europeo.
Europa es -ustedes quizá no lo saben- uno de los grandes combates de mi existencia.
Ahora bien, considero que Semprún es, desde hace 30 años que lo conozco, uno de los mejores combatientes de esta idea europea.
No hablo solamente de sus tesis o, para hablar como André Suares, de sus vues sobre Europa.
No hablo ni del concepto de "supranacionalidad" que toma prestado del Husserl de las dos conferencias de 1935, en Viena y Praga, ni de su meditación incesante, al margen de las dos mismas conferencias, sobre el cansancio de Europa y los medios de superarlo.
Ni siquiera hablo de su manera de bordar en sus dos últimos libros, El hombre europeo y después Pensar en Europa, alrededor de la frase de Renan: "Francia se muere, no perturbéis su agonía" -frase que él enunciaría: "Es medianoche menos cinco en Europa, ¿qué hacer para perturbar, detener, quizá impedir, su muerte anunciada?"-.
Hablo de él, verdaderamente de él -es decir, indistintamente, de su identidad y su obra-.
¿Su identidad? No hay necesidad de hacerles un croquis. He aquí un hombre que, desde hace medio siglo, vive entre Francia y España. He aquí un escritor que ha nacido español, pero que hablaba el neerlandés a los 16 años, el alemán a los 20 y que redacta, después, la mayor parte de sus libros en francés. Y he aquí -es quizá lo más turbador- un intelectual comprometido que, al salir de la adolescencia, pone su vida en peligro para defender una Francia que debía, imagino, tener un poco por su patria y que, llegado a la edad de la madurez, se pone, al convertirse en ministro, al servicio de una España que debía ser también, para que él lo hiciera, una especie de segunda patria. Y bien, de este personaje fuera de norma, de este doble patriota, de este Jano (haría falta otra palabra para referirnos a la dificultad de la elección de los rostros...) se tienen ganas de decir lo que Gide decía de sí mismo en su debate inaugural con el autor de La colina inspirada: "Nacido en París, de un padre de Uzès y una madre normanda, ¿dónde quiere usted, señor Barrès, que me arraigue?". Y es, por otra parte, aproximadamente lo que él dice cuando, en 1988, Felipe González envía un emisario a sondearlo y enterarse, de paso, de su nacionalidad: "Dígale al presidente que soy bastante apátrida; bilingüe, luego esquizofrénico, luego sin raíces y apátrida" -y además, de manera bastante recurrente para que no me preocupe una referencia demasiado precisa: "No soy ni de aquí, ni de allí, ni tampoco de allá lejos, soy del campo de concentración de Buchenwald". Nada de verdadera nacionalidad. Nada de identidad fijada ni asignada. O sí, una identidad -pero múltiple, hojaldrada, en la encrucijada de sus destinos y sus elecciones-.
¿Su obra? Es la misma cosa. La Franca de La montaña blanca que recupera el italiano cuando dice obscenidades... El soldado americano de La escritura o la vida que recita su Padrenuestro en español en el momento en que, en Buchenwald, descubre las montañas de cadáveres... Karol, en La montaña blanca también, que piensa en checo y sueña en alemán... El narrador de Adiós, luz de veranos, que se identifica como hispano-francés, pero cuyos monólogos interiores fluyen en alemán... Los libros que escribe, lo he dicho, en francés... Aquellos para los cuales, habría debido decirlo, vuelve al español... Los que están escritos, en París, en español y en Madrid, en francés... 'Pensar en Europa', esa colección de conferencias escritas tanto en una lengua como en la otra, pero reescritas en alemán para ser dichas, por él, en alemán... En breve, ese juego con los léxicos del que no se cansa, ese puzle, esa confusión de las inspiraciones, esos desenganches, esas arritmias, esas fulguraciones del castellano que llegan a perturbar la arquitectura del francés, esas reminiscencias del alemán que dan su relieve a su español y su francés, esos atajos entre las palabras, esas asociaciones libres y oblicuas, esa otra memoria que es la memoria de la palabra y de la cual no se siente menos el testigo y el autor.
Semprún, el transmisor.
Semprún como una travesía.
Semprún como una prodigiosa torre de Babel que resuena de todas esas lenguas de Europa.
Es una Europa para él solo.
El espíritu europeo encarnado.
No hay necesidad de hablar de Europa para que Europa, como tal, hable en él y a su través se haga.
Y no hay necesidad de defenderla para que resista, por él, a los malos demonios que la asaltan y la ponen en peligro.
Pues nosotros estamos en esto, señoras y señores. Somos los testigos y seremos, un día, las víctimas de esta nueva fatiga de Europa. La hemos visto construirse y estamos quizá en curso de verla destruirse. Y bien, es una última razón para leer a Jorge Semprún. Es la última razón, a mis ojos, para quererlo como deberían ser queridos los tesoros vivos de la nación europea. Y es mi última razón para dirigirle, aquí, este respetuoso y fraternal saludo.
Traducción de Antonio Abellán "Vio aparecer el coche de Zapata, que llegaba por la rue Froidevaux. Era un Jaguar. En esto, por lo menos, el viejo truhán no había cambiado de gustos. El coche circulaba..." Netchaiev ha vuelto (1987)"Los coches aparcaron junto a la acera. Hubo un ruido de portezuelas que se abrían y cerraban. Se desplegaron los escoltas. Un poco más allá..." Federico Sánchez se despide de ustedes (1993)
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