De izquierda a derecha, Elmer Mendoza, Juan Villoro, Antonio Skármeta, Laura Restrepo, Sergio Ramírez, Fernando Trueba, Héctor Abad Faciolince, Javier Cercas, Alberto Fuguet y Wendy Guerra, reunidos en la plaza de toros de Zacatecas (México).- DANIEL MORDZINSKI ("El País")
En "El País":
La diosa de los buenos libros
Escritores hispanoamericanos rememoran en Zacatecas la apelación de Gabriel García Márquez sobre la ortografía y se entregan a la adoración de la sintaxis
JUAN CRUZ - Zacatecas - 18/07/2010
Trece años y cinco meses después de que el Nobel Gabriel García Márquez desafiara ante un pelotón de gramáticos las zonas "rupestres" de nuestra ortografía, un grupo de escritores más jóvenes que él reivindicaron aquí, en el mismo sitio donde Gabo lanzó su estallido, la salud de la otra parte de la ecuación, la sintaxis. A la sintaxis, dicen, no hay quien la tumbe.
García Márquez rompió el hielo de los gramáticos, congregados en el Primer Congreso de las Academias de la Lengua celebrado en Zacatecas en abril de 1997, convocándolos a acabar con ciertas haches y con ciertas bes y ciertas uves, y los colocó ante la disyuntiva de despojar al idioma de sus corsés para simplificar la gramática. Tuvo el cuidado el autor de Cien años de soledad de no tocar la sintaxis, aunque la rozó.
En el Festival Hay, que se celebra por primera vez en Zacatecas, preguntamos a un grupo de creadores de la lengua española por la salud de la sintaxis. "Potente", dijeron. Lo de Gabo ahora se toma, dice Juan Villoro, como una provocación que le hizo bien a la lengua. En realidad, dice el escritor mexicano, de vez en cuando al lenguaje hay que quitarle polilla, y eso logró. En aquel momento, como recuerda Sergio Ramírez, el autor nicaragüense, fue Álex Grijelmo, entonces responsable del Libro de Estilo de EL PAÍS y ahora presidente de Efe, quien le demostró con hechos ortográficos a Gabo que su proposición se volvería como un bumerán contra su propio buque insignia: nadie entendería las veinte primeras líneas de Cien años de soledad si se la sometiera el rigor divertido de sus leyes.
Y es que tú puedes tocar la ortografía y volver loco al mundo, como sugiere Héctor Abad Faciolince, "porque la psicología de leer y de escribir ya es centenaria, no se puede interrumpir". Y con la sintaxis es aún más difícil jugar. Está ahí, es una convención llena de sentido. Es el sentido. Cuando Héctor era un chico de escuela en Medellín, su ciudad en Colombia, le descubrió un maestro que la sintaxis responde a las leyes del semáforo. Si tú pones primero el ámbar que el verde fastidias la ecuación, creas un desorden mundial terrible. Y la sintaxis es un orden, mental e incluso sentimental, incrustado ya en los órganos de la memoria de la lengua. Tú puedes decir de cualquier manera la expresión "yo tengo mucha sed", porque la sintaxis no pone en ningún momento el semáforo en rojo. La única condición es la que recuerda Grijelmo que le decía Walter Matthau a Jack Lemon en la versión española de Primera Plana: "Haz lo que quieras, pero no acabes nunca con una preposición".
La tentación de revolucionar la ortografía la tuvo García Márquez en este mismo espacio, ante un grupo tan heterogéneo de hispanohablantes como los que ahora pueblan Zacatecas, atraídos por el Hay Festival. Al lado de donde se reúnen estos creadores de la lengua, unos carteles enormes en los que se le reclama al Gobierno que desenmascare a "los acecinos" de unos compañeros mineros. (Por cierto, aquí hay gente que sabe mucho de la narración de una sintaxis brutal, la de la violencia que marca la vida de este país. Por ejemplo, Yuri Herrera. Mordzinski lo retrató ayer, como un nuevo símbolo de esa literatura que retrata ese mundo sin piedad). No es ningún disparate, decía Villoro: el español peninsular tiene conciencia de la s, pero el español de otras partes no tiene tanta reverencia por esas letras que se dicen de una manera o de otra fuera de los límites de ese castellano recio. Así que acecino se dice asesino y santas pascuas.
Así que la ortografía puede recibir embates como aquellos, y pueden ser tomados como bromas o como sortilegios, pero estos escritores que están ahora en Zacatecas sacándole lustre a sus relaciones internacionales no consienten que se les toque la sintaxis. La cubana Wendy Guerra refirió una frase de un campeón mundial de boxeo de su país referida a la técnica: "La técnica es la técnica y si no hay técnica no puede haber técnica". Pues con la sintaxis pasa la mismo. Pueden venir las apisonadoras de las nuevas tecnologías, y puede haber todas las libertades que los escritores quieran usar para ensanchar la lengua, como dice el español Javier Cercas, pero si no hay sintaxis (y esto lo recalca Cercas) "no hay sentido".
Es un momento bueno de la lengua, porque lo más imperioso, lo que viene de Internet, no sólo se está integrando en el sistema sintáctico sino que está ensanchando el idioma. Dice el chileno Alberto Fuguet que a Gabo habría que recordarle hoy que la hache es fundamental, como cualquier letra que parece perdida, pero es que si se mira bien lo que le está pasando al abecedario es que letras antes irrisorias, como la k, están sirviendo para que los chicos (y los que no lo son) digan cuanto antes que se kieren o que se están preguntando por k. "Kerida eñe", aventura el mexicano Elmer Mendoza para resumir su amor por esa letra que sobrevive, "y que sea para siempre, la kiero tanto, y pon k".
La sintaxis está bien, de lo mejor, como dicen muchos latinoamericanos para expresar bienestar. La sintaxis está de lo mejor. Decía Laura Restrepo, la novelista colombiana, que estuvo en un encuentro de jóvenes (aquí, en el Hay) con su hijo Pedro Saboulard y la esposa de éste, Fulvia Serra; hablaban de autores virtuales y avatares, "y yo me sentía un dinosaurio". Pero todo eso, decía también la madre de Pedro, se asimilará a la lengua, y la sintaxis es suficientemente fuerte como para salir de eso aún más saludable, porque estará mejor alimentada.
Ah, y le decía a Gabo: "Cómo vamos a quitar la hache. ¿En qué se quedaría anhelo, sin ese brinco del alma que es la hache". Le dijo un día un viejo en una hacienda, cuando ella expresó su admiración por un eucalipto. "Ocal, señora. Se llaman ocalitos cuando son chiquitos". Así es la cosa, así se oye la lengua, y no hay problema.
Elmer Mendoza, mexicano que vive en la frontera de arriba, es consciente de que la sintaxis acepta las variantes que el idioma se ha ido dando, como una forma más de la libertad que convierte en arte la literatura. Antonio Skármeta, el chileno que "rescató" la correspondencia amorosa de Neruda -y que está aquí, presentando con Fernando Trueba la película que este hizo a partir de su novela El baile de la victoria-, se halla "a mis anchas con la sintaxis". Los nuevos medios no la erosionan, qué va, "la convierten en una herramienta deliciosa para un escritor. Verla como una camisa de fuerza responde a una actitud holgazana. ¡Y hazme el favor de no poner holgazana sin hache!".
Gabo lo dijo, después del abrumador toque de corneta que hizo en Zacatecas: "La raíz de esta falsa polémica es que somos los escritores, y no los gramáticos y lingüistas, quienes tenemos el oficio feliz de enfrentarnos y embarrarnos con el lenguaje todos los días de nuestras vidas. Somos los que sufrimos con sus camisas de fuerza y cinturones de castidad. A veces nos asfixiamos, y nos salimos por la tangente con algo que parece arbitrario, o apelamos a la sabiduría callejera".
Aquí lo dijo Sergio Ramírez: "Si ponemos el oído en la calle o en el lenguaje de las redes sociales nos sale una sintaxis perfecta". Y en eso están aquí, en Zacatecas, adorando a la sintaxis, la diosa de los buenos libros.
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