viernes, 23 de julio de 2010

ARTE. PINTURA. HISTORIA. LITERATURA. "La conquista de Bizancio" (fragmento), de Stefan Zweig (1881-1942). Cuadro: "Entrada de Mehmet II en Constantinopla" (1876), por Jean-Joseph Benjamin-Constant (1845-1902)

Stefan Zweig
Así comienza "La conquista de Bizancio", perteneciente a la obra Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig:

El 5 de febrero de 1451 trajo un mensajero secreto al hijo mayor del sultán Murad, el joven Mohamet, que a la sazón contaba 21 años y se encontraba en el Asia Menor, la noticia de que había fallecido su padre. Sin decir a sus ministros y consejeros una sola palabra, monta el prín­cipe, tan astuto como enérgico, el mejor de sus caballos, hace al magnífico corcel cruzar las ciento veinte millas hasta el Bósforo y se embarca de inmediato para Gallípoli, en la costa europea. Sólo allí revela a los más fieles la muer­te de su padre, junta un ejército seleccionado para poder evitar cualquier otra pretensión al trono, y lo con­duce a Adrianópolis, donde, en efecto, es reconocido sin oposición como soberano del imperio otomano. Su primer acto de gobierno demuestra ya su cruel energía. Para alejar de antemano a todo rival de su misma sangre, hace ahogar a su hermano menor en el baño, y acto seguido -también eso reveló su viveza y salvajismo previso­res- hace pasar de la vida a la muerte, detrás del asesinado, al asesino que había contratado para el crimen.
La noticia de que al juicioso Murad había seguido el joven Mohamet, apasionado y ambicioso, como sultán de los turcos, llena a Bizancio de horror. Pues por cientos de espías sábese que ese codicioso monarca había jurado que se adue­ñaría de la que fue capital del mundo y que, no obstante su juventud, pasa los días y las noches en consideraciones estra­tégicas de ese su plan vital; pero al mismo tiempo coinciden todos los informes en destacar las condiciones militares y di­plomáticas extraordinarias del nuevo padichah. Mohamet es simultáneamente piadoso y cruel, apasionado y traidor, hom­bre culto y amante del arte, que lee las obras de César y las biografías de los romanos ilustres en latín, y al mismo tiempo un bárbaro que derra­ma la sangre como agua. Este hombre, con los finos ojos melancólicos y la aguda nariz de papagayo, se manifiesta ccomo un trabajador incansable, soldado temerario y diplomático sin escrúpulos, y todas estas fuerzas convergen sobre la misma idea: superar ampliamente los hechos logrados por su abuelo Bayaceto y su padre Murad, que por vez primera habían enseñado a Europa la superio­ridad militar de la nueva nación turca. Se sabe y se siente que su primera acción tendrá por objetivo a Bizancio, esa última y magnífica joya que quedaba de la corona imperial de Constantino y Justiniano.


También -aunque ya aparece en otra entrada de este blog- reproducimos el cuadro de Jean-Joseph Benjamin-Constant que recrea la entrada del sultán en la derrotada Bizancio:

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