Además, reproducimos un fragmento de uno de sus libros más conocidos: Tristes trópicos:
Los nambiquara despiertan con el día, avivan el fuego, se calientan un poco después del frío de la noche, y se alimentan ligeramente con las sobras de la víspera. Un poco más tarde, los hombres parten, en grupo o separadamente, en expediciones de caza. Las mujeres quedan en el campamento para ocuparse de los quehaceres domésticos. El primer baño se toma cuando el sol empieza a subir. Las mujeres y los niños se bañan juntos a menudo, por jugar; a veces se prende una fogata; al salir del agua se agachan frente a ella para reconfortarse, y se complacen en tiritar exageradamente. Durante el día tendrán lugar otros baños. Las ocupaciones cotidianas no son muy variadas. La preparación de la comida es lo que más cuidados y tiempo lleva: hay que rallar y pisar la mandioca, poner a secar la pulpa y cocinarla, o también descascarar y hervir las nueces de cumaru, que agregan un perfume de almendras amargas a la mayor parte de las preparaciones. Cuando hay necesidad, las mujeres y los niños parten a recoger productos silvestres. Si las provisiones son suficientes, las mujeres hilan agachadas en el suelo o de rodillas, con las nalgas sobre los talones; o bien tallan, pulen o enhebran cuentas de cáscaras de nuez o de conchillas, aros y otros adornos; y si el trabajo las aburre, se despiojan una a la otra, vagan o duermen.
Durante las horas más calurosas, el campamento enmudece; los habitantes, silenciosos o adormecidos, gozan de la sombra precaria de los cobertizos. En el tiempo restante, las ocupaciones se desarrollan en medio de las conversaciones. Casi siempre alegres y risueños, los indígenas bromean y también, a veces, lanzan expresiones obscenas o escatológicas, que se saludan con grandes carcajadas. El trabajo se ve a menudo interrumpido por visitas o preguntas; si dos perros o pájaros familiares copulan, todo el mundo se detiene y contempla la operación con una atención fascinada; luego se recomienza después de un intercambio de comentarios sobre acontecimiento tan importante.
Los niños haraganean durante una gran parte de la jornada; las niñitas, por momentos, se entregan a las mismas tareas que sus mayores; los niños deambulan o pescan al borde de los cursos de agua. Los hombres que se quedan en el campamento se dedican a trabajos de cestería, fabrican flechas e instrumentos de música, y a veces prestan pequeños servicios domésticos. En general reina armonía entre las parejas. Hacia las tres o cuatro de la tarde, los otros hombres vuelven de la caza, el campamento se anima, los dichos se hacen más vivos, se forman otros grupos, distintos de las aglomeraciones familiares. Se alimentan de galletas de mandioca y de todo lo que se ha encontrado durante el día. Cuando cae la noche, algunas mujeres, que se designan diariamente, se dirigen a juntar o cortar leña para la noche al matorral vecino. Se adivina su llegada en el crepúsculo, vacilando bajo el peso que estira la «banda de transportes» sobre su frente. Para descargarse, se agachan inclinándose un poco hacia atrás y dejan su cuévano de bambú en el suelo con el fin de desembarazar la frente de la banda.
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