En la Revista de Verano de "El País", este relato de Octavio Escobar: EL CORAZÓN DE VERGARA:
Cuando Ana Paula se personó en la escena del crimen, ecuatoriales las caderas, cintura precisa y un busto que apenas alcanzaba lo juvenil a pesar de los treinta bien cumplidos -lo que facilitaba el uso de las cámaras-, Vergara sintió que su propia temperatura ridiculizaba al verano. Cruzaron algunas palabras. Ana Paula gustó del abdomen prieto y la expresión melancólica del policía; el ritmo tropical de la voz femenina encantó a Vergara. Una semana después la llamó para que fuera la primera en llegar a una carnicería donde el cliente, moroso en sus pagos, terminó con el bofe perforado y los intestinos por fuera. Bebieron una cerveza, obligatoriamente rápida. A los cuatro días coincidieron en un robo a mano armada sin víctimas mortales. Ana Paula tomó unas fotografías desganadas. Contrariado, Vergara decidió que ya era hora de apoyar al mayor Andrade en su propósito de borrar de la ciudad a "tanta alimaña podrida". Comenzó con un expendedor de drogas: cinematográfico agujero de entrada en la frente, tres patadas para dramatizar al cadáver. Ana Paula obtuvo muy buenas imágenes: nuevas cervezas y ciertas canciones musitadas. Tras cinco días se juntaron frente al cadáver de un líder comunal que gustaba de criticar a la Administración local y la Iglesia. Doce disparos en el pecho, artísticamente repartidos. Cervezas bajo la canícula, cortesía de El Nacional. La semana siguiente una X trazada con labial rojo sobre el corazón y un disparo suicida acabaron con la vida del vecino del mayor Andrade -viudo reciente, rumores de pederastia-, que se había negado a venderle los metros cuadrados necesarios para la construcción de una piscina. Más cerveza y los primeros besos. Tres muertos después cayeron juntos en la cama. A Ana Paula le pareció ridículo el arrobamiento de Vergara con sus caderas, pero disfrutó los efectos. Algunos se preocuparon por las dimensiones que alcanzaba la limpieza social; también protestó la mafia local. El mayor Andrade desestimó las cifras de las organizaciones humanitarias e insistió en la mala suerte que tienen los comunistas: "Culpa del alejamiento de Dios". Citó a Vergara en su oficina y le exigió discernimiento. Ana Paula comenzó a aburrirse del registro de los eventos sociales, las obras pías y las inauguraciones prematuras del alcalde. Consciente de que su amor peligraba, Vergara atendió los reclamos del doctor Rivas contra las incendiarias crónicas de un periodista de El Nacional. El futuro senador quedó satisfecho. Ana Paula temió por su vida; eran públicas su amistad con el comunicador asesinado y sus ideas de avanzada. Vergara la tranquilizó con un susurro en la oreja que terminó en mordisco; Ana Paula aceptó la caricia. Quince días después anunció su regreso a la capital. No hubo llanto.
El suicidio de Vergara prescindió de la X roja en la sien. En el pequeño apartamento, muy ordenado, los investigadores descubrieron indicios suficientes para afirmar que el occiso era el responsable de los ajusticiamientos de las últimas semanas. El equipo de sonido reproducía los grandes éxitos de Camilo Sesto.
El suicidio de Vergara prescindió de la X roja en la sien. En el pequeño apartamento, muy ordenado, los investigadores descubrieron indicios suficientes para afirmar que el occiso era el responsable de los ajusticiamientos de las últimas semanas. El equipo de sonido reproducía los grandes éxitos de Camilo Sesto.
Octavio Escobar nació en Manizales (Colombia), en 1962. Es autor de la novela Saide (Periférica).
1 comentario:
Un buen cuento. Sugiere muchas cosas aunque no las dice.
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