La “inteligencia colectiva” está de moda. Es, sin embargo, un continente a medio explorar, con mapas todavía muy rudimentarios. Los neurólogos han llegado a la conclusión de que no podemos estudiar un cerebro aislado. Uri Hasson, de la Universidad de Princeton, ha medido la actividad cerebral de un par de sujetos que conversan. La actividad cerebral del oyente reflejaba la del hablante. Es muy probable que las fantásticas capacidades de la inteligencia humana tengan un origen social.
Jerome Bruner, uno de los más importantes psicólogos vivos, escribe: “La inteligencia humana no es un patrimonio de cada persona, sino que es un bien comunal, en cuanto que su despliegue y enriquecimiento dependen de la capacidad de cada cultura para ofrecer instrumentos adecuados a tal efecto”. De esto podemos sacar una consecuencia inquietante: las sociedades pueden ser inteligentes o estúpidas, y esa índole influye en la inteligencia de sus componentes. “¡Qué difícil es no caer cuando todo cae!”, gemía Antonio Machado. Comienza a hablarse de una “inteligencia vygotskiana”, así llamada en recuerdo de Lev Vygotsky, un genial psicólogo de principios del siglo XX, cuya tesis principal era que la inteligencia individual estaba determinada por la cultura en que se desarrollaba. Es un híbrido de genética y cultura. La conclusión es evidente: nos interesa vivir en sociedades con talento.
Las nuevas tecnologías nos han introducido en tupidas redes de comunicación, rápidas, globales y baratas que favorecen la interacción entre inteligencias individuales. Esto ha disparado el interés por la inteligencia colectiva. Han aparecido nuevas palabras y conceptos: inteligencia compartida, inteligencia colectiva, epistemic communities, inteligencia en red, computación social, computación distribuida, groupthink, smart mob, crowdwisdom, wikinomic, groundswell, innovación democrática, evolución espontánea, multitudes inteligentes. La NASA tiene un “laboratory of distributed intelligence”, el MIT elabora un Handbook of collective intelligence. ¿Qué está pasando? ¿Es un progreso científico o una moda?
Bajemos al mundo cotidiano. ¿De quién se fiaría usted más, de un jurado o de un juez? Se debate si es mejor una política económica de austeridad o de expansión. ¿En quién confiaría? ¿En una votación popular? ¿En un grupo de expertos? ¿En una única persona capaz de decidir qué grupo de expertos es más convincente? ¿Quién prefiere que tome una decisión sobre su vida, usted: un médico o un equipo de médicos?
Irving Janis ha estudiado lo que denomina groupthink, los errores que cometen los grupos al tomar decisiones. Analizó el bombardeo a Pearl Harbor, la guerra de Vietnam y la invasión de Bahía de Cochinos. Los trending topics indican lo que en un momento está interesando más a un gran número de personas. ¿Le parece a usted que los asuntos más interesantes son los que interesan a más gente? Junto al entusiasmo por las posibilidades que nos brindan las nuevas tecnologías, aparecen voces más cautas que hablan del “rebaño digital”, del empobrecimiento del sentido crítico, de la glorificación del “me gusta” en detrimento de la argumentación.
Educando en sociedad
Desde el punto de vista de la educación, este es un tema apasionante. El talento de las naciones es un objetivo educativo de primera magnitud,puesto que de él depende en parte el talento de los individuos. ¿Sabemos cómo fomentarlo? El talento es la inteligencia en acción, que elabora buenos proyectos y toma buenas decisiones. Para conseguirlo tiene que buscar la información necesaria, gestionar las emociones de la forma adecuada, y tener acertados criterios de evaluación. La semana pasada les hablé de la“educación del inconsciente”, que es la fuente de nuestras ocurrencias. Podríamos, por extensión, hablar de un “inconsciente social”, es decir, de una enorme red de influencias mutuas que hace que una sociedad desee, piense y actúe de una manera determinada. Si una sociedad está furiosa, se le ocurrirán ideas violentas. Si está movida por un entusiasmo racista, se le ocurrirán acciones racistas. Si no tiene sentido crítico, se le hará comulgar con ruedas de molino. Gigantescos sistemas de adoctrinamiento, propaganda, publicidad, pivotan sobre cada uno de nosotros, intentando motivarnos para algo. No sólo vivimos en medio de una “red de información”, sino de una “red de incentivos” prometidos, que influyen en nuestras creencias, nuestros sentimientos y nuestra acción.
La inteligencia social –la que emerge de la interacción de las inteligencias individuales– es un fenómeno que puede estudiarse a distintas escalas. En todas ellas, produce dinámicas ascendentes o descendentes. Cada relación aumenta o reduce nuestras competencias.
Un caso de inteligencia compartida al que he dedicado mucha atención es la “inteligencia de las parejas”. Las hay triunfantes y las hay fracasadas, según aumenten o disminuyan el talento de sus componentes. También me ha interesado la “inteligencia de las organizaciones”. Una organización con talento es aquella en que un grupo de personas que tal vez no sean extraordinarias, por el hecho de colaborar de una manera determinada, pueden producir resultados extraordinarios. Este plus es el que me interesa, porque es la esencia del progreso social. Ahora estoy embarcado en el estudio del talento de colectividades más grandes: las ciudades o los estados. Pueden ver la web Ciudades con Talento.
En este momento, una formación política –Podemos– ha apelado directamente a la “inteligencia colectiva” para elaborar su programa. Me interesa como experimento social porque hasta este momento cada partido político se encargaba de presentar un programa a la sociedad, e intentaba persuadirla de que era la mejor solución. El papel de la ciudadanía en una democracia era elegir entre distintos programas o gobernantes. Las propuestas de soluciones venían de arriba abajo. Lo que intenta Podemos es fundar la invención política en la comunidad, es decir, implantar un dinamismo de abajo arriba. Eso supone una confianza completa en la “inteligencia colectiva”. La pregunta decisiva es si esa confianza está fundada. Si la sociedad, por el hecho de existir, ya posee el talento necesario para proponer soluciones a los complejos problemas con que nos enfrentamos o si hace falta un proceso educativo previo para que la alcance. James Surowiecki, en el libro Cien mejor que uno. La sabiduría de la multitud (Tendencias), señala que, dadas unas circunstancias adecuadas, los grupos manifiestan una inteligencia notable, y con frecuencia son más listos que los más listos de entre ellos. El argumento de este libro es que no hay que ir a la caza del experto, porque eso es una pérdida de tiempo y además muy costosa. Lo que debemos hacer es dejar de buscar y consultar a la multitud (que, por supuesto, contiene tanto a los genios como a todos los demás). Tenemos muchas posibilidades de que ella sepa.
Friedrich Hayek.
En este punto, se producen coincidencias sorprendentes.Quienes están más de acuerdo con las tesis metodológicas de Podemos no son las ideologías comunistas, sino el liberalismo económico. La crítica que hizo Friedrich Hayek, premio Nobel de Economía, a las economías planificadas se basaba en que estas eran incapaces de aprovechar el “conocimiento distribuido” que existía en los consumidores. Ellos sabían lo que necesitaban y lo que querían, no los planificadores encerrados en un despacho entre estadísticas. Para Hayek, el mercado era la única herramienta para aprovechar esa “inteligencia colectiva”. Recordarán que los economistas liberales admiten, basándose en un viejo texto de Adam Smith, la existencia de una “mano invisible” que arregla todos los asuntos económicos por el simple juego de los intereses individuales. “No es la benevolencia del panadero lo que lleva el pan a tu casa, sino su interés en ganar dinero”, era el resumen de su postura. La “mano invisible” no funciona del todo bien.
Podemos se basa en otra metodología: lo que puede aprovechar políticamente la “inteligencia colectiva” es el debate abierto entre todos los afectados. Es la tesis de la “democracia participativa” del alemán Jürgen Habermas. De ese debate surgiría la luz. Lo malo es que cualquiera que haya asistido a un debate parlamentario, a una tertulia de televisión o a una junta de vecinos verá que ese debate ideal no está al principio, sino al final de un proceso de educación política.
Volvemos de nuevo a la necesidad de una educación política capaz de aumentar la “inteligencia social”. Una inteligencia informada, crítica, inventiva, tenaz y justa. Un tema absolutamente prioritario.
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