EN EL BICENTENARIO DEL MARQUÉS DE SADE
El animal que habita en nosotros
¿Uno de los espíritus más libres de la historia o alguien que llevó al límite el ideario del Antiguo Régimen?
Donatien Alphonse François de Sade, más conocido como el marqués de Sade, de cuya muerte se cumplen hoy 200 años, nació en 1740, en pleno Siglo de las Luces, y tuvo el honor de ser perseguido tanto por el Antiguo Régimen como por la Asamblea Revolucionaria. Dicho en otras palabras: ningún sistema podía asimilarlo, y solo el paso del tiempo y el cambio de actitudes morales y filosóficas han ido permitiendo que toda su obra salga a la luz. Aún ahora mismo no es fácil enjuiciarlo. Dependiendo del prisma desde el que se le mire, puede parecer uno de los espíritus más libres y revolucionarios de todos los tiempos, como creían Flaubert, Rimbaud, Bataille y los surrealistas, o puede verse también como alguien que llevó al límite de lo posible el espíritu disoluto y despótico de la aristocracia del Ancien Régime. Quizá ambas tendencias conforman una unidad dialéctica inseparable de su figura, y quizá las dos tienen razón, si bien solo parcialmente.
Aunque en su obra aparece con mucha frecuencia la figura del verdugo en actos descritos con temple frío y distanciador, lo cierto es que pasó buena parte de su vida en cárceles y asilos mentales, y en ese sentido fue claramente una víctima purgando delitos que no había cometido, a no ser que consideremos un delito sus libros. Dicho lo cual cabe pensar que lo condenó la ausencia de libertad de expresión más que su presunta apología del crimen y el horror.
Es evidente que no fue tan disoluto como sus personajes, y no pocos de sus contemporáneos se entregaron a orgías de sangre en las que Sade no participó: le bastaba con imaginarlas. Aunque fue muy original, no hay que ignorar que parte de su obra está estrechamente vinculada a un género muy de moda en su tiempo: el libelo obsceno y demoledor.
Practicó todos los géneros literarios de la época: novela, ensayo, poesía, teatro, y algunas de sus obras más celebradas, como La filosofía en el boudoir y sus novelas, están llenas de humor corrosivo y desestabilizador.
En lo que se refiere a la cultura en español, Octavio Paz le dedicó un hermoso poema: El prisionero; Rafael Conte se ubicó en su alma haciendo un relato en primera persona: Yo, Sade; y Gonzalo Suárez le dedicó una novela monumental, presidida por una desconcertante objetividad cinematográfica, no del todo ajena al efecto distanciador del marqués: Ciudadano Sade.
En lo que se refiere a Francia, los textos dedicados al marqués son innumerables y me referiré solo a dos que impresionan por su sutileza: Sade mi prójimo, donde Pierre Klossowsky profundiza en los aspectos más abismalmente humanos de Sade, y el ensayo de Roland Barthes Sade, Fourier, Loyola. Puede sorprender que Barthes relacionase a Sade con Loyola, pero no si advertimos que en los dos se detecta una mística de la enumeración. Como Ignacio de Loyola en sus ejercicios, Sade quiere ser exhaustivo y agotar todas las fantasías posibles, hasta que ya no pueda añadirse ni una más: tiene esa ambición, hija de la Enciclopedia.
Es ya común decir que se trata de un escritor más bien aburrido. En sus novelas no lo parece en absoluto. Puede resultar más tedioso en libros inclasificables como Las 120 jornadas de Sodoma, pero no si se lee desde un ángulo psicológico y antropológico, pues ilustra mucho de todo ese magma sangriento y totalitario que alberga la zona gris del alma, esa zona en la que la figura humana deja de conmover y emocionar para convertirse en una sustancia abstracta sobre la que poder ejercer toda la violencia que omitimos normalmente, y que según Freud sería el resultado más íntimo e inconfesable del malestar de la cultura y de todas sus mordazas. A menudo olvidamos que dentro de nuestro ser malvive un animal que clama por sus derechos, y que a veces despierta para mostrar su cara menos complaciente.
Siendo en sí mismo un racionalista, abre de par en par las puertas de lo irracional. Su verdadera filosofía aparece con bastante claridad en su poema La verdad, donde atribuye a la naturaleza un furor desatado y una violencia desmedida y aconseja dejarse llevar, sin ninguna resistencia, por ese mismo furor y esa misma violencia. Puede ser muy discutible esa idea de la naturaleza, pero con toda evidencia nos hallamos ante una visión que se adelanta al espíritu volcánico del Romanticismo y a todos los excesos del simbolismo y el surrealismo. Curiosamente, nadie ha llegado tan lejos en la exploración de la crueldad. Sade marca un límite demencial que nos sigue dejando estupefactos, a pesar de que llevamos ya un buen tiempo aceptándolo entre nosotros. Quizá hay escritores que nunca acaban de ser asimilados por completo, y en eso se fundamentaría su verdadera gloria. Nietzsche sería uno de ellos, el otro sería sin duda alguna Sade.
Sade al desnudo
WINSTON MANRIQUE SABOGAL
El marqués de Sade a través de la biografía de su esposa, de sus cuentos más eróticos y de una exposición en el Museo de Orsay dan cuenta de la realidad de uno de los clásicos más polémicos y populares de la literatura y la vida. Estas son algunas de las novedades literarias y eventos que conmemoran el bicentenario del autor de obras como Justina o los infortunios de la virtud.
Renée Pélagie, marquesa de Sade, del periodista Gérard Badou, y publicado en España por Ediciones del Subsuelo, es una de las novedades más jugosas al describir la enigmática pasión que encadenó a esta mujer a su marido que la llamaba en la intimidad su “pequeña pularda”.
Ella era solo año y medio más joven que él (nació en diciembre de 1741 y murió el 7 de julio de 1810). Al principio, Sade (1740-1814) la despreció, pero con el tiempo llegaría a decirle: “Te amaré hasta la tumba”. Más que una pareja al uso, fueron aliados, escribe Badou. Lo que ocurre es que según las propias palabras del Marqués, él reconocía tener el “pequeño defecto de amar quizá demasiado a las mujeres”, y dar rienda suelta a su libertinaje que no era otro que tratar de vivir al margen de las coordenadas sociales y ver hasta dónde podía llegar el ser humano en su vida sexual sin restricciones.
Esta biografía relata la vida de la marquesa y, de paso, de su famoso marido, y con ella la pregunta sobre qué resortes ocultos, misteriosos y desconocidos tiene el ser humano para aceptar vivir, amar y desear a alguien que lo traiciona o le hace daño. Es más, incluso, Renée Pélagie habría facilitado las cosas para que Sade diera rienda suelta a sus instintos libidinosos y sexuales. La marquesa pudo haber contribuido, según la biografía, a que su marido viviera y practicara con mujeres, en su casa, las escenas recreadas en obras como Aline y Valcour, Justine y Los 120 días de Sodoma. Una biografía que más que la vida de la pareja es un viaje por los intersticios y laberintos no confesables e irracionales del ser humano.
Parte de esa vida también se refleja en el volumen Cuentos eróticos, del Marqués de Sade, editados por Hermida Editores, con la traducción de Enrique Martínez Fariñas. Son relatos prohibidos, junto a los libros, hasta hace poco más de medio siglo, pero que hoy se pueden comprar y leer. En ellos se aprecia la concepción de la libertad y el deseo erótico y la transgresión.
En Francia, una de las conmemoraciones más destacadas es la exposición en el Museo de Orsay, de París, titulada Atacar al sol. Con esta exposición y la frivolidad con la que se vive en este siglo de la sociedad del espectáculo, escribió Mario Vargas Llosa en EL PAÍS, el pasado 2 de noviembre, se logrará “acabar con la leyenda maldita que rodeaba al personaje y a sus libros y probar que ni aquel ni éstos eran tan peligrosos ni malignos como se creía”.
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