Álex Grijelmo
LA PUNTA DE LA LENGUA
Quiero declarar inaugurado este acto
El uso político del verbo “querer” con la idea de 'hacer' o de 'ordenar' nos proporciona algunas pistas
El lenguaje político sugiere mucho acerca de la clase dirigente que nos gobierna. Escribía José Antonio Marina (Elogio y refutación del ingenio,1996) que las palabras tienen su propio inconsciente y, por tanto, se pueden psicoanalizar también.
Quienes emplean el discurso del poder se expresan con determinados movimientos convulsos del lenguaje que ellos mismos no controlan, un tic oratorio que los pone en el pedestal y los libera de tensión.
Esto se representa con frecuencia en un insistente uso del verbo “querer” con el sentido de tener una voluntad. Los demás mortales quieren muchas cosas (anhelan, desean, pretenden), pero entre su impulso y la consecución del logro median a menudo trechos que no tienen la capacidad de recorrer o que les suponen un gran sacrificio: tal vez el ahorro de años o meses, tal vez el estudio concienzudo. “Quiero comprarme una casa”, “quiero regalarle un televisor a mi madre”, “quiero encontrar trabajo”, “quiero estudiar una carrera”. Este verbo se remite comúnmente al esfuerzo que se interpone entre la voluntad y el éxito.
La misma palabra “voluntad” se transforma: significa una intención y, a la vez, la tenacidad precisa para que aquella se ejecute; y así debemos tener voluntad para lograr lo que buscamos; y una persona sin voluntad no es quien no desea algo, sino quien no pone el esfuerzo necesario.
Cómo se aleja de todo eso la "voluntad política". En su lenguaje peculiar, los políticos saben que todo se ejecuta de inmediato cuando se da una “voluntad política” en quien tiene el poder: los obstáculos se disuelven como una pastilla efervescente y se genera una fuerza que evita cualquier ardor de estómago. Las pólizas, los interventores, los trámites, los impedimentos tienden a hacerse invisibles si la voluntad política se activa desde el lugar adecuado.
Y esto se manifiesta luego en las palabras, pues para un poderoso el verbo “querer” está en el terreno del hacer al decir; mientras que para los demás forma parte del decir para hacer. Nadie le suelta a un amigo “quiero expresarte mi agradecimiento”, sino que simplemente le decimos “gracias”. Y si alguien proclama “quiero un parque en este barrio” no está decidiendo, sino suplicando. Qué distinta esa misma frase en los labios de un concejal.
El lenguaje político está repleto del verbo “querer”, pero con la idea dentro de él de hacer, de decidir, de ordenar.
Esos insistentes desvíos respecto del lenguaje común nos dan siempre pistas.
Proclaman los personajes públicos: “Quiero felicitarles”, “quiero reconocer y agradecer”, “quiero transmitiros mi determinación de continuar estimulando la convivencia”… Y “quiero anunciarles” equivale a “les anuncio”, y “quiero declarar inaugurado este acto” equivale a “queda inaugurado”… Ahí se va viendo que querer significa para ellos, sobre todo, hacer.
Ese “quiero”, expresado casi siempre en un acto público, viene de lejos. Ya en el siglo XV escribían los reyes “nos plaze que” para mandar algo. Carlos III de Navarra usa varias veces la expresión “queremos e nos plaze” al redactar su testamento. Y más adelante identifica los dos verbos: “Ordenamos et queremos que de las rentas, provechos et hemolumentos…”. Fernando el Católico acude también al “queremos e nos plaze” para otorgar bienes y navíos en 1488. Los documentos del Tratado de Tordesillas (1494) muestran numerosos “otrosí queremos”, o “queremos e otorgamos”, y también un “porque mi merced e voluntad es (…) que se guarde y se cumpla”.
Casi todos los vocablos tienen su recorrido histórico, pero no solemos darnos cuenta de hasta qué punto las palabras y sus caminos pueden separarnos: si entre el “quiero” de un ciudadano y el logro de su anhelo Media un tramo largo, apenas se aprecia distancia psicológica entre estos “quiero” tan repetidos por los poderosos y la ejecución de lo expresado.
Quizá por ello abunde ese verbo en el lenguaje del poder, y quizá por ello algunos otros lo copien para sí: porque las palabras tal vez les ayuden a identificar en su corazón los deseos con la realidad.
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