ESCLAVAS SEXUALES EN LA INDIA
Hablan las prostitutas sagradas: “Mi familia subastó mi virginidad cuando tenía 13 años”
Cuando Rudrama Bullanavar tenía 13 años su familia subastó su virginidad. Era su destino. A los cuatro años la consagraron a la diosa hindú Yellamma en un templo de Saundatti, localidad del sur de la India. La ceremonia religiosa en la que fue “casada” con la divinidad la convirtió en una devadasi: dedicaría su vida a servir a Yellamma y no podría casarse con un mortal. A los once días de experimentar su primera menstruación, un terrateniente pagó por ella. La virginidad de una devadasi purifica, rezan las creencias locales. Desde entonces Rudrama ha servido a su diosa y a cuantos hombres han pagado por su compañía. Prostituta sagrada, oprimida por la tradición.
“Mi familia era muy pobre y la solución fue convertirme en una devadasi y prostituirme. En aquella época muchas familias lo hacían”, narra Rudrama a El Confidencial. A sus 53 años, es una superviviente. Pocas devadasis superan los 50, víctimas de enfermedades venéreas, malos tratos y alcoholismo. “Me condenaron a una vida miserable”, afirma con gesto cansado.
Rudrama fue la amante de aquel terrateniente durante dos años. Él mantenía a su familia a cambio de que la niña fuese su concubina. “Me traía regalos y no me trataba mal del todo. Cuando crecí me abandonó”.
“Venían diez hombres al día. Así pagué la crianza de mis hermanos”
Tras la desaparición del terrateniente, llegaron multitud de hombres. “Venían a mi casa. Mi familia salía de la vivienda para que estuviese con ellos. Era muy guapa y había días que podían venir diez hombres. Así pagué la crianza de mis hermanos”, explica Rudrama. Ella dejó de ejercer la prostitución hace unos años y sobrevive con una pensión mensual de 400 rupias (5 euros) que recibe del Gobierno como parte de un programa de rehabilitación. Y ni siquiera las percibe todos los meses con regularidad.
Rudrama Bullanavar fue convertida en 'devadasi' a los cuatro años (J.L.)
La India prohibió la consagración de devadasis en 1988. Una medida que no ha puesto fin a la práctica. Se estima que existen 250.000 devadasis en el país, la mitad de ellas dedicadas a la prostitución en los estados sureños de Karnataka, Maharashtra, Tamil Nadu y Andhra Pradesh. A día de hoy se sigue consagrando –y condenando– a niñas.
La tradición de las devadasi –“deva” significa dios y “dasi” sirviente femenina– ha formado parte de las costumbres del sur de la India desde tiempos antiguos. Los historiadores han encontrado vestigios de esta práctica que se remontan al siglo IX. No siempre fue una forma de explotación sexual: en su apogeo, entre los siglos XIII y XVI, las devadasi provenían de familias nobles, bailaban en los templos y se las instruía en música y poesía. Eran las únicas mujeres que sabían leer y escribir en su época. Los terratenientes y la nobleza las mantenían en lujosas viviendas. Con el paso del tiempo se convirtieron en cortesanas para ricos amparadas por el manto de la religión.
Pero la colonización británica acabó con esta forma de vida. Los nobles indios perdieron poder y riqueza y dejaron de patrocinar a los templos. La tradición de las devadasi degeneró en explotación sexual. Hoy la gran mayoría de ellas son intocables, el eslabón más bajo del jerárquico sistema social indio.
No consagres a tu hija
“No consagres a tu hija” se lee en cárteles en la polvorienta carretera que conduce al Templo de Yellamma de Saundatti, en el estado de Karnataka. La colina sobre la que se asienta el lugar de peregrinación está bordeada por un lago en una de sus laderas y, por la otra, por un valle. En la distancia se observan molinos eólicos. Aquí nació la leyenda que dio comienzo a la tradición de las devadasi.
Yellamma era la esposa del asceta Jamadagni, quien tras tener a su cuarto hijo tomó un voto de castidad. La mujer acudía cada día a un lago cercano a coger agua, que transportaba en vasijas que fabricaba con arena sin hornear. Un día observó a dos seres celestiales hacer el amor en la orilla del lago y experimentó un súbito deseó sexual. Después no pudo crear la vasija de arena. Había perdido sus poderes de concentración. Su marido, al ver que volvía sin agua, sospechó lo que había ocurrió y maldijo a Yellamma. Fue expulsada de su hogar y condenada a vagar pidiendo limosnas, narra el historiador William Dalrymple en su libro Nueve vidas. En busca de lo sagrado en la India de hoy.
El templo en sí mismo no sería gran cosa si no fuese por su leyenda. Un muro rodea el recinto y en su centro un pequeño edificio amarillo y naranja aloja una estatua negra de Yellamma. Cientos de peregrinos acuden al templo a diario. Los caminos que conducen a él están llenos de puestos que venden flores, incienso, cocos y otras ofrendas. El lugar es un destino religioso y turístico. Familias con niños pasean por el complejo. Devadasis con aspecto de tener 80 años pero que probablemente no lleguen a los cincuenta piden limosnas en el lugar. Son demasiado mayores para atraer hombres y la mendicidad es su única salida.
Un desconfiado sacerdote asegura que aquí no se realizan consagraciones.La pregunta ofende al religioso, que corta la conversación. Prefiere no hablar.
Los esfuerzos del Gobierno indio y las organizaciones no gubernamentales han limitado las consagraciones, pero no puesto fin a ellas. Si antes se llevaban a cabo en los templos, ahora se hacen a escondidas. La pobreza, la falta de educación y la discriminación contra las mujeres ayudan a que se perpetúe esta forma de explotación.
El Templo de Yellamma en la localidad de Saundatti, donde surgió la tradición de las 'devadasis' (J. León).
La mujer que escapó a su destino
“El estómago vacío y la superstición hacen que las familias conviertan a las niñas en devadasis”, dice a El Confidencial B. L. Patil, fundador de la ONG Vimochana, dedicada a la erradicación de esta práctica. “En Saundatti las consagraciones casi han terminado pero en otros distritos continúan ocurriendo. Se realizan en las casas de los sacerdotes, que lo hacen por dinero. Como sucede a escondidas porque está prohibido es difícil saber cuántas niñas son consagradas”, añade.
Las redes de prostitución también impiden el fin de las devadasi. Durante los festivales religiosos en los que se llevan a cabo consagraciones, proxenetas de Bombay, Pune, Bangalore y otras ciudades acuden a los pueblos de Karnataka para comprar devadasis con las que llenar sus burdeles. “Aparecen devadasis de Bombay con pulseras de oro y dinero; esto hace que las familias pobres manden a sus niñas con los proxenetas”, explica Patil.
Hija, nieta y tataranieta de devadasis, Chandani escapó a su destino. Su madre murió de sida cuando ella tenía seis años y fue criada por su abuela hasta que fue acogida por Vimochana, que cuenta con un centro donde viven, estudian y aprenden oficios 50 hijos de devadasis. Desde los años 90, unos 1.200 niños han pasado por el centro.
“Me siento mal por el sistema de las devadasis y por lo que ha pasado mi familia. Pero hay que mirar al futuro”, afirma Chandani. “No quiero ser una de ellas. Quiero una vida normal”, asegura la joven de 20 años y que estudia un cursillo de informática.
Chandani no será una devadasi. Ni sus futuras hijas.
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