La editorial Penguin Random House decidió no conceder a este periódico una entrevista con Javier Cercas con motivo de la aparición de su nueva novela El impostor, porque “el autor no tenía tiempo”. Si queríamos preguntar, la empresa nos ofrecía una rueda de prensa. Hasta el momento, han aparecido entrevistas con el autor en El Mundo, El Cultural, Babelia, La Vanguardia, TVE, EFE, Colpisa y puede que haya alguna más. Las diferencias de tratamiento entre una rueda de prensa y una entrevista radican en las posibilidades e intenciones del periodista: en una rueda de prensa se complace la promoción de la empresa editora con preguntas tangenciales y respuestas aprendidas, en una entrevista se puede cuestionar la obra de un autor y complacer la independencia de los intereses del lector del medio. La sección de Cultura de El Confidencial cree en el valor de las preguntas por encima de todo.
Es probable que la empresa editora se sintiera molesta con las declaraciones de la ensayista Luisa Elena Delgado sobre Cercas, en una entrevista con este periódico hace unos días: “Hay arte que no es propaganda, pero que es narcotizante y ansiolítico. El ejemplo perfecto es Soldados de Salamina, una gran obra de sutura”. Quizás tampoco benefició a sus intereses el enfoque sobre el libro al compararlo con otra novedad en capilla, la de Antonio Muñoz Molina.
El veto comercial impidió que El Confidencial pudiera sentarse, como ha hecho otras veces, con Javier Cercas y cumplir con su oficio, informar. No promocionar. Estas son algunas de las preguntas que nos hubiera gustado poder hacer al autor de El impostor. Cercas sí pudo interrogar a su impostor, Enric Marco, para escribir este libro y descifrar la trampa que había ejecutado, como si de una novela se tratara.
Si las respuestas no dan novelas y las novelas no dan respuestas, ¿ha encontrado usted en sus novelas el recurso para ir alterando su conciencia y su discurso público? ¿Se dice alternando o alterando? Ha encontrado el recurso de preguntar reiteradamente las mismas cuestiones para ir abriendo puertas sin cerrarlas, ¿no dar respuesta significa no comprometerse con lo escrito? ¿Los novelistas no tienen límite sobre sus mentiras? ¿Reivindicar una novela sin límites le permite escapar de las críticas? ¿Sirve para algo la honestidad en la narrativa? ¿Qué diferencia hay entre la novela que ha escrito y los artículos de opinión que publica cada fin de semana?
¿El hecho de que esté vivo Enric Marco y sus conversaciones, ha sido el motivo para no investigar y visitar más archivos? Cuando habla de la investigación de Bermejo se refiere a “un archivo de Alcalá de Henares, ¿ha pasado alguna vez por el Archivo General de la Administración (AGA), donde se clasifica toda la documentación generada por la Administración y los particulares? ¿Cómo cree que leerán las reflexiones que hay en este libro los historiadores que han trabajado por aclarar los acontecimientos y desvelar a los impostores? ¿Son los historiadores parte de la mentira? ¿El Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia qué es: industria, negocio, mentira? ¿Era necesario entronizarse a sí mismo ante el lector al decirle que “los libros imposibles son los más necesarios, quizás los únicos que merece de veras la pena intentar escribir” y afirmar que éste es uno de esos? “No quiero rehabilitarle, sino entenderle” le explica a Marco, ¿si la novela no da respuestas, el novelista sí está capacitado para fiscalizar sobre moralidad?
¿Teme que le culpen por desmarcarse de la Transición, justo ahora que el mito ha caído? ¿Cómo es posible que acuse a todos los españoles de mentir sobre su pasado para adaptarse a la democracia y no sea capaz de responder si este país podría haberse reconstruido a partir de la verdad? ¿Es esta acusación popular una manera de justificar su propia mentira, su propia impostura? ¿No ha utilizado la imagen y el relato del mentiroso Enric Marco para salvar su participación en “la normalización de la mentira”? Por cierto, ¿prefiere desmarcarse o desenmascararse?
¿Explíqueme cómo es posible defender al tiempo que “la democracia se construyó en España sobre una mentira, sobre una gran mentira colectiva o sobre una larga serie de pequeñas mentiras colectivas”, y que no hubo un pacto de olvido, sino “un pacto de recuerdo, lo que explica que, durante la Transición, todos o casi todos los partidos políticos se conjuraran para no repetir los errores”? ¿No le parece maniqueo insinuar sólo dos vías para resolver una democracia en aquellos días: o la Transición, es decir, la mentira (¿y el recuerdo?) de nuestros padres, o repetir una sangrienta guerra civil de nuestros abuelos? ¿Por qué no quiere responder que la mentira fue la única fórmula para salir airosos de la Transición cuando lo insinúa una y otra vez con el leitmotiv de la novela: “La ficción salva, la verdad mata”?
¿Si antes todos éramos traidores, ahora todos somos impostores? ¿No le parece contradictorio que defina en la novela a la memoria histórica como “un sucedáneo, un abaratamiento, una prostitución de la memoria”, mientras deba usted su capital literario a una obra como Soldados de Salamina? ¿No cree que aquel libro se aprovechó de lo que ahora usted critica y fue una parte esencial de los productos culturales de lo que ahora califica como una “industria” y “negocio”? ¿Es cínico decir que “nos habíamos saturado de pasado” y que “la moda del pasado pasó”, para justificar la mentira en la que usted participó con una novela como Soldados de Salamina, en la que destaca su énfasis en la ambigüedad de la historia, en la que complace afectivamente a los simpatizantes de uno y otro bando, en la que lima las asperezas de la historia para evitar argumentos más posicionados?
¿Cómo es posible que el autor del texto de sutura que necesitaba la democracia del consenso –y de la mentira- sea capaz ahora de criticar eso, el consenso, la gran mentira? Mejor dicho, ¿cree que acusar a todos de impostores y no hacer una sola referencia a su participación con aquella novela en esa estafa nacional, de la que ahora se lamenta, le librará de sus responsabilidades en aquel timo? ¿Tiene la misma responsabilidad alguien sin voz que quien escribe semanalmente en un periódico de gran tirada? ¿No le parece extraño que hable de “apoteosis” mediático de la memoria histórica a partir del año 2000 y no incluya una referencia a Soldados de Salamina, publicado en 2001, como un golpe de efecto oportunista propio de ese “apoteosis”? ¿Ha considerado la posibilidad de que colectivos como la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica pueda desmontar sus opiniones sobre la “industria de la memoria”?
¿No tuvo usted parte de responsabilidad en que “lo que había empezado como una necesidad profunda del país se convirtió muy pronto en otra moda superficial”? ¿Es posible que sus lectores se sientan traicionados cuando lean en El impostor que “la industria de la memoria” es “un negocio”, que ese negocio lo produce “un sucedáneo”, “un abaratamiento”, “una prostitución de la memoria”? ¿Formó parte Soldados de Salamina y Anatomía de un instante del “kitsch histórico”, como resultado de la “industria de la memoria”? ¿Son esas dos novelas una misma visión de la cultura como marca y espectáculo? ¿Es El impostor un mea culpa muy, muy velado? ¿Se considera cómplice de la mentira?
¿En esa acusación masiva también incluye autores y obras como Miguel Delibes, El hereje; Félix de Azúa, Demasiadas preguntas; Rafael Chirbes y La buena letra; Manuel Longares y Romanticismo; Juan Eduardo Zúñiga y Largo noviembre de Madrid; Alberto Méndez y Los girasoles ciegos; Emili Teixidor y Pa negre; Antonio-Prometeo Moya y Últimas conversaciones con Pilar Primo; Jaume Cabré y Les veus del Pamano; Carme Riera y La meitat de l’ànima; Ignacio Martínez de Pisón y Enterrar a los muertos? ¿Por qué acusar a toda la literatura que sí ha tratado de desmontar la versión oficial, de acabar con el pacto mentiroso del consenso? ¿Cree en la existencia de la casta política? ¿Y en la casta literaria? ¿Podría ser usted uno de sus máximos representantes?
¿No le parece que insistir en la diferencia entre “entender” y “justificar” es una práctica manipuladora que le permite salvar a su protagonista Enric Marco (aunque usted insista en que la novela no lo hace)? Lo justifica porque Marco se rebela contra su “destino natural”, ¿hay un destino, es más, hay un destino “artificial”? ¿Cree que al disfrazar a Marco como un hombre que se resiste a someterse a su “destino” le está dibujando como héroe y ejemplo a seguir? ¿El “destino” quién lo impone, la sociedad, dios…? ¿Mentir a la sociedad y jugar con sus sentimientos y traicionar su confianza es “no someterse”? ¿Cree que hace de la mentira la gran virtud de nuestros días? ¿No le parece demasiado maniqueo obligar a elegir entre la verdad y la vida?
No hay comentarios:
Publicar un comentario