EL DIFÍCIL EQUILIBRIO ENTRE LO ÚTIL Y LO ABURRIDO
5 preguntas que deberían hacerse los profesores antes de mandar deberes
Es una de las grandes preguntas en lo referente a la educación, y seguro que padres, alumnos y profesores tienen respuestas diferentes. Los primeros, probablemente desearán que sus hijos hagan cuantos más deberes, mejor (siempre y cuando no interfieran en sus horarios) o desearán ver a sus retoños más relajados; los estudiantes seguramente serían felices si no tuviesen que hacer nada en sus casas; pero más difícil aún lo tienen los profesores, que deben encontrar un complicado equilibrio entre lo útil y lo desmesurado, entre las necesidades de los niños y de sus padres, entre las necesidades de cada alumno y, en general, en pedir tareas que realmente necesiten hacer los pequeños.
Por si ello no fuera suficiente, la evaluación continua ha hecho aumentar exponencialmente el número de actividades evaluables, por lo que es probable que un profesor deba compaginarse con sus compañeros para no sobrecargar al niño. Además, este tiene otras actividades extraescolares, ya sean deportivas, artísticas o de idiomas, con su propia carga de deberes. En definitiva: ¿cómo saber dónde se encuentra el límite en el que el trabajo de casa deja de ser eficiente y pasa a ser una carga más?
Ni siquiera los profesores más estrictos defienden que un niño deba emplear tres horas al día en estudiar su materia, pero todo el mundo es consciente de que se debe trabajar en casa día tras día. No siempre más es mejor, y se suele citar el caso de Suecia para recordar que se pueden obtener buenos resultados con tan sólo media hora de actividades en el hogar cada día.
Hay quien ha intentado establecer una metodología más o menos rigurosa para que los docentes entiendan cuánta carga de trabajo pueden pedir a sus alumnos. Es el caso de un interesante post publicado por un profesor neoyorquino llamado Brian Sztabink, que reconoce que su propio sobrino puede pasar dos horas haciendo deberes, aunque de todo ese tiempo tan sólo se aproveche la mitad.
El profesor propone cinco preguntas que a él le han ayudado a la hora de proponer deberes para que sean lo suficientemente equilibrados como para que sirvan de algo a los alumnos, que no se rellenen a toda prisa porque hay mucho más que hacer, que consoliden el conocimiento y, además, ayuden a que los pequeños empiecen a gestionar su propio tiempo. Como recuerda Sztabink, una carga de trabajo razonable y bien medida es la mejor manera de que los pequeños puedan empezar a establecer sus propios horarios.
- ¿Cuánto tiempo les llevará completarlo?
De entrada, puede parecer que la respuesta evidente es “el tiempo que haga falta”. Pero tiene truco: no sólo cada alumno empleará un tiempo diferente para hacer los ejercicios –lo que a uno le puede llevar diez minutos, al otro le puede costar media hora–, sino que también puede ocurrir que, al no haber medido bien o al querer abarcar demasiado, estemos condenando a los pequeños a pasar toda la tarde sentados al escritorio… O todo lo contrario, que se ventilen nuestra asignatura en un par de minutos para pasar a otra asignatura más exigente.
Sztabink recomienda que el profesor haga personalmente los ejercicios, teniendo siempre presente que él es un experto en la materia, para saber cuánto tiempo pueden tardar los alumnos, y proporcionar a estos un tiempo aproximado de duración. De esa forma, y siempre y cuando hayamos proporcionado una duración razonable, podrán organizarse. Por ejemplo, si les lleva media hora hacer un ejercicio, pueden aprovechar ese rato muerto entre que terminan de comer y acuden a sus actividades extraescolares.
En otro artículo, Sztabink recomienda dividir en tres categorías los ejercicios: los rápidos, que se pueden resolver en 10 minutos; las preguntas para pensar, que no son tan mecánicas y pueden llegar a la media hora; y los ejercicios de pensamiento prolongado, que obliga a que los estudiantes consulten otras fuentes y utilicen su inventiva.
- ¿Has tenido en cuenta a todos los alumnos?
Debemos pensar en aquellos estudiantes que pueden haber tenido dificultades para entender contenidos previos, y que quizá les lleve más tiempo que a ningún otro resolver las preguntas que hemos planteado. Es probable que también haya otros alumnos que tarden menos que la media en hacer los deberes, ¡suerte para ellos!
- ¿Los deberes ayudarán a que lo hagan mejor en el futuro?
La función del trabajo en casa no es, desde luego, tener entretenidos a los pequeños para que no den mucho la lata. Aun así, no todos los deberes tienen como objetivo aprender un contenido: también pueden servir para que aprendan a trabajar en grupo, para potenciar otras habilidades transversales (lectura, idiomas) o, simplemente, para que ganen confianza en sí mismos. No hay nada más dañino que unos deberes que haga que los alumnos se sientan inseguros, inútiles, o que, simplemente parezcan encargados para pasar el rato.
- ¿Los deberes ponen lo aprendido en un contexto distinto al de la clase?
Uno de los rasgos definitorios del trabajo en casa es que este debe favorecer ciertas cualidades que no se pueden explotar en clase, como el trabajo en solitario, la reflexión o la búsqueda de información. Además, es el momento idóneo para trasladar los conocimientos abstractos a la realidad cotidiana del niño: ¿cuánto mide tu habitación? ¿Cuál es el libro preferido de tus padres? ¿Qué árboles puedes encontrar en tu camino a casa? ¿Puedes realizar un mapa de tu barrio?
- ¿Los estudiantes son capaces de salir de un atasco?
Una de las situaciones más frustrantes para un alumno es darse cuenta de que carece de las herramientas necesarias para solucionar los ejercicios, puesto que así sólo conseguiremos que se sienta inútil (aunque la falta de información haya sido culpa del profesor). El docente debe garantizar que todos sus estudiantes pueden alcanzar la respuesta por ellos mismos, ya que él no estará presente, y proporcionar los recursos suficientes para conducirlos por el camino indicado hacia la solución.
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