viernes, 4 de febrero de 2011

NARRATIVA. AVANCE EDITORIAL. "1Q84", de Haruki Murakami

Haruki Murakami

   Así comienza la novela:
   La radio del taxi retransmitía un programa de música clásica por FM. Sonaba la Sinfonietta de Janácek. En medio de un atasco, no podía decirse que fuera lo más apropiado para escuchar. El taxista no parecía prestar demasiada atención a la música. Aquel hombre de mediana edad simplemente observaba con la boca cerrada la interminable fila de coches que se extendía ante él, como un pescador veterano que, erguido en la proa, lee la aciaga línea de convergencia de las corrientes marinas. Aomame, bien recostada en el asiento trasero, escuchaba la música con los ojos entornados.
   ¿Cuántas personas habrá en el mundo que, al escuchar el inicio de la Sinfonietta de Janácek, puedan adivinar que se trata de la Sinfonietta de Janácek? La respuesta probablemente esté entre «muy pocas» y «casi ninguna». Pero Aomame, de algún modo, podía.
   Janácek compuso aquella pequeña sinfonía en 1926. El tema inicial había sido creado, originalmente, como una fanfarria para una competición deportiva. Aomame se imaginaba la Checoslovaquia de 1926. La primera guerra mundial había finalizado, por fin se habían liberado del prolongado mandato de la Casa de Habsburgo, la gente bebía cerveza Pilsen en los cafés, se fabricaban flamantes ametralladoras y saboreaban la pasajera paz que había llegado a Europa Central. Hacía ya dos años que, por desgracia, Franz Kafka había abandonado este mundo. Poco después Hitler surgiría de la nada y, de repente, devoraría con avidez aquel bello país, pequeño y recogido, pero por aquel entonces nadie sabía aún que ocurriría esa catástrofe. La enseñanza más importante que la Historia ofrece a las personas tal vez sea que «en cierto momento nadie sabía lo que sucedería en el futuro». Aomame se imaginaba el apacible viento atravesando las llanuras de Bohemia y, mientras escuchaba aquella música, reflexionaba sobre las vicisitudes de la Historia.
   En 1926, el emperador Taisho falleció y se produjo la transición a la era Showa. En Japón también estaba a punto de comenzar una época oscura y abominable. El breve interludio de modernismo y democracia se terminó y el fascismo desplegó su poder. [...]
   –Tiene usted un buen coche, muy poco ruidoso –dijo Aomame a espaldas del conductor–. ¿Qué coche es?
   –Un Toyota Crown Royal Saloon –respondió lacónico el conductor.
   –La música suena nítida.
   –Es un coche silencioso. Por eso lo elegí. Toyota tiene una de las mejores tecnologías del mundo en lo que a insonorización se refiere.
   Aomame asintió y volvió a recostarse en el asiento. Había algo en la manera de hablar del conductor que la atraía. Hablaba como si siempre se dejara algo importante por decir. Por ejemplo (y no es más que un ejemplo), como si no hubiera ninguna queja en cuanto a insonorización, pero el Toyota fallara en algo. Y cuando acababa de hablar, un pequeño fragmento de silencio locuaz se quedaba flotando en el estrecho espacio del vehículo, como una diminuta nube imaginaria. De algún modo, provocó en Aomame una sensación de inquietud.
   –Sí que es silencioso –opinó Aomame para alejar aquella nubecilla–. Además, el equipo estéreo parece de lujo.
   –Me lo pensé dos veces antes de comprármelo –el tono del conductor sonó como el de un oficial del Estado Mayor retirado hablando de operaciones militares del pasado–. Pero como paso muchas horas dentro del coche, prefiero tener el mejor sonido posible y...
   Aomame esperó a que siguiera hablando, pero no hubo continuación. Volvió a cerrar los ojos y a escuchar la música. Desconocía qué tipo de persona había sido Janácek. De todos modos, estaba segura de que el músico nunca se habría imaginado que alguien, en el silencioso interior de un Toyota Crown Royal Saloon, en medio de un atasco terrible en la autopista metropolitana de Tokio, en 1984, escucharía la música que había compuesto.
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