Lluís Bassets
Nos darán las gracias, no os preocupéis
LLUÍS BASSETS
Sí, agradecerán nuestra inhibición. Rendirán homenajes a nuestro ombliguismo. Cantarán loas a nuestros conservadores y a nuestros populistas, que no les quieren en la Unión Europea, ni como ciudadanos en busca de trabajo ni como miembros de pleno derecho. Exaltarán a nuestros socialdemócratas, que se han codeado con sus opresores en la Internacional Socialista. Levantarán altares al atrevimiento y a la impostura de nuestros más radicales izquierdistas, por su capacidad para disfrazar a los dictadores de liberadores. Echarán flores al Papa y a sus cardenales y obispos, por la arrogancia de su supremacismo cristiano. Glosarán la miseria moral de todos nosotros, nuestros empresarios y nuestros diplomáticos, nuestros dirigentes políticos y sindicales, porque preferimos la intimidad de los tiranos a la proximidad con los ciudadanos por razones muy respetables: suministros energéticos, comercio de armas, vigilancia a la inmigración y al terrorismo. También tendrán un detalle para el silencio glacial de nuestra opinión pública, nuestros artistas y cineastas, intelectuales y periodistas, ocupados en asuntos domésticos más jugosos y sustanciales. Cantarán finalmente nuestra debilidad y nuestra ceguera, la frialdad de nuestros corazones, la ineptitud y la corrupción de nuestros dirigentes políticos.
Cuanto mayor es nuestra debilidad moral, mayor es la fortaleza de los revolucionarios. Cuanto más tiempo Berlusconi, Alliot Marie, y otros dignos gobernantes europeos que han intimado con esos dirigentes mafiosos y corruptos, sigan con responsabilidades de gobierno más se abrirá esa nueva fosa mediterránea, la que hay entre la inmoralidad de los amigos de Ben Ali, Mubarak y Gaddafi, y la moralidad de los otros, los ciudadanos que se han rebelado contra sus dictaduras. Los primeros, nuestros honorables representantes, han sido sus amigos, sus socios y sus hermanos con los que han compartido intereses y negocios; los segundos, son los que durante décadas han sufrido los efectos de su crueldad y su codicia y ahora han derrocado a dos de ellos, y van a por el tercero.
Pero el mayor mérito de nuestros vecinos del sur, estos hombres y mujeres que arriesgan sus vidas por su libertad como no se había visto desde hacía mucho tiempo, es que combaten sin ayuda de nadie, sobre todo de Europa. Incluso con todas las reticencias y reservas de quienes debiéramos ayudarles porque nos hemos llenado la boca con las palabras solemnes por las que ellos caen abatidos bajo las balas. Están recuperando la soberanía, la independencia y la libertad. Ellos solos. En realidad, esto es lo que más les irrita a algunos: que caigan tiranos y no sea por decisión del Estado Mayor de Occidente, el que había decidido hasta ahora mantenerlos en el poder en nombre de la estabilidad, el suministro y los sacrosantos intereses europeos y estadounidenses.
Lo más grave de la posición europea es que es la expresión de una decadencia que a estas alturas parece ya irremediable. En vez de acoger el despertar democrático de los árabes con alegría y esperanza, aquí estamos los europeos taciturnos y preocupados. Que si llegarán más inmigrantes. Que si no podemos acoger a todos los que llegan. Que si el suministro de energía. Que si los fundamentalistas islámicos. Excusas todas de mal pagador para ocultar nuestros intereses y nuestra incapacidad política y lo que es peor, nuestra ceguera voluntaria. Nuestros temores y creencias no cuentan para nada en este envite. Afortunadamente nada podemos hacer en contra. Muchísimo a favor, clamando ante la sordera de nuestros gobiernos y nuestras instituciones, entre otras cosas. Pero lo peor es no hacer nada o esa miserable política declarativa de Bruselas, siempre a verlas venir, incapaz de mover un euro o hacer un gesto enérgico, diplomático o militar ante la matanza. No dudemos que en el futuro nuestras generosas actitudes serán tenidas en cuenta. Si estos estados petroleros y gasísticos consiguen algún día hacerse con unos gobiernos dignos y serios, que cuenten con el consenso mínimo de sus ciudadanos, veremos cómo tratan a los europeos que en estas horas difíciles les estamos dejando en la estacada después de haberles mantenido durante décadas en la estacada. Nos darán entonces las gracias, en efecto, por darles la oportunidad de emanciparse solos, sin ayuda de nadie, pero no dudemos que nos pasarán las facturas. No es pues el egoísmo tan solo lo que paraliza a Europa ante la revolución democrática árabe, es un egoísmo con adjetivos, ciego y suicida, propio de un continente fragmentado y declinante que no sabe a donde va ni qué quiere.
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