Juan ´Marsé. Fotografía de Jordi Socías ("El País")
Ajuste de cuentas
USE LAHOZ 05/02/2011
La señora Mir se empeña en ser feliz. Una alocada aspiración que sostiene en la descarnada escena de la posguerra. Juan Marsé revive su adolescencia en la novela Caligrafía de los sueños.
El despacho de Juan Marsé está lleno de memoria. No podía ser de otra manera. El escritor, recreador en su obra de la memoria personal y colectiva de una ciudad y de una época, es dueño de un universo estético determinante en la literatura española del siglo XX. Entre libros, fotografías de estrellas del cine de los años cincuenta, de escritores como Camus y Stevenson, y de familiares, salta a la vista un retrato de Fred Aguilar. En él aparece sentado, con las piernas cruzadas y muy atractivo, el poeta Jaime Gil de Biedma. Juan Marsé, mientras dibuja una sonrisa contagiosa, explica: "Lo heredó Josep Madern y me lo regaló poco antes de morir. Cuando Jaime miraba este retrato solía decir, no me parezco, pero dentro de veinte años, me pareceré"
Seis años después de Canciones de amor en Lolita's Club, Marsé (Barcelona, 1933, premio 'Cervantes' 2008) reaparece con una novela de reencuentros con su imaginario: Caligrafía de los sueños (Lumen). En ella se hallan la escenografía real mítica de su barrio, la novela de formación, las aventis, el inconfundible estilo de una prosa ásperamente perfecta, una historia de amor y un niño que se enfrenta a descubrimientos y a decisiones. Hay ciertas similitudes entre la biografía de Marsé y la adolescencia de Ringo, por eso es inevitable la primera pregunta.
PREGUNTA. ¿Estamos ante la novela de su vida?
RESPUESTA. Pues no. No conseguiría distinguir eso que se llama novela de una vida porque puede que más adelante escriba otra que merezca esa distinción. Se me escapa el concepto. No obstante, sí tiene algo de recapitulación de unos temas habituales en mi narrativa. Temas y subtemas que remiten a otras novelas, y aún más la escenografía. Quería hacer algo diferente, pero ha salido esto.
P. En Caligrafía de los sueños vuelve a ser determinante la adolescencia.
R. La infancia y la adolescencia son importantes para todo el mundo, no sólo para los escritores. En esta novela se cuenta el tránsito de la adolescencia al umbral de lo que será la madurez, pero no lo considero el tema central. Para mí, el tema central es la señora Mir.
P. En la página 20, Ringo intuye que "lo inventado puede tener más peso y solvencia que lo real, más vida propia y más sentido, y en consecuencia más posibilidades de pervivencia frente al olvido".
R. Eso es un homenaje a la ficción. A veces hay más verdad en la ficción literaria que en la realidad cotidiana. Por ejemplo, a menudo leo cosas en la prensa que no me las acabo de creer. Lo diré de otro modo: para mí, Madame Bovary es más real que doña Esperanza Aguirre, pero insisto, no es más que un homenaje a la ficción narrativa.
P. Ringo trabaja en un taller de joyería, actividad que usted también desarrolló. Una vez más, su prosa parece limada, no sobra ni falta nada. ¿Le influyó ese trabajo a la hora de pulir la prosa?
R. En el taller aprendí a trabajar artesanalmente, con mucha paciencia, era un trabajo muy de manitas que aparentemente no tiene que ver con la escritura. Pero yo juraría que sí tiene que ver: el gusto por escribir a mano y la buena caligrafía... yo sé que esto hoy empieza a ser historia, pero no estoy seguro de que sea superfluo. Todo lo que tenga que ver con escribir a mano me gusta: plumas, bolígrafos, libretas... no sé, serán resabios de la época en que, en mi caso, no había ni máquina de escribir.
P. El padre de Ringo desinfecta cines. Está obsesionado con exterminar unas ratas curiosamente azules...
R. Lo único que puedo decir al respecto es que mi padre trabajó en los servicios municipales de higiene, desinfección y desratización de locales públicos. Me tuve que informar de los métodos de sesenta años atrás para acabar con las ratas azules que al parecer abundaban y eran muy vistosas.
P. Como contrapunto, en los carteles de esos cines aparece una gata como salida de El embrujo de Shanghai.
R. De alguna manera Shanghai era un nombre que en aquel entonces estimulaba la imaginación, la aventura y ese exotismo oriental de Las mil y una noches. En el cine 'Selecto' (muy presente en la novela) pasaban dos películas y varietés. Salía un mago disfrazado de chino, luego un baturro, luego una cupletista... todo muy variado... y luego también una vedette disfrazada de gata con botas que, la verdad, ahora no la veo muy oriental, pero en fin...
P. Ringo y sus amigos viven con verdadero entusiasmo las aventis.
R. Hay un capítulo dedicado a la aventis. Jugábamos a contar aventis cuando no teníamos ni siquiera una pelota de trapo. Contábamos mentiras... es un juego, tenía que ser así. No veo necesidad de explicar en qué consistía exactamente porque está en casi todas mis novelas. Por supuesto, sólo se justifica si hace avanzar la acción o perfila mejor algunos rasgos de los personajes... En fin, si aporta algo al asunto del que trata la obra.
P. La señora Mir sufre un desengaño, pero insiste a Paquita, la dueña del Bar Rosales, que la felicidad hay que buscarla cueste lo que cueste.
R. La señora Mir, personaje central de esta historia, busca la felicidad. Lo hace de forma algo alocada y ridícula, pero está en su derecho. Más que eso; yo opino que la búsqueda de la felicidad es una obligación del ser humano. El padre de una amiga mía decía que quería escribir unas memorias y titularlas Hem vingut a aquest mon a passar l'estiu (Hemos venido a este mundo a pasar el verano) y siempre me ha gustado esa idea.
P. A Ringo le pasa lo mismo que a usted, que va al conservatorio de la calle Bruch y no le permiten estudiar solfeo...
R. A Ringo le fastidia que no le dejen estudiar en el Conservatorio Municipal de Música. Por su cuenta consigue aprender un poco de solfeo, es decir, a leer partituras..., pero en su casa no hay dinero. Un cura de mi parroquia, Mosén Amadeo Oller, me enseñó a leer música, luego tomé clases durante algún tiempo hasta que tuve que dejarlo, y lo dejé. En aquel entonces hubiese preferido ser músico y no escritor.
P. Pero alguna satisfacción encontrará en la literatura.
R. Mira, en todas las entrevistas que me hacen se plantea una contradicción flagrante por parte mía: el tema es mi propia persona y mi obra, pero resulta que hablar de mi persona y de mi obra es lo que más me aburre en el mundo, y además recuerdo aquel consejo de Hemingway que dice: "No hables de lo que escribes, porque si lo haces tocarás algo que no debes tocar, y eso se hará pedazos y no te quedará nada". Claro, parece incongruente que se entreviste a un escritor y diga esto, pero toma nota.
P. En Caligrafía de los sueños volvemos a encontrarnos con un personaje que viene de vuelta de muchas cosas, Abel Alonso, ex futbolista, que parece recién salido de una reunión en el Alsaka con los personajes de Si te dicen que caí, y que recuerda a Jan, el ex boxeador de Un día volveré.
R. Son observaciones de mi experiencia en las tabernas del barrio. Bebedores solitarios en actitud reflexiva o depredadora, era una imagen común de hombres derrotados en esa época. Yo trabajo con imágenes. No con ideas. Yo no digo voy a hacer una novela de derrotados de mi barrio. Yo tengo una imagen en la memoria, y esa imagen me sugiere una historia.
P. También se reencuentra con su escenografía tradicional, ese barrio de su infancia que ya es infinito.
R. Yo trabajo sobre un mapa urbano real. Trabajo sobre jardines de verdad con ranas de cartón. Todo tiene que ser real, los nombres de las calles, los cines..., pero lo que allí sucede y los personajes es inventado.
P. ¿Puede la literatura servir para ajustar cuentas?
R. Con la vida. La literatura es un ajuste de cuentas con la vida, porque la vida no suele ser como la esperábamos. Uno busca un sentido a todo esto y a la vez un vago placer estético. ¿Por qué tomarnos tanto trabajo si la literatura no puede cambiar el mundo, no influye en la mejora de nada, ni siquiera cuando denuncia los peores crímenes de la humanidad? No lo sé, pero su origen y su fin está en dar testimonio, tanto de las pesadillas como de los sueños felices de todos nosotros.
P. Ringo siente el impulso de escribir: "Cree que solamente en ese territorio ignoto de la escritura y sus resonancias encontrará el tránsito luminoso que va de las palabras a los hechos...".
R. Ringo está en conflicto con la realidad: no la acepta, la repudia. Sin embargo, llegará un momento en que tendrá que pactar con ella y lo hará de una forma singular, mediante la impostura. Es la reflexión de un lector en la época peor de la represión franquista. En los cuarenta, un refugio eran los libros. Los territorios preferidos de Ringo son los de las novelas.
P. La posguerra significó un duro retroceso cultural y dejó a una generación sin oportunidades. ¿Por eso le atrae esa época?
R. No invento absolutamente nada si digo que el franquismo fue un atraso que nos remite al siglo XIX, pero si hablo de esa época no es por eso. Tiene que ver con mi infancia y mi adolescencia. Y una serie de hechos importantes de la vida de mi familia es consecuencia de los problemas de esa época. Claro que me hubiera gustado nacer en otro país y en otra época y hasta con otro sexo, por supuesto, pero justo me tocó esto, mira que es mala suerte...
P. ¿Qué lugar ocupa la memoria en su obra? ¿Qué opinión le merece la ley de memoria histórica?
R. ¿Qué otra cosa hace un escritor sino trabajar con la memoria? ¿Qué es un escritor si no es memoria? Estoy totalmente a favor de la ley.
P. ¿Qué considera de suma importancia en una novela?
R. Lo importante de una novela es que te transmita una experiencia relacionada con la vida. Debe ser por eso que he perdido el gusto por el género de la ciencia-ficción, aunque reconozco que hay grandes autores en ese género, pero especular con mundos que no existen no me convence. Me considero un escritor condenadamente realista. Y distingo muy bien entre imaginación y fantasía: lo primero me estimula, lo segundo sólo me entretiene. Tampoco me gusta la novela de ideas. Pero, por encima de todo, en una buena novela lo que brilla no es el intelecto, es otra cosa.
P. También nos reencontramos con bailes populares como el de la 'Cooperativa La Lealtad'. ¿Le gustaba ir?
R. La 'Cooperativa La Lealtad' estaba en lo que hoy es el 'Teatre Lliure', en Gràcia. Era uno de tantos bailes que tenían que ver con asociaciones culturales obreras, tenían lugar los domingos por la tarde. Necesitaba recuperar ese escenario y busqué información sobre él. Yo acudí un par de veces a los 16 años...
P. Entonces queda claro que el tal Marsé que en Últimas tardes con Teresa aprovecha el bullicio de un baile para pellizcar el culo de la joven burguesa era usted.
R. Sí, era yo. Me di ese gustazo.
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