MUERE LEOPOLDO MARÍA PANERO
Se apagó la saga Panero
Resulta que ha muerto dulcemente, mientras dormía, o al menos eso ha dicho Segundo Manchado, su médico, en el sanatorio canario donde vivía Leopoldo María Panero. Así que sus grandes temores de una muerte mala se han disipado por fin. El poeta maldito por excelencia, amigo íntimo de Mallarmé, admirador profundo de la vida de Rimbaud, el que extremaba hasta límites insoportables su dolor por la dificultad de entenderse con la gente y de quererse a sí mismo lo suficiente se largó sin ruido, después de cenar y de charlar por teléfono con alguien que sabía que esa era la hora en que se le podía telefonear.
Se acostó y se apagó, quién sabe si acunado por los versos de todos los poetas que han merecido su atención en la vida.
Su editor y amigo, Antonio Huerga, se pasó la noche sin pegar ojo, emocionado y llorando a moco tendido –nos lo ha confesado a cuartopoder.es-, sin encontrar consuelo ni en Charo Fierro, coeditora y compañera. Tenía que pasar pero, ¡qué raro cuando pasa!
Huerga y Fierro Editores tienen preparado su último libro, Rosa enferma, que pensaban publicar en otoño, pero, sabiendo que Leopoldo estaba empeñado en asistir también este año a la Feria del Libro de Madrid, es posible que el libro salga antes. Me cuenta Antonio que llevaban 15 años trayendo ininterrumpidamente al poeta a Madrid por la feria. Que a veces, algo cansados por el esfuerzo que suponía esa movida, se lo pensaban como remoloneando para que pasara de ellos el cáliz. “Traerlo a Madrid suponía dos billetes ida y vuelta en avión, porque no podía venir solo; y gastos dobles en todos los sitios, además de que lo acomodábamos en hoteles de cuatro estrellas”.
Un intercambio justo ya que las ventas de los libros de Leopoldo María Panero salvaban la Feria a los editores, como confiesa Antonio. Miembros de tribus urbanas compraban los libros del poeta, heavies, punkies; señores trajeados también hacían cola ante la caseta; jovencitas armadas con el móvil solicitaban su foto y otro libro. Y así. Una poesía tan difícil de leer encontró caminos insondables en los corazones de lectores improbables. La vida.
El caso es que ha muerto el poeta novísimo unos días después de que muriera su amiga querida, la también novísima Ana María Moix. Coincidían en muchas cosas, además de en su segundo nombre y en la afición por los cigarrillos.
“En una ocasión en que yo fui a Barcelona a conocer a Joan Brossa –cuenta Antonio Fierro- Felicidad Blanc, la madre de Leopoldo, se empeñó en que su hijo fuera conmigo. Eso fue a finales de los años 70. El caso es que nos perdimos en la estación de Sants y no supe de él hasta que me llamaron de la comisaría de Roger de Lauria, porque andaba sin carnet de identidad. Como que lo tenía yo, junto con el dinero que me había dado Felicidad. Menudo sofoco.”
Los Panero, la saga de poetas a la sombra del poeta padre, se han extinguido con la muerte de Leopoldo María. Queda el sonido lejano y las figuras en blanco y negro de El Desencanto, la película documental de Jaime Chávarri que nos hipnotizó a muchos en aquel tiempo.
Antonio y Charo, sus editores, se harán cargo de las cenizas y las llevarán quizás al parque del Retiro, cerca del Paseo de Coches, donde se instala la Feria del Libro que con tantas ganas se preparaba Leopoldo María a visitar otro año más. Quieren que un artista esculpa un busto para que se quede mucho rato mirando al vacío, a los árboles, a la gente que pasa por el Retiro. Habrá que organizar un crowdfunding para reunir unos cuantos miles de euros.
Quizá, si a alguien afecta la muerte de Panero, sea porque vivió tiempos muy intensos y extremos, y se bebió y fumó la vida sin límite. Algunos compartimos algunas horas con él. Así, que es –como se suele decir- como si parte de tu vida se muriera también. Seguiremos leyéndole, cuando reunamos el valor necesario para hacerlo.
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