Félix Grande
Intimidad, grieta, amenaza
Con Félix Grande desaparece uno de los grandes poetas en castellano del último medio siglo
MANUEL RICO 31 ENE 2014
Se envejece muy rápido en Europa. Los barrios / se abalanzan mezcla de buitre y de mendigo, / recitan casa a casa su quebranto, te ponen / en la nariz sus canas, hurgan tu corazón. Nadie diría, a mediados de los sesenta, que estos versos de Félix Grande, del poema inaugural de Música amenazada,iban a dibujar también la Europa en crisis (especialmente la Europa del sur) de la segunda década del siglo XXI. En ese poema y en ese libro, como en tantos otros poemas y libros, Félix Grande se ocupó del mundo. Un mundo filtrado por su intimidad, tamizado por la relación con sus seres más próximos y queridos (Guadalupe Grande y Francisca Aguirre, también poetas), pero un mundo lleno de grietas y amenazas.
Con Félix Grande desaparece uno de los grandes poetas en castellano del último medio siglo. Su obra, que nació con fuertes parentescos con la poesía quebrada y rebelde de César Vallejo en un libro como Taranto. Homenaje a César Vallejo (escrito a finales de los cincuenta y publicado en 1971), encontraría la serenidad meditativa que llegaba de Antonio Machado en el poemario Las piedras (1964). En la década de los sesenta, Grande bebió de la oleada de innovación lingüística y formal que llegaba de Hispanoamérica (eran las primeras señales del boom), y trazó un camino extremadamente personal que nunca abandonaría: combinar la pulsión de los clásicos con un afán de experimentación con raíces en la vanguardia. A la sombra de Vallejo se agregarían ecos de Huidobro, de Neruda, de Cortázar. En ese ecosistema literario, con las ventanas abiertas a la cultura de la modernidad (pese a la losa del franquismo), al jazz, al blues, a la poesía y a la narrativa norteamericana, Félix Grande escribió, en la década, libros imprescindibles: el antes citado Música amenazada (1966), el libro de poemas en prosa Puedo escribir los versos más tristes esta noche (publicado en 1971) y, sobre todo, Blanco Spirituals (1967), una radiografía lírica de la realidad política, social y cultural de aquellos años, abordada con un lenguaje ambicioso, innovador, crudo, casi tremendista. En Blanco Spirituals estaba la España de la emigración interior y el exilio, la música clásica y el pop y el rock, la protesta por las sevicias de la dictadura, la denuncia de la guerra del Vietnam y la lucha por los derechos civiles en el mundo. Es un clásico que hoy, a la luz de la realidad que vivimos, cobra una inquietante vigencia.
Su libro posterior, Las rubáyátas de Horacio Martín (1978), significó un giro hacia la intimidad más radical y transgresora. La complejidad emocional de la relación amorosa, la indagación en la dialéctica eros-thanatos y la quiebra de las convenciones iban de la mano de un afán de depuración lingüística y de ahondamiento en las zonas oscuras de la conciencia. Tras ese libro, que obtuvo el Premio Nacional en 1978, vino un largo silencio que Félix Grande interrumpió ocasionalmente con la entrega de nuevos poemas en revistas y otras publicaciones. Esa labor fructificó en La noria, un libro publicado en 1986 compuesto por poemas que recuperan la sencillez meditativa (y machadiana) de Las piedras y en los que se atempera el impulso rupturista de sus libros anteriores.
Ese impulso volverá tras la experiencia de una visita, a principios de la primera década de este siglo, a Auschwitz. De la conmoción producida por tan dura experiencia escribirá La cabellera de la Shoá (2010), un aldabonazo a la conciencia contemporánea con el que cerró la última edición de Biografía (2011) , su poesía completa y con el que abrió nuevos campos al lenguaje poético intentando dar expresión a lo inexpresable. Sus últimos años han sido especialmente fructíferos: a La cabellera habría que añadir una pieza narrativa magistral, en la que sabiamente mezcla memoria y ficción, La balada del abuelo Palancas(2003), y su último poemario, Libro de familia (2011), una densa recapitulación sobre su propia vida, sobre sus pasiones culturales (de Antonio Machado a Bach, pasando por los anónimos del flamenco) y sobre la memoria propia y de sus seres más cercanos y queridos. Desubicado generacionalmente y con una fuerte personalidad, Félix Grande es parte de la estela de nuestros grandes poetas del último medio siglo: de Rosales (otra de sus devociones) a Gil de Biedma, de Claudio Rodríguez a José Hierro o José Ángel Valente.
‘Dame ungüento de carne, Loba’ (de ‘Las rubáiyátas de Horacio Martín)
La prisa despareja con que miro tu piel
la premura apretada con que altero tu cuerpo
y este desasosiego en que empapo mi lengua
para hablarle a tu carne y lamer a tu voz
son como ávidas gotas de estaño compasivo
que busca aminorar las grietas de la muerte
La planta de la edad nos chupa nuestros días
abriéndose como una flor negra, abominable
y en este esplendor de hoy se oculta la simiente
de una desposesión calcinada y perversa
como la del desierto En el calcio del tacto
hay una lenta caries que nos invade desde
el fin aterrador del tiempo y de la vida
Presuroso y perdido unto en mí tu persona
y soy un bulto de hombre y de loco y de perro
que corre por tu cuerpo y a la vez por un túnel
despavoridamente lamiendo las tinieblas
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