EL MUNDO, IMPASIBLE ANTE LA VIOLENCIA
¿Somos ya inmunes a los genocidios? Las matanzas en la República Centroafricana
“En veinte minutos, su personal puede acabar con hasta 1.000 tutsis”.
Pasaje del conocido como “Telegrama del genocidio”.
El 11 de enero de 1994, el comandante de las fuerzas de paz de las Naciones Unidas en Ruanda, Roméo Dallaire, enviaba un telegrama a sus superiores en Nueva York de “máxima urgencia”. Citando información privilegiada, Dallaire aseguraba que un grupo de milicianos, denominado Interahamwe, planeaba el exterminio de la población tutsi del país africano. El liderazgo de traje y despacho decidió, sin embargo, hacer oídos sordos a sus advertencias. Sólo 100 días después, comenzaban unas masacres que avergonzaron moralmente al mundo. El mensaje pasaría a ser conocido entonces como el “Telegrama del genocidio”.
“Mi experiencia es que el ser humano es capaz de hacer cosas horribles. ¿Quién habría pensado que el genocidio podría ocurrir en Ruanda medio siglo después del Holocausto”, reconoce a El Confidencial Jean-Pierre Sagahutu, quien perdió en las masacres de hutus y tutsis a sus progenitores y seis de sus hermanos.
Más de 1.500 kilómetros y 20 años de distancia entre ambos crímenes, pero la misma apatía global frente a las imágenes de las víctimas. Que nadie diga luego que desconocía lo ocurrido. “La situación es muy difícil. Todo el país está en crisis”, asegura a este diario Aurelio Gazzera, misionero italiano que reside en la ciudad de Bozoum, al noroeste de la República Centroafricana.
Una turba arrastra por las calles de Bangui el cuerpo de un musulmán tras lincharlo (Reuters).
El origen de la miseria de este país, eso sí, se dilata en el tiempo. En marzo,un golpe de Estado del grupo insurgente Seleka provocaba la salida del país del presidente, François Bozizé, y abría una crisis política que aún continúa. Sobre todo, después de que la salida del país de centenares de mercenarios que configuraban las fuerzas rebeldes (la mayoría originarios de Chad y Sudán, quienes llegaron al conflicto bajo la promesa de ser recompensados con las ingentes reservas de las que dispone la región) haya envalentonado a la población local frente a los ex-Seleka.
Las sanguinarias patrullas que cazan musulmanes
Es, por ello, que la dimisión del antiguo líder rebelde Michael Djotodia (un musulmán en un país donde cerca del 80% de la población profesa la fe cristiana) fue recibida con optimismo: se esperaba que calmase a las sangrientas patrullas urbanas llamadas “antibalaka” o “antimachete”, quienes en los últimos meses han conquistado las calles, tomándose la justicia por su mano. Nada de esto parece haber ocurrido: estos días los crímenes se suceden contra la población musulmana. Incluso se ha informado de casos de canibalismo.
La solución a tal miseria humana parece harto complicada. Mientras los actores sobre el terreno exigen la llegada de un mayor número de 'cascos azules' (el actual operativo está compuesto por 5.600 soldados entre fuerzas de la Unión Africana y el Ejército francés), la Corte Penal Internacional (CPI) ya ha confirmado su intención de iniciar un informe preliminar sobre la violencia en el país africano para determinar si las atrocidades cometidas allí constituyen posibles crímenes de lesa humanidad.
“Las acusaciones incluyen cientos de asesinatos, actos de violación y esclavitud sexual, la destrucción de la propiedad, el pillaje, la tortura, el desplazamiento forzado y el reclutamiento y utilización de niños en las hostilidades”, aseguraba recientemente la fiscal jefe del tribunal, Fatou Bensouda, en un comunicado. “En muchos casos, las víctimas parecen haber sido atacadas deliberadamente por motivos religiosos”, añadía.
Un soldado de la Unión Africana ante los cuerpos de dos musulmanes en Bangui (Reuters).
Seamos realistas. Poco o nada podrá hacer la buena de Bensouda. En los últimos tiempos, la Justicia internacional (con mayúscula) sufre una lenta agonía a manos del liderazgo regional. Ya el pasado mayo, la Unión Africana acusaba a la CPI de “cazar” a los ciudadanos de África debido a su raza. De forma absurda, el vigía moral de crisis como las de Ruanda o República Centroafricana era arrojado a los leones por sus propios defendidos. “El 99% de los casos del CPI son contra africanos”, denunciaba entonces el primer ministro etíope y presidente de turno de la organización, Hailemariam Desalegn.
“Nadie puede llegar a ser inmune ante este tipo de imágenes”
Los lamentos regionales tienen, eso sí, truco. En 2012, el CPI confirmaba los cargos y la apertura de un proceso contra el presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, por crímenes de lesa humanidad. A Kenyatta se le acusa de subvencionar a las turbas que provocaron incidentes durante la campaña de 2007-2008, así como de orquestar los ataques que tuvieron lugar en el Valle del Rift, una de las regiones más conflictivas del país. En aquel momento, más de 1.100 personas perdieron la vida y miles fueron desplazadas de sus hogares. Como en Ruanda, la etnia dirigía las iras de las turbas armadas.
A pesar de las acusaciones, Kenyatta se imponía de forma mayoritaria en las elecciones presidenciales del pasado 4 de marzo. Así que, coronado ya como mandatario del país, la reacción contra la CPI fue evidente. A comienzos de septiembre, el Parlamento de Kenia aprobaba una moción para abandonar el Estatuto de Roma, tratado fundacional del CPI, tan sólo unos días antes de que comenzara el juicio. Con ello, el tribunal internacional era sentenciado a muerte. Y, también, sus cuentas pendientes.
El cuerpo de un musulmán asesinado el 9 de febrero por cristianos en Bangui (Reuters).
En la actualidad, esta Corte cuenta con siete causas abiertas en el continente africano (más una investigación iniciada), aunque sólo una condena: en julio de 2012, el Tribunal sentenciaba al exlíder rebelde congoleño Thomas Lubanga a 14 años de prisión por reclutar a niños soldado entre 2002 y 2003 en la República Democrática del Congo.
“Nadie puede llegar a ser inmune a este tipo de imágenes (como las de la República Centroafricana)”, asegura Jean-Pierre Sagahutu. El joven ruandés sabe de lo que habla. Hace veinte años, perdió a su familia. ¿Cómo pudo suceder esto y que la comunidad internacional permaneciera impasible? La pregunta es habitual en el continente. Ahora, crímenes similares a los de Ruanda se están cometiendo en la República Centroafricana. Y, de nuevo, la voz de la Justicia internacional se confunde entre luchas internas. Porque ya habrá tiempo de rumiar que no fuimos advertidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario