Lara Moreno
Perder el tiempo no es mirar embobado
el cielo azul de las diez de la mañana.
No es hacerse el remolón en la cama,
decidirse por una leche con miel.
Perder el tiempo no es no tenerlo claro,
o cambiar el taxi por el autobús.
Subir la cuesta del parque del Oeste.
Perder el tiempo no es no saber adónde ir
ni adónde mirar.
Dejar el trabajo para más tarde.
Cancelar las citas del día.
Todas (hasta las verdaderamente importantes).
Dejar que pasen las horas de la mañana
fumando hachís entre medias y frío.
Perder el tiempo no es acercarse a un cuerpo extraño
con todas las dudas colgándote del pelo,
arriesgándote a no sentir,
a no percibir.
Tomar la parte por el todo,
y no querer huir, que ya es tanto.
Recolectar colillas a las tres de la mañana,
oler los gatos en las escaleras.
Una rendición falsa, un aplazamiento.
En la cabeza otro nombre
a punto de salirse por la boca;
mirar de reojo, por si acaso estuviera.
Y sin embargo sentir,
sentir la calma.
A ratos mucha calma.
Las manos ásperas,
los labios blandos.
Hay algo en esta vida que me gusta.
Perder el tiempo no es pararse a mirar a través de los cristales.
Perder el tiempo es otra cosa.
Es estar muerto, en orden.
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