El deporte nacional en las fronteras de la narrativa de Aramburu es zarandear a los poetas. Lo hace con cariño, con cuidado, porque puede. A veces se le escapa un "es fácil escribir un poema cada fin de semana, pero una novela de 500 páginas no". Él fue uno de ellos y les abandonó para ocupar la página entera, mancharla de palabras, reventarla con el relato. Les dejó en la cuenta para dedicarse a la escritura: "La vocación me obliga a cuidar la obra, la profesión a producir", explicaba en alguna ocasión a este periódico.
¿Qué tiene que ver su pasado poético con que sea el nuevo Premio Biblioteca Breve, que otorga la editorial Seix Barral? El escritor donostiarra, afincado en Alemania desde hace más de 20 años, ha sido reconocido con este galardón -y 30.000 euros- gracias a la novela Ávidas pretensiones, en la que ajusta cuentas con el patético mundo de rivalidades, orgullos y culos enrojecidos de los poetas. Tres días, 29 poetas encerrados y criticándose sin piedad. Aramburu parodia hasta el ridículo el narcisismo de la tribu. Recuerden el desternillante Viaje con Clara por Alemania y tendrán la clave de humor que practica, cuando quiere, uno de los novelistas más poéticos en lengua española.
Algo de aquel joven Fernando Aramburu queda en alguna parte del nuevo Fernando Aramburu. Leer cualquiera de las partes de la trilogía de Antíbula es suficiente para encontrar a un admirador de la palabra. En ese escenario imaginario, creado en claves realistas hace catorce años por el escritor vasco, narra la historia de las ideologías del siglo XX y lo hace sin ceñir lo poético a los versos. Además, no perdona a lo que se entiende como convencionalmente poético que carezca de humor. Aquel universo -nunca mejor dicho- se le quedó muy pequeño rápidamente. Aramburu quería contar.
Habla el jurado
En el jurado se encontraba Eduardo Mendoza, maestro del género, que se adelantó a decir que "los escritores no pueden quedar peor que en esta novela". Se ha desmelenado, resume Mendoza. "Confieso que terminé la novela con una sonrisa torcida, porque además de divertir deja una reflexión sobre la naturaleza humana descarnada". Por su parte, la editora de Seix Barral, Elena Ramírez destacó la importancia de descubrir y apostar por la literatura de humor.
José Manuel Caballero Bonald y Pere Gimferrer se sintieron más señalados por la provocadora propuesta de Aramburu. Gimferrer reconoció encontrarse en una posición incómoda y cómoda con el libro, porque "yo escribo versos". Pero se atrevió a opinar que "si hay algo de lo que no trata la novela es de poesía, porque los que están implicados en ella no hacen literatura".
Caballero Bonald explicó que se trata de "una novela realmente paródica, una comedia satírica, entre el esperpento, la caricatura y el sarcasmo". Destacó, además, su falta de respeto total "con el lenguaje y los personajes, lo que le da un aire insolente de crítica velada indirecta".
El humor es algo muy serio, ya lo ha demostrado en la novela a la que antes hacíamos referencia. "No se le perdona su incompatibilidad con la trascendencia. La liturgia, la filosofía, la metafísica, la tragedia no saben qué hacer con él", explica Aramburu. Payaso y poeta, novelista y payaso. En todo escritor conviven, al menos, dos personas. Uno sale a buscarle las historias al otro. El otro, espera a que éste se las sirva en su escritorio para darles sentido narrativo.
Las cosas del amor
Pero Aramburu también cuenta con recetario en verso de temas tan masticados como el amor: "Si el amor es dominio, domíname/ entre tus brazos, haz que sea una hoja/ en ellos, un remoto pedazo/ de primavera, sombra liviana./ Si el amor es muerte, mátame./ Fuera de tu vivir no hay vida", en El tiempo es un arcángel (1984). Y al hilo de su antología poética Yo quisiera llover (Demipage) este periodista le preguntaba cuál había sido la evolución de su poesía entre 1977 y 1993. Él, siempre sabio, respondió que el primer Aramburu era un chaval apasionado, ingenuo y coronado de rizos, que además gozaba de buena salud "y escribía como quien revienta cohetes". "El de los últimos poemas es un señor razonable, ingenuo pero sin rizos, que arrastra los achaques propios de su edad y escribe con calma y cincel".
En Ávidas pretensiones vuelve a recuperar una figura de la que no se desvincula: el lazarillo de Tormes, pero también una escena de cementerio (inevitable) e incluso una referencia al ex presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Admirador de los más jóvenes, como Isaac Rosa y Jesús Carrasco, y de los más veteranos, Rafael Chirbes, aseguró que el humor es para él una cuestión vital, que lo necesita para estar bien consigo mismo, que escribe habitualmente en los peores momentos vitales para frenar el fatalismo y el fanatismo. Y provocó al respetable: "Reto a cualquiera que lea este libro a que me diga que no ha esbozado una sonrisa en algún momento".
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