Manuel Vicent
MANUEL VICENT 20 OCT 2013
Las dos Españas enfrentadas en la Guerra Civil produjeron la misma cosecha de mártires, de uno y otro bando. Desde entonces persiste una profunda cicatriz que aún supura, porque unos mártires están en el altar y otros en la cuneta; a unos los envuelve un coro de ángeles en el cielo, a otros solo les cantan los pájaros en los árboles. El olor a cera e incienso perfuma los pies de escayola de los mártires beatificados; pero los enterrados en los barrancos reciben el aroma de las plantas silvestres, la lavanda, el anís, el tomillo y el espliego. A los mártires de la Iglesia les rezan los fieles de derechas; a los asesinados del otro lado las plegarias las trae el viento que dobla los narcisos salvajes sobre su memoria. En los retablos barrocos envueltos en falso oro, las hornacinas cobijan a los religiosos que fueron vilmente asesinados; los mártires laicos, alcaldes, maestros, obreros, funcionarios y militares demócratas, que cumplieron con su deber y cayeron después de la victoria bajo los fusiles en las tapias de los cementerios solo son glorificados por el sol, que al amanecer y al final de la tarde les ofrece con el incendio de las nubes un retablo de oro puro. A simple vista parecía un acto fanático y provocativo. En medio de la crisis social y política que azota y divide a este país, la Iglesia se ha marcado el farol de beatificar a 522 religiosos asesinados en la Guerra Civil sin importarle en absoluto despertar y poner al día los viejos fantasmas de aquella gran matanza entre hermanos. Durante la ceremonia el papa Francisco mandó un mensaje aséptico, sin atreverse a tocar el hueso. Por lo visto es más fácil echar mermelada sobre los pobres, dejar de calzar las sagradas pantuflas, enfrentarse a los cocodrilos de la curia, montar en coche utilitario y mezclarse entre la multitud sin temor a un atentado que aludir, aunque solo fuera de pasada, a los mártires que generaron los crímenes del franquismo. Es imposible que un argentino no encontrara las palabras siquiera ambiguas, si no es por el miedo cerval a molestar a una derecha dura, que es tenaz con su ideología. Pero, después de todo, lo peor no es esto, sino que un día volverá al poder la izquierda y atrapada en el mismo miedo tampoco va a hacer nada para que cese de una vez esta ignominia.
Las dos Españas enfrentadas en la Guerra Civil produjeron la misma cosecha de mártires, de uno y otro bando. Desde entonces persiste una profunda cicatriz que aún supura, porque unos mártires están en el altar y otros en la cuneta; a unos los envuelve un coro de ángeles en el cielo, a otros solo les cantan los pájaros en los árboles. El olor a cera e incienso perfuma los pies de escayola de los mártires beatificados; pero los enterrados en los barrancos reciben el aroma de las plantas silvestres, la lavanda, el anís, el tomillo y el espliego. A los mártires de la Iglesia les rezan los fieles de derechas; a los asesinados del otro lado las plegarias las trae el viento que dobla los narcisos salvajes sobre su memoria. En los retablos barrocos envueltos en falso oro, las hornacinas cobijan a los religiosos que fueron vilmente asesinados; los mártires laicos, alcaldes, maestros, obreros, funcionarios y militares demócratas, que cumplieron con su deber y cayeron después de la victoria bajo los fusiles en las tapias de los cementerios solo son glorificados por el sol, que al amanecer y al final de la tarde les ofrece con el incendio de las nubes un retablo de oro puro. A simple vista parecía un acto fanático y provocativo. En medio de la crisis social y política que azota y divide a este país, la Iglesia se ha marcado el farol de beatificar a 522 religiosos asesinados en la Guerra Civil sin importarle en absoluto despertar y poner al día los viejos fantasmas de aquella gran matanza entre hermanos. Durante la ceremonia el papa Francisco mandó un mensaje aséptico, sin atreverse a tocar el hueso. Por lo visto es más fácil echar mermelada sobre los pobres, dejar de calzar las sagradas pantuflas, enfrentarse a los cocodrilos de la curia, montar en coche utilitario y mezclarse entre la multitud sin temor a un atentado que aludir, aunque solo fuera de pasada, a los mártires que generaron los crímenes del franquismo. Es imposible que un argentino no encontrara las palabras siquiera ambiguas, si no es por el miedo cerval a molestar a una derecha dura, que es tenaz con su ideología. Pero, después de todo, lo peor no es esto, sino que un día volverá al poder la izquierda y atrapada en el mismo miedo tampoco va a hacer nada para que cese de una vez esta ignominia.
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