Manuel Vicent
MANUEL VICENT 27 OCT 2013
Los interrogatorios y torturas que se efectúan a los detenidos en los siniestros sótanos de la policía, no importa de qué ideología, fascista o comunista, se valen del mismo truco psicológico que Ignacio de Loyola patentó en sus ejercicios espirituales. Quienes hayan practicado estos ejercicios recordarán la dramática puesta en escena, que se realiza durante esos tres días de retiro y silencio. Sentado al fondo de una capilla en penumbra, con un flexo bajo que ilumina su sotabarba y proyecta sombras puntiagudas, en la plática del primer día el director habla de la muerte. Con todo pormenor describe la agonía larga, el estertor del alma, la caída en la tumba, el hedor de la putrefacción del cuerpo gusano a gusano. El segundo día se demora enumerando uno a uno con meticuloso sadismo los tormentos del infierno. Al final de una vida intachable bastará solo un mal pensamiento para ser condenado al fuego eterno. ¿Qué es la eternidad?, se pregunta. Una hormiga da vueltas alrededor de la tierra. El tiempo que tarde en partirla en dos, equivale al primer segundo del castigo. Los ejercitantes pasean en silencio por el claustro hasta somatizar semejante desgracia. Pero he aquí que el tercer día tocan a gloria las campanas y el cielo se abre. El director te hace saber que si te arrepientes y confiesas tus pecados te espera un gran banquete celestial. En el sótano de la comisaría al detenido se le somete a toda clase de torturas durante tres noches. Tal vez se trata de un tipo duro que resiste cualquier vejación, pero al amanecer del tercer día llega el policía bueno y le ofrece un cigarrillo y un bocadillo de tortilla. El detenido, hecho un guiñapo, comienza a llorar y finalmente confiesa e incluso delata a sus amigos. En esta crisis el Gobierno está aplicando la receta de los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola, la misma que se ejerce en los sótanos de las comisarías. A la angustia del rescate, al dolor de los recortes, el abismo de la pobreza, de pronto, le sigue el sonido de alegres campanas. Llega el Gobierno con un bocadillo de tortilla y se produce el vuelco psicológico, que podría darle, de nuevo, un montón de votos, porque gracias a habernos comportado como humildes ovejas, ya se ve una luz verde en el fondo del matadero.
Los interrogatorios y torturas que se efectúan a los detenidos en los siniestros sótanos de la policía, no importa de qué ideología, fascista o comunista, se valen del mismo truco psicológico que Ignacio de Loyola patentó en sus ejercicios espirituales. Quienes hayan practicado estos ejercicios recordarán la dramática puesta en escena, que se realiza durante esos tres días de retiro y silencio. Sentado al fondo de una capilla en penumbra, con un flexo bajo que ilumina su sotabarba y proyecta sombras puntiagudas, en la plática del primer día el director habla de la muerte. Con todo pormenor describe la agonía larga, el estertor del alma, la caída en la tumba, el hedor de la putrefacción del cuerpo gusano a gusano. El segundo día se demora enumerando uno a uno con meticuloso sadismo los tormentos del infierno. Al final de una vida intachable bastará solo un mal pensamiento para ser condenado al fuego eterno. ¿Qué es la eternidad?, se pregunta. Una hormiga da vueltas alrededor de la tierra. El tiempo que tarde en partirla en dos, equivale al primer segundo del castigo. Los ejercitantes pasean en silencio por el claustro hasta somatizar semejante desgracia. Pero he aquí que el tercer día tocan a gloria las campanas y el cielo se abre. El director te hace saber que si te arrepientes y confiesas tus pecados te espera un gran banquete celestial. En el sótano de la comisaría al detenido se le somete a toda clase de torturas durante tres noches. Tal vez se trata de un tipo duro que resiste cualquier vejación, pero al amanecer del tercer día llega el policía bueno y le ofrece un cigarrillo y un bocadillo de tortilla. El detenido, hecho un guiñapo, comienza a llorar y finalmente confiesa e incluso delata a sus amigos. En esta crisis el Gobierno está aplicando la receta de los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola, la misma que se ejerce en los sótanos de las comisarías. A la angustia del rescate, al dolor de los recortes, el abismo de la pobreza, de pronto, le sigue el sonido de alegres campanas. Llega el Gobierno con un bocadillo de tortilla y se produce el vuelco psicológico, que podría darle, de nuevo, un montón de votos, porque gracias a habernos comportado como humildes ovejas, ya se ve una luz verde en el fondo del matadero.
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