Un tanque T-34 soviético en la avenida Nevsky de Leningrado durante el asedio de la ciudad durante la II Guerra Mundial. / EL PAÍS
“El gato dio para comer diez días”
El diario de Lena Mujina, la Ana Frank de Leningrado, ofrece una mirada íntima al atroz asedio nazi
Conservado milagrosamente, el emotivo documento se publica ahora en España
JACINTO ANTÓN 30 SEP 2013
Quiere la casualidad que la víspera de mi cita con los viejos horrores del asedio de Leningrado me tope en la calle con las explosiones de las bombas, y con el mismísimo Stalin. Es en una gran pantalla instalada al aire libre al final de la Mihajlovskja, una avenida que sale de Nevski Prospekt y en la que se proyecta un filme moderno sobre el terrible episodio de la II Guerra Mundial. Me siento en una silla plegable junto a un indigente con pantalones de camuflaje que aferra una botella de vodka y los dos pegamos un bote cuando las imágenes muestran cómo se derrumba una manzana de casas entera entre un atronador estruendo. Con todo, los bombardeos no fueron lo peor de aquellos 900 días que costaron a la actual San Petersburgo cerca de un millón de muertos, un número de vidas mayor que el que perdieron los británicos y los estadounidenses en toda la guerra. Lo peor fue el hambre, que en los momentos más duros del cerco por los nazis se cobraba hasta 10.000 muertes diarias. Al día siguiente de la proyección acudo al encuentro con el historiador Sergei Iarov, responsable del descubrimiento y edición del diario de Lena Mujina, un conmovedor testimonio del asedio que publica ahora en España Ediciones B.
Elena Vladímirovna Mujina, Lena, a la que se conoce como la Ana Frank de Leningrado, por las semejanzas con la historia de la joven judía holandesa, era una chica de 16 años que residía en la ciudad y nos dejó, en unas páginas que combinan la intimidad adolescente con el documento histórico, una descripción muy directa y turbadora de las vivencias de la población.
El diario, escrito a mano e ilustrado con algunos dibujos, arranca el 22 de mayo de 1941, con las anotaciones usuales de una jovencita cualquiera sobre estudios, amistades y primeros amores, como Vovka (“Ojalá me mirara una sola vez”). “Me vienen pensamientos tristes a la cabeza, tengo muchas ganas de romper a llorar”, escribe Lena, que anhela cambios en su vida. Estos van a llegar, pero no los esperados. El 22 de junio anota que las tropas alemanas han cruzado la frontera. Mujina da cuenta de las primeras disposiciones, la construcción de refugios, la instalación de antiaéreos. “La ciudad ha empezado a transformarse”.
He quedado con Iarov en el Museo de la defensa y el asedio de Leningrado, centro que recoge innumerables objetos relacionados con el episodio, desde un fusil de francotirador ruso y cascos alemanes agujerados, a la reconstrucción de un puesto de mando soviético y un refugio civil, pasando por una vitrina que muestra las patéticas raciones de pan de los peores días del cerco, cuando la gente se comía los cinturones y los guantes, y cosas peores: no pocos se volvieron caníbales. Iarov, que peina como Illya Kuryakin, señala que el museo está consagrado a mostrar más la dureza patriótica de Leningrado que no su dolor y su miseria. “La realidad fue diferente de lo que se expone aquí, por eso es tan interesante un testimonio directo como el de Lena Mujina. La gente, pese a la épica de la propaganda soviética, simplemente trató de sobrevivir, haciendo lo que fuera”.
En su diario, Lena pasa de la excitación al hablar de las alarmas, los primeros combates aéreos sobre la ciudad, el tráfico de camiones militares y tanques por la Nevsky, a la preocupación ante la reducción de las cuotas de las cartillas de racionamiento. El cerco se estrecha. Mientras, sigue escribiendo de sus pequeños asuntos (“Zoia sale a pasear y se da besos”). El 29 de agosto muere su madre natural, enferma crónica desde hace años. Ella sigue llamando “mamá Lena” a su tía, que es con quien vive. Anota dónde caen bombas, y el número de víctimas. El 7 de septiembre oye en la radio a Dolores Ibárruri, nuestra Pasionaria. El 8 de octubre, ayudando en un hospital, ve por primera vez un muerto. “No me dan nada de miedo los muertos pero se me caen las lágrimas de pena”.
Llega el invierno. “Hay nieve por todas partes y hace un frío atroz”, “todos los días hay bombardeos horribles, todos los días hay fuego de artillería”. Comienza a escribir obsesivamente de comida. Una página entera sobre un bollo. El 21 de noviembre anota que cumple 17 años. “Tengo un hambre atroz, siento un vacío horrible en el estómago. Qué ganas tengo de comer pan, qué ganas”. Escribe que la gente, desnutrida, ya no tiene fuerzas para bajar a los refugios. Lee Grandes esperanzas (¡), de Dickens. Un sudario de muerte, nieve y oscuridad cubre la ciudad. “Escribo con el abrigo puesto, a la luz de un cabo de vela, mordisqueo las migas de pan para prolongar el placer”. El 18 de diciembre anota que han matado y se han comido al gato. “Nunca pensé que la carne de gato sería tan sabrosa, tan tierna”. Da gracias a la mascota, “que nos dio de comer durante diez días”.
Otro día, comparte una albóndiga de caballo, y gelatina hecha con cola de carpintero. En la calle, a -31 º, “en algunos trineos llevan dos y tres cadáveres, está muriendo mucha gente”. El 8 de noviembre muere de inanición su madre-tía. “Me he quedado sola”. Con el conserje, arrastran el cadáver hasta la calle Marata donde se depositan los muertos…
“Es un diario muy impresionante”, comenta Sergei Iarov. Detrás de su hallazgo hay toda una historia detectivesca. “Apareció entre la documentación que se conserva del asedio. No sabíamos quién era la autora. Tratamos de encontrar la vivienda que menciona pero ya no existe. Finalmente, hallamos el rastro de una pintora que Lena menciona y apareció una correspondencia entre las dos”. La gran pregunta era si Lena, cuyo diario acaba el 25 de mayo de 1942 explicando la receta de la sopa de ortigas y señalando que se encuentra muy débil, había sobrevivido al asedio, y a la guerra. “Descubrimos que sí, se marchó de San Petersburgo en junio de 1942, y durante cuatro décadas vivió en Moscú, donde falleció en 1991, sin hijos”. Iarov subraya que Lena fue muy afortunada por sobrevivir. Le pregunto al historiador qué hace tan especial el diario de Lena. “Su total sinceridad y claridad. No esconde sus sentimientos y emociones. Su sufrimiento, su hambre, incluso sus reacciones egoístas de supervivencia. La gente a menudo se avergüenza de eso. Y ofrece muchos detalles. Es el único diario de una adolescente que muestra el asedio día a día”.
De la comparación de Lena con Ana Frank admite que es oportuna. “Las dos se encuentran en sitios cerrados, en un edificio y en una gran ciudad cercada. Sufren miedo. Plasman sus sentimientos e intereses de chicas, el enamoramiento, el sexo. Las circunstancias concretas por supuesto son distintas. Y, claro, el final: Lena salió del cerco para vivir, Ana de su escondite para morir”.
Para el historiador, lo más emocionante del diario de Lena, y del de Ana, es que comprobar “que pese a lo terrible de la experiencia la humanidad sobrevive entre el dolor y las ruinas como una flor inmarchitable”. Iarov, que marca en un mapa lugares en que San Petersburgo aún muestra cicatrices de la guerra, dice que el asedio sigue muy presente en la memoria de la ciudad. “Lo recordamos más con dolor que con orgullo”. El canibalismo, un fenómeno que recientemente historiadores como Michael Jones han revisado al alza, no aparece en el diario, ni en el museo. “Es el secreto terrible de Leningrado, hubo mucha gente acusada y seguramente solo vemos la punta del iceberg”.
Los alemanes crearon ese infierno en la tierra a conciencia. “Leningrado nunca pudo ser un Stalingrado”, señala Iarov. “Los sitiadores tenían mucho miedo a que toda la ciudad pudiera convertirse en una trampa explosiva. Además, no querían tener que aprovisionar a tanta gente. De forma que el objetivo pasó a ser no conquistar la ciudad sino matar a sus habitantes de hambre”.
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